ROMANCE DE UNA HECHICERA
Era, pues, ya hace seis siglos,
un viernes de Venus, dueña,
Hechicera en sus dominios,
blanca de piel y doncella.
Alunada, por el río,
desnudó su carne fresca
y la luna por testigo
prendió en los cielos estrellas.
Eran los viernes su rito,
soltarse al viento, sin pena,
despojarse del vestido,
pasadas las diez y media.
Danzaba por el bosque
entre rosas y azucenas,
desnuditas igual que ella,
sus cómplices luciérnagas.
Era un fastidio de día
en la plaza de la aldea,
las mujeres le gritaban:
bruja, hechicera, ramera.
¡Agarren a esa maldita!
¡que la quemen en la hoguera!,
qué ella es hija de un cruzado
y de una hereje soltera.
Y los hombres de reojo,
siempre detrás de las puertas,
al verla pasar tan fresca,
asomaban sus cabezas.
Montado en caballo blanco,
cortando la noche espesa,
un hombre rubio y barbado,
cruz en su pecho de emblema,
desmontó ante ella de un tranco,
la miró fijo y sin pena,
rozo con su espada fiera
ya por su mejilla izquierda.
Declaró sentencia a muerte,
ella de frente y serena,
sus ojos miel a su suerte,
lo hechizaron con certeza;
clavó sus aceitunas verdes
encrespando su melena,
de su boca roncas fiebres,
palabras que maldijeran.
Como un reo perseguido,
montó de nuevo su fiera,
le recorrió un escalofrío
y cabalgó la noche entera.
Ella siguió su camino
turbada por su clemencia,
internándose en el bosque
con la luna y las estrellas.
¿Qué ha pasado con mi antiguo
repudio a las hechiceras?
¿cuál sería el sortilegio
que me lanzó ésta doncella?
No me importa mi destino
si es que una noche de éstas,
traicionara mis designios,
sin espada y sin emblema,
la persiguiera hasta el río
la próxima luna llena,
y recubrirla del frío
toda, de pies a cabeza,
despojarla de sus lazos
y beberme su pureza.
A dieciséis se cumplía
de realizar la promesa
la tradición de herejía
para hacerse una hechicera.
Después de las diez y media,
en viernes de Venus, dueña,
en una copa dorada,
verter su sangre primera,
por testigo único el cielo,
la orgullosa luna llena
y juró morir soltera.
El miraba entre el ramaje
con deleite su extrañeza
y paciente le esperaba
viéndola danzar serena.
Doña Luna se hizo roja
y una ave cantó siniestras,
una sombra entre las hojas,
pues, era él que por sorpresa
la tomó por la cintura,
ella se dejó ser presa
y le dio a beber su boca
recorriendo por sus venas.
El lanzó su capa en la hierba,
le acostó sobre su emblema
y entre aromas de azucenas,
él la relamía entera;
eran rosados sus pechos,
capullos en primavera,
como rosarios sus besos
rodaban por su cadera;
ella golondrina frágil
voló en su naturaleza,
potranca, yegua salvaje
se entregó por vez primera.
Y la gente en la aldea,
levantó tal polvareda,
el pecado cometido
por la hechicera ramera.
El hombre rubio y barbado
por desertor de la iglesia
pagaría con su vida
por traicionar a su emblema.
Amarrada ya en la plaza
para que todos la vieran,
sus ojos de miel candela,
mirando a su luna llena,
murió de pie en la hoguera.
Pattiorella/
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