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La producción de bienes tiene su lugar predilecto, al que no se le puede objecionar absolutamente nada, pero de esa producción, cabe destacar la misma producción de la guerra y con ella, las armas de matar. Y es que la etiqueta de un país necesita poseer una identidad cultural que sobrepase al resto; de ahí que la batalla del pensar vaya codo a codo con la batalla del matar; procurando ese creciente proceso en producir tanto derroche de enfrentamientos, muchos de ellos sangrientos. Primeramente alzándose en fuerzas de bárbaros contra bárbaros; sin olvidar a los mismos Imperios bárbaros, espléndidos en la destrucción y muerte; y desbordantes en la esclavitud y derroches. Así que, consolidados ya en propios territorios, extender sus redes de dominio, poder, sometimiento al resto de cada rincón del mundo, solo se ha tratado de simples aventuras. A medida que la invasión y colonización iba otorgando sus suculentos botines, contra pueblos, como podemos comprobar, fácilmente de someter o derrotar o exterminar, pues su cometido en la vida no era otro que tan solo el de vivir; como ya, desde milenios muy atrás, muestran sus costumbres. Esos invasores, digo, despertaban un mismo creciente entusiasmo e incluso hacían reuniones entre ellos, para ver la manera más adecuada y propia entre ‘caballeros’ de repartirse el mundo, como así sucedió e hicieron con África.