Circulan por internet y whatsapp -como antaño en las parroquias, en montoncitos de fotocopias- muchas de las llamadas "cadenas de oración". El esquema es casi siempre así:
- "Rezá esta oración (o poné Me gusta, o escribí Amén)
- pasalo a 10 contactos o compartilo en tu muro
- y el 4 ( o 7, o 11) día se producirá el milagro que pediste".
Estas cadenas implican un riesgo próximo de caer en el pecado de la SUPERSTICIÓN, que el Catecismo define del siguiente modo:
"La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23, 16-22)." (Catecismo, punto 2111)
Las llamadas "cadenas de oración" SON UNA FORMA DE SUPERSTICIÓN, en la medida en que atribuyen un resultado INFALIBLE a una serie de oraciones.
Esa actitud de pretender "manipular" o "forzar a Dios a hacer MI voluntad" a través de un método completamente eficaz -como una especie de conjuro mágico- es completamente incompatible con la actitud de hijos de Dios que confiamos en nuestro Padre, que sabe mejor que nosotros lo que necesitamos.
Este tipo de cadenas adquieren un significado aún más negativo -y pecaminoso- cuando incluyen al final de las mismas una amenaza: "si no compartís... si cortás la cadena... te puede pasar esto o aquello". Esto es realmente aberrante, y no tiene nada que ver con el Dios en el cual creemos.
Por supuesto que podemos pedir oraciones por todas nuestras necesidades. Pero nunca atribuyendo a la "organización" o "continuidad material" de las mismas un resultado inequívoco.
Las cadenas tienen un efecto negativo en la imagen que dejamos traslucir de nuestra fe católica, sobre todo, cuando a una persona alejada de la Iglesia le aseguramos resultados (curación, trabajo, etc) que no sabemos si se darán. Esto genera desilusión y desprestigio de nuestra religión.
El cristiano pide con confianza, y añade siempre, como Jesús: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Más que insistir a Dios para que haga NUESTRA voluntad, el hijo, como María, se dispone para ACEPTAR Y REALIZAR CON AMOR LA SUYA.
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