A más de diez mil kilómetros de Roma, al otro lado del Océano Atlántico, en una ciudad de nombre evocador -Los Ángeles-, una mujer de edad indefinida, pequeña estatura y media melena de color azabache, dormía profundamente en su apartamento. Acababa de sufrir una extraña crisis epiléptica que la había dejado exhausta, una más desde que abandonara su trabajo como «psíquica» del Departamento de Defensa de su país. Había sido un empleo bien remunerado, poco reconocido y nada protegido, que dejó cuando comenzó a obsesionarse con la idea de que los militares estaban jugando con su cerebro. Curiosamente, justo después llegaron los ataques. Se trataba de crisis aparentemente rápidas, en las que su cerebro parecía abandonar el cuerpo de forma brusca, proyectándose más allá de las brumas del espacio y el tiempo. Algo raro de verdad.
Ellos, naturalmente, negaron siempre cualquier relación con aquellos ataques. Es más, se justificaban diciendo que Dios dio cinco sentidos a los hombres: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Pero que a otros, como a los profetas epilépticos Daniel o Jeremías, y hasta al famoso carpintero de Nazaret, José, les dio un sexto. Uno que les permitió saber del pasado y del futuro a través de sus sueños, y que cientos de años después, habían heredado gentes como ella.
Comentarios
la obra engancha pero la lectura deja mucho que desear
Me he enganchado con la novela, versátil forma de escribir el autor, muy interesante