Uno se pregunta por qué viajan ustedes al Asia en absoluto, excepto por cuestiones de negocios. Tal vez las personas que van allá con propósitos religiosos, en realidad están comerciando: “Usted me da algo y yo le daré algo a cambio”. ¿Está la verdad allá y no aquí? La verdad, ¿ha de encontrarse por medio de otras personas, por medio de un gurú, de un sendero, de un sistema, de un profeta, de un salvador? ¿O la verdad no tiene senderos?
Hay un maravilloso relato indio acerca de un muchacho que deja su hogar para ir en busca de la verdad. Acude a numerosos maestros recorriendo sin cesar diversas regiones del país, y cada maestro afirma una cosa u otra. Al cabo de muchos años, ya anciano, después de buscar y buscar, de interrogar, de meditar, de adoptar ciertas posturas, de respirar apropiadamente, de ayunar, de privarse del sexo y todo eso, regresa a su antigua casa. Apenas abre la puerta, allí está; la verdad está justamente ahí. ¿Comprende? Usted podrá decir: “La verdad no habría estado ahí si él no hubiera viajado por todas partes”. Ése es un comentario ingenioso, pero usted pierde la belleza del relato si no ve que la verdad no puede ser buscada. La verdad no es algo que pueda obtenerse, experimentarse, retenerse. Está ahí para quienes puedan verla. Pero casi todos nosotros estamos buscándola perpetuamente, pasando de una moda a otra, de una excitación a otra excitación, sacrificándonos (ya conoce todos esos desatinos que ocurren), pensando que el tiempo nos ayudará a dar con la verdad. El tiempo no lo hará.
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