Uno fue hace pocos meses, más precisamente en agosto pasado, cuando cientos de miles de jóvenes se dieron cita en Kostrzyn, una remota ciudad polaca que todos los veranos recibe al festival Przys tanek Woodstock, a donde convergen en esa época del año, todos los caminos musicales en Polonia. En el otro momento, mucho más conmovedor y emocionante, vamos a recordar a Irena Sendler, la asistente social que organizó la huida de 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia durante la II Guerra Mundial. A pesar de su proeza, el reconocimiento le llegó un poco tarde. “Estoy cansada, es demasiado para mí”, decía tras los homenajes. Cuando comenzó la II Guerra Mundial en septiembre de 1939, el ejército alemán ocupó la mitad occidental de Polonia, con lo que a casi dos millones de judíos polacos se les obligó a trasladarse a guetos rodeados por muros y alambradas con una administración propia muy limitada, que recordaba a los campos de concentración. Cada gueto contaba con un consejo judío que se encargaba de organizar el alojamiento, la sanidad y la producción. Se les proporcionaba alimentos y carbón, y los productos manufacturados se enviaban fuera del recinto. Sin embargo, el suministro de comida que permitían los alemanes consistía principalmente en cereales y algunas verduras y hortalizas (nabos, zanahorias y remolacha principalmente). La ración oficial del gueto de Varsovia no alcanzaba las 1.200 calorías por persona, y el desempleo y la pobreza estaban muy extendidos. En las casas llegaban a vivir de seis a siete personas en cada habitación, y el tifus era habitual entre la población. Cuando terminó la guerra habían muerto 6 millones de polacos, y quedaron vacíos seis campos de exterminio que los alemanes construyeron en el actual territorio de Polonia, entre los que estaban los tristemente célebres Auschwitz y Treblinka. Y en ese año de 1939, la vida de una joven mujer nacida en Varsovia, que por entonces sólo tenía 29 años, se vería transformada hasta límites impensados. Irena Sendler fue siempre una mujer de gran coraje, muy influida por su padre, un médico rural que murió cuando ella era sólo una niña, y del que aprendió que a la gente se la divide en buenos y malos sólo por sus actos, no por sus posesiones materiales, y a ayudar siempre a quien lo necesitase. Cuando Irena se hizo mayor, comenzó a trabajar en los servicios sociales del ayuntamiento de Varsovia, al tiempo que se unía al Partido Socialista Polaco, siempre con el afán por ayudar a pobres, huérfanos y ancianos, tal y como le había enseñado su padre. Su historia era desconocida para la opinión pública hasta que en 1999 unos estudiantes de un instituto de Kansas, en Estados Unidos, descubrieron gracias a un trabajo de clase que una polaca había salvado la vida de, nada más y nada menos, 2.500 niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El otro momento al que aludíamos al comienzo del programa, podría comenzar cuando un tren, de oxidada herencia socialista, va atravesando los voivodatos (como se denominan las provincias polacas) a velocidad burocrática desde hace casi cinco horas de su partida. Y no es ni siquiera la mitad del camino que une Cracovia con Kostrzyn, la remota ciudad polaca que todos los veranos recibe al festival Przystanek Woodstock. En épocas en que los festivales de rock se convirtieron en máquinas de promoción para grandes corporaciones o gobiernos, el espíritu libre y hippie del Woodstock original sigue vivo en Europa del Este, con un festival gratuito que convoca a unas 400.000 personas desde 1995. La organización corre por cuenta de la Gran Orquesta Caritativa de Navidad, una organización de bien público que recauda fondos con fines solidarios, y lo celebra en cada inicio de agosto con esta fiesta de escala continental. Muy cerca de la frontera con Alemania, todos los veranos los jóvenes polacos (junto a muchos vecinos teutones) se reúnen para acampar durante tres días y dar vida al encuentro, cuyo nombre oficial se traduce como “Estación Woodstock”. Inmersos en un correcto caos, aprovechan el corto período estival para romper con la hibernación obligada y la reclusión, a la que se ven sometidos durante los gélidos meses invernales, para demostrarle al mundo que en Polonia hay lugar para la diversión. Para la medianoche, cientos de mochileros, que cargan más cervezas que ropa, esperan ansiosos en la estación de Wroclaw la llegada de la caravana ferroviaria. Si ya es costumbre en Polonia que en los trenes de larga distancia se sobrevendan boletos y los resignados pasajeros viajen parados en los pasillos o sentados en el suelo, animarse a llegar a Kostrzyn durante el primer fin de semana de agosto, es una misión reservada para fanáticos y aventureros. Comentarios basados en un artículo de Monika Scislowska desde Varsovia para AP, publicado en el Diario Río Negro, y otro de Mariano García publicado en fronteramusical.com.ar. En cuanto a la música que hemos escuchado, durante la primer parte del programa corresponde al grupo polaco Kroke, que significa Cracovia en yiddish, formado en 1992, de su disco Klezmer Acoustic Music (1996). Aunque se lo conoce principalmente por ser una banda klezmer, Kroke crea y toca composiciones originales empleando ornamentación auténtica, estilos y escalas tanto de música klezmer como sefardí, dando como resultado un sonido que es a la vez contemporáneo, y distintivamente judío. Y en la segunda media hora fueron canciones de la ya comentada banda polaca Enej, correspondientes a su disco Folkrabel del año 2010. Es una realización de Jorge Laraia.
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