Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
La misericordia de Dios penetra los corazones de los hombres, cuando decimos todos los hombres, hablamos de todas las razas y todos los idiomas, que aunque tengan otros credos, ya muchos de ellos han convertido sus corazones a Dios y ya son parte de La Iglesia Católica. Así lo mandó desde el inicio, ya así los dice La Primera Lectura cuando Pedro dice: «Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran.» En efecto, Dios quiso un pueblo santo y consagrado a Él, numeroso como las estrellas del cielo, le dijo a Abrahám, para ello era necesario que se les predicara El Sagrado Evangelio, pues, de lo contrario ¿cómo podían saberlo? Dice San Agustín: «Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica?
Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán.
«Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido predicado.»
Por tanto, queridos hermanos y hermanas: Prediquemos La Palabra de Dios a todo hombre en todas las naciones, no pongamos trabas para la predicación, para la salvación de nuestros hermanos, que nuestras limitaciones se abran por la misericordia de Dios que quiere abrazar a otros hijos Suyos, porque dice: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor» Jn. 10, 16.
Dios misericordioso reconstruyó al hombre dándole nueva vida por medio de Su Hijo Jesucristo, Señor nuestro. Él restituyó nuestros cuerpos glorificándolo al Padre con Su Cuerpo Resucitado. Por tanto hay dos regeneraciones, la del alma a la que le es arrancada la mancha del pecado, y la regeneración del cuerpo que resucitará al último día y glorificado ya no vuelve a morir, porque vivirá en la unidad de lo que somos como ser: alma, cuerpo y espíritu. (1 Tes. 5, 23). Así mismo lo dice La Primera Lectura: «Después volveré para levantar de nuevo la choza caída de David; levantaré sus ruinas y la pondré en pie»
Así nos acompaña el salmo de hoy que pide un nuevo cantar, tanto al cristiano converso, como al pagano converso, ellos deben unir sus voces con nuevos cantos que sus labios no lo han hecho con El Amor de Dios que ha convertido sus corazones, pues, así dice el salmo: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre.»
Así como la semilla tiene que morir para caer en tierra fértil y dar fruto; del mismo modo, El Señor Jesús se dejó morir para caer Su Cuerpo en éste mundo e inundarlo de misericordia en las almas fértiles que darán fruto; esto es, ayudando a otros a que logren La Vida Eterna.
Yo Soy La Vid, dice El Señor. En efecto, Él siendo La Vid, se dejó crucificar en el áspero madero para que pueda emular más exactamente al árbol de la vid. Sus brazos abiertos de par en par son como las ramas frondosas de la vid, porque Él unido en el árbol de la cruz por los clavos que son los pecados de los hombres, como si se transformase Él Mismo con el madero en el árbol de La Cruz, de Él manó Su Sangre como el vino de las uvas de la vid. Ése vino que es Su Sangre por la que Él Mismo dijo: «Esta es Mi Sangre que será derramada por muchos». Y ciertamente es Y ciertamente es «por muchos» y no «por todos»; pues no todos gozarán de La Vida Eterna, porque hay muchos que yacen en La Condena Eterna. Aunque La Sangre de Cristo si haya sido derramada para reparar el daño del pecado de «todos» los hombres: los del infierno, los del Paraíso y de los que aún perseveramos en esta vida. Pero La Sangre de Cristo no es derramada para la salvación de «todos» porque no todos se salvarán porque hay un infierno, y en consecuencia, La Sangre de Cristo fue derramada para la salvación de «muchos».
Al hombre le toca permanecer en Cristo, lo mismo que las ramas permanecen en el árbol de la vid para beber de la sabia que brota del Divino Redentor, pues, nos dice El Sagrado Evangelio de hoy: «Como mi Padre me amó, así Yo os he amado: permaneced en mi amor.» También nos dice San Juan de Ávila: "Aunque no hubiese infierno que amenazase, ni Paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese (obligara), obraría el justo por sólo el amor de Dios lo que obra." Porque quien permanece en La Vid que Es Cristo, va a tomar del Amor de Dios, y Ése Amor de Dios es el que enseña que el hombre no necesita de que se le recuerde el tormento del infierno para que ame a Dios y a sus hermanos, ni el mismo Paraíso, ni el mismo mandamiento dado por Dios; Es Dios quien mueve al hombre a amarlo y que ame incondicionalmente a sus hermanos también. Más el que aún no sabe amar a sus enemigos, es porque aún no tiene sumergido fuertemente su corazón en El Corazón de Dios.
Así mismo, en la Santa Misa, San Juan de Ávila centraba toda la evangelización y vida sacerdotal. La celebraba empleando largo tiempo, con lágrimas por sus pecados. Sobre la Eucaristía jamás le faltó materia para predicar, especialmente en la fiesta y octava del Corpus Christie. “Trátalo bien, que es hijo de buen Padre”, dijo a un sacerdote de Montilla que celebraba con poca reverencia; la corrección tuvo como efecto conquistar un nuevo discípulo. Ya enfermo en Montilla, quiso ir a celebrar misa a una ermita; por el camino se sintió imposibilitado; el Señor, en figura de peregrino, se le apareció y le animó a llegar hasta la meta.
Abracemos La Eucaristía, centro de La Vida Cristiana que da al hombre la garantía de La Vida Eterna, y de Ella encontraremos los frutos necesarios para la evangelización hasta los confines del mundo como lo ha pedido El Señor Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios nos bendiga y La Santísima Virgen nos proteja, y que fructifique sobre abundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Como siempre los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar: El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día. Dice el Señor (Jn. 6, 54)
En El Nombre del Padre, etc.
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