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Comentarios
Las iglesias sí sirvieron de polvorines, pero de polvorines de los rojos como sucedió en la Provincia de Santander, que no en vano mis abuelos vivían justo detrás de la iglesia de su pueblo que hasta la liberación en agosto del 37 había sido convertida en polvorín por los rojos. Y por cierto que el entonces Obispo de la Diócesis, Mons. José Eguino y Trecu, había sido nombrado en 1929 cuando era Arcipreste de Irún, y fueron los gudaris de esa villa quienes al desatarse la Guerra vinieron a por el Obispo, a quien se llevaron a Irún salvándole así la vida. Era un Prelado realmente santo que se reincorporó a su sede al liberarse la Provincia, y fue muy querido en Santander hasta su muerte a comienzos de los años 60. No es por tanto cierto que no se preocuparan del todo los vascos por el clero vasco fuera de las vascongadas, al menos en este caso, y eso lo tengo que decir a pesar del no mucho cariño que profeso a los malos vascos. La represión en la Diócesis de Santander fue terrorífica, desde los monjes trapenses de Cóbreces, los seglares, sacerdotes y religiosos encerrados y masacrados en el Alfonso Pérez, hasta tantos Párrocos, religiosos y religiosas, miembros de Acción Católica, un auténtico reguero de sangre, muchos ellos lanzados al vacío en el faro de Santander. No tiene nombre.