Sergio Cárdenas (www.sergiocardenas.net) lee su propia traducción de la Octava de las ELEGÍAS DUINENSES, de Rainer Maria RILKE. Grabación realizada en los estudios de Radio Universidad Autónoma de Tamaulipas (Cd. Victoria, México) en octubre del 2000.
RAINER MARIA RILKE
ELEGÍAS DUINENSES
La Octava Elegía
Dedicada a Rudolf Kassner
Con todos los ojos ve la criatura
lo abierto. Pero nuestros ojos están
como volteados y totalmente colocados
cual trampas alrededor de su libre salida.
Lo que está afuera, lo sabemos por el rostro
del animal, pues al niño, ya desde temprano, lo hemos
volteado y hémoslo obligado a ver detrás de él
la configuración, mas no lo abierto, lo
que en el rostro del animal tiene tanta profundidad. Libre de muerte.
A élla es a la única que vemos; el animal libre
tiene su ocaso siempre tras de sí
y a Dios por delante; y cuando camina, camina
en la eternidad, tal como fluyen los manantiales.
Nunca hemos tenido, ni un sólo día,
al espacio puro delante de nosotros, a ése en el que las flores
se abren infinitamente. Siempre se trata de mundo
y nunca de un-ningún-lado sin nada: lo puro,
no vigilado, lo que uno respira y lo que
infinitamente se sabe y no se desea. Cual niño
se pierde uno en este silencio y es
sacudido. O se muere y entonces se es.
Pues cerca de la muerte uno ya no la ve más
y mira fijamente hacia fuera, quizá con la gran mirada de un animal.
Los amantes están cerca de ella y se asombran
aunque uno de ellos le obstruya la vista al otro...
Como por equivocación se les descubre
lo que está detrás del otro...pero nadie se
escapa de ella y deviene, de nuevo, mundo.
Con la mirada dirigida siempre a la creación, vemos
sobre ella sólo el reflejo de lo libre,
oscurecido por nosotros. O que un animal,
uno mudo, eleva la mirada y ve con calma a través de nosotros.
Esto es lo que se llama destino: estar enfrente
y nada más que eso y siempre enfrente.
Si una conciencia como la nuestra estuviera
en el animal seguro, que viene a nuestro encuentro y nos jala
en otra dirección---, él nos destrozaría
con su conducta. Pero sí, su ser le es
infinito, incomprensible y sin una mirada
a su estado, puro, tal como lo que mira.
Y donde nosotros vemos futuro, allí ve él todo
y a sí mismo en todo y salvo para siempre.
Y, sin embargo, se encuentra en el animal cálido y vigilante
el peso y la preocupación de una gran melancolía.
Pues también a él le oprime siempre aquéllo que
con frecuencia nos subyuga: el recuerdo,
como si ya hubiese existido aquéllo hacia
lo que nos empujamos, más fiel y su contacto
infinitamente suave. Aquí todo es distancia
y allá era aliento. Después del primer hogar
le parece el segundo híbrido y ventoso.
Oh beatitud de la pequeña criatura,
que permanece siempre en el seno que la creó;
oh felicidad del mosquito, que aún salta dentro,
así sea en tiempo de bodas: pues el seno lo es todo.
Y mira la media seguridad del ave
que casi desde su nacimiento sabe de ambas cosas,
cual si fuese un alma etrusca
de un muerto que fue recibido en un espacio
mas con la figura del yacente como cubierta.
Y cuán turbado se encuentra uno, que debe volar
mas proviene de un seno. Como aterrado de
sí mismo convulsiona el aire, como cuando una grieta
atraviesa una taza. Así rasga la huella
del murciélago la porcelana de la tarde.
Y nosotros: ¡espectadores, siempre, por todos lados,
vueltos hacia todo y nunca hacia fuera!
Nos congestiona. Lo ordenamos. Se desmorona.
Lo volvemos a ordenar y nos desmoronamos nosotros mismos.
¿Quién fue, pues, quien nos volteó de tal forma
que lo que hacemos es hecho con la actitud
de uno que parte? Como aquél
sobre la última colina, que le muestra una
vez más su valle, se voltea, se detiene, se retrasa...
así vivimos y nos estamos siempre despidiendo.
Traducción de Sergio Cárdenas. Ansbach, el 13 de julio de 2000.
© Sergio Ismael Cárdenas Tamez
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