La meditación y el discernimiento
Hace unos años, en Italia, atendí a la hermana de un sacerdote amigo, el problema era entorno de la meditación.
Ella, por recomendación de su médico, para controlar su nivel de estrés laboral, asistía a clases de meditación.
A partir de este momento comenzó el problema con su padre. Este era un hombre que criticaba a todo el que se le cruzaba delante, y se justificaba con que el ser humano tiene que saber separar lo bueno de lo malo. Se jactaba de tener un ojo clínico para distinguir qué tipo de persona tenía delante utilizando “el poder del discernimiento”.
Y empezó a criticar al maestro de meditación. Según él, las clases no eran más que un lavado de cerebro y su hija estaba aprendiendo “cosas del diablo”.
Se daba en ella una paradoja. Por una parte se sentía juzgada y condenada por practicar la meditación mientras que por otra, la meditación la ayudaba a tener más paz, mejor relación con las personas, más tolerancia, más comprensión, menos dolores musculares. Había logrado tener discernimiento emocional con unos simples ejercicios de respiración, relajación y dirigiendo su voluntad en busca de la única realidad: Dios.
El poder de discernir no es lo mismo que juzgar.
El primer aspecto del discernimiento es ver la realidad; se ve lo positivo y el lado negativo de la realidad, la crueldad, los accidentes, el dolor…, pero no se la juzga.
La crítica, la ira, impaciencia, no son guiadas por la parte positiva, son aspectos tan negativos como la crueldad, solo que en menor medida.
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María Benetti Meiriño
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