Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
El Dios de La Eterna Misericordia, está siempre pronto para adelantarse en la vida de Sus hijos y darles alcances de la salvación de cada quien por su conversión; pues, Dios en ocasiones da oportunidades para que el hombre se arrepienta de su vida de error y logre su salvación. Y cuando no lo hace es a según:
1. Dios conoce que el hombre no se arrepentirá: Pues Dios Omnisciente, conocedor de todo tiempo, pasado, presente y futuro, puede conocer el corazón del hombre y saber que éste nunca se arrepentirá y para que su condena no se acreciente, lo llama a Su presencia. Ya que la suma de pecados, acrecienta la intensidad de condena y no acrecienta el tiempo, porque La Condena es Eterna, por lo que la intensidad es la que se logra por el incremento de los pecados a los dolores y sin sabores que el hombre podrá sentir en aquél momento de purgatorio o infierno.
Además, que el pecador puede arrastrar a otros a la condena, pero Dios Misericordioso, aleja aquella posibilidad de unión del pecador con otros pecadores o conversos o ignorantes, para que los pecadores no incrementen sus condenas, el converso no caiga y los ignorantes no se arrastren a una vida de perversión; pues, el ignorante de las cosas de Dios tiene por ligera su vida, pero en el fondo de su corazón sabe cuánto es malo y cuanto es bueno, pero por su ignorancia da paso a su vida disipada y ve la comodidad en el pecado, que de alguna manera, según la intensidad del pecado (venial, capital o grave) que solo Dios puede saber, ya que sólo Él sondea los corazones de los hombres y por La Justicia Divina el hombre ignorante pero pecador puede merecer el purgatorio o el infierno.
2. Aun cuando Dios conoce que el hombre se arrepentirá: La paradoja se pone de manifiesto, y nace la duda del porqué Dios llamó al hombre a Su presencia. Cabe explicar que Dios Sapientísimo, sabe qué es lo mejor para el hombre, ya que el sacrificio de la muerte de éste hijo que estuvo por arrepentirse, Dios lo acepta sin que haya sucedido el arrepentimiento, porque es tomado como que ha sucedido, porque Dios sabiendo que el hombre se convertiría si o si, no era necesario que ello ocurra, iba a ser un hecho, pero Dios quiso usar el sufrimiento de éste hijo y el de todos sus familiares y amigos en tanto que el dolor redime, libera, purifica y salva a los hombres, y todo ello es usado para los familiares, amigos o cualquier pecador en cualquier parte del mundo, a quienes Dios ve por conveniente entregarle Sus gracias para sus conversiones, o de la manera como Dios desee distribuir Sus gracias por aquél sacrificio.
La conversión: (Etim. Del Latín clásico converto, conversio, cambiar). Es la vuelta al Padre del que se había alejado por el pecado y también se aplica a los que descubren y entran en la Iglesia Católica. La conversión es convertir tu corazón extraviado, tu corazón pecaminoso-pecador, tu corazón lleno de imperfecciones al Sacratísimo Corazón de Dios, al Corazón lleno de Santidad, al Único Corazón del que brota el Verdadero Amor. Esta conversión tiene que ser desde lo más profundo de tu ser, es decir, con toda sinceridad y entrañable amor.
Convertirse a Cristo, hacerse cristiano quiere decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás. Benedicto XVI. Viernes Santo 2007.
"Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella (La Iglesia) les mueve a la conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).
No olvidando pues, queridos hermanos y hermanas, que Iglesia somos todos y no solo la jerarquía en Roma y a lo largo del planeta, por tanto, si La Iglesia somos todos, porque significa congregación de fieles, entonces nuestra reconciliación es también con La Jerarquía, empezando por El Santo Padre, hasta nosotros los laicos regulares, trabajadores, estudiantes, niños, etc.; es decir, nos reconciliamos con todas las almas que llevan un caminar, que aunque con tropiezos, nos levantamos y seguimos en la lucha de amar a Dios hasta el final, es decir, buscando la perseverancia final.
La conversión del hombre, efectivamente, es unirse a La Iglesia militante, es decir, aquella que aún milita en este mundo y que busca unirse a La Iglesia purgante, la que está en el purgatorio, y a La Iglesia Triunfante, ésta que está en El Cielo. Por tanto la reconciliación del hombre en su conversión es con toda La Iglesia: militante, purgante y triunfante.
CIC 1425 "Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana (en este caso de La Confesión Sacramental antes en el Bautismo) para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor Mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
Hermanos y hermanas, si estamos revestidos de Cristo, es porque estamos en Él y si estamos en Él es porque vivimos una vida de perseverancia continua, es decir, a toda hora, en cada momento de nuestra vida, a cada minuto, esa es la labor del cristiano que ha decidido seguir a Cristo, porque recibe a Cristo Eucaristía y haberlo recibido es haber optado por esforzarse en no caer en los mismos pecados anteriores, aun cuando estos lleguen por nuestra debilidad y falta de costumbre de una vida piadosa, nos volvemos a confesar de nuestras faltas pidiendo al Sacerdote nos ayude a combatir estas flaquezas, esta, en efecto, es una actividad necesaria en el confesionario, y no solo un rendir cuentas y pasar la lista de pecados cometidos, sino, que pidamos el consejo sabio de un Sacerdote en el confesionario, para que nos oriente en aquellas debilidades que no sabemos combatir y nos hace caer en cada momento. Así estaremos haciendo un perfeccionamiento de nuestro camino de conversión hasta la perseverancia final.
Por ello hermanos, es que el CIC 1426 nos orienta igualmente diciendo: La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).
Por eso queridos hermanos y hermanas, el salmista nos dice en la voz del rey David: "Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias."
Hermanos los invito a rezar el Salmo 50 de hoy:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu.
La EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL VERBUM DOMINI DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI en su número 39 nos dice: En la escuela de la gran tradición de la Iglesia aprendemos a captar también la unidad de toda la Escritura en el paso de la letra al espíritu, ya que la Palabra de Dios que interpela nuestra vida y la llama constantemente a la conversión es una sola.
Es decir, que toda La Iglesia está orientada por La Sagrada Tradición de la cual comprendemos Las Sagradas Escrituras, porque La Sagrada Tradición, en efecto, es aquella parte que no está contenida en las Sagradas Escrituras porque no se escribió hasta más tarde. Por tanto, el depósito de la fe, de la revelación de Dios, está compuesto por las Sagradas Escrituras (Biblia) y la Tradición Apostólica. El depósito de la fe fue revelado por Jesús a los Apóstoles y confiado a la Iglesia. Es así que aprendemos lo que nos dicen Las Sagradas Escrituras y la pasamos al espíritu, porque La Palabra de Dios que nos ruega, exige, exhorta, reclama, solicita, demanda y nos pide en nuestra vida lo que dice en Ella, en Las Sagradas Escrituras, y llama continuamente a nuestras vidas a la conversión son una sola: La Palabra de Dios y su llamado continuo, porque La Palabra de Dios siempre tiene esa centralidad en Cristo: El llamado al hombre a su regeneración por la conversión, que se llega a la plenitud del inicio con La Confesión Sacramental instituida por El Mismo Jesucristo y que acaba en la perseverancia final.
No nos olvidemos de La Unción de los enfermos, en que «la fuerza sanadora de la Palabra de Dios es una llamada apremiante a una constante conversión personal del oyente mismo, o sea, del enfermo». Ya nos manifiesta a lo largo de Las Sagradas Escrituras las múltiples intervenciones de Dios para sanar a Sus hijos pues, El Mismo Cristo curó del alma y del cuerpo a muchos enfermos, donde estos encontraron su conversión por su arrepentimiento pleno y fe en Cristo. Y que Él desde el Bautismo asumió todas nuestras culpas, cargándolas en el madero en el que agonizante moriría crucificado, ha cargado con nuestros dolores y ha padecido por amor al hombre, dando así sentido a la enfermedad y a la muerte.
Finalmente recordemos lo que nos dijo El Santo Padre en el mensaje de La Cuaresma de este año: Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien… Aquí El Santo Padre nos habla de los que no quieren anunciar El Evangelio con La Corrección Fraterna que Dios nos pide, y no lo hacen por respeto humano o por simple comodidad, que en cuanto al respeto humano, es el respeto a si en una autoridad jerárquica, económica o un adulto, etc. y la simple comodidad, es la que el cristiano tiene como que le es más fácil no corregir para no tener problemas, es decir, para ahorrarse el trabajo y el fastidio que pueda causar la corrección que se pueda interpelar.
Sigue el santo Padre: Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8).
Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
Es por ello queridos hermanos, que la conversión va a depender de cada uno de nosotros, por el llamado de Dios, pero también será la responsabilidad de nosotros a ayudar a corregir del error a nuestros hermanos y puedan con ello dar un paso a la conversión o continuar en el proceso de la conversión, porque está el hombre que vive en el error y apartado del camino de Dios y el que también vive en el error aun cuando “está” en el camino de Dios, pero que hierra por ignorancia, por soberbia o por debilidad, y es pues, a todos ellos, encaminados y no, a los que tenemos que corregirlos para que logren su conversión y real conversión caminando hacia La Casa del Padre.
Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)
En el nombre del Padre, etc…
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