Tantra, el culto de lo femenino 3/11
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la dote exigida, son quemadas vivas no sobre la pira sino en sus cocinas. Hay que saber que, cuando el prometido es de casta alta, la dote --iba a escribir el rescate-- puede alcanzar sumas enormes, el equivalente a varios años de trabajo. Entonces, si el dinero no viene, con esos hornos de kerosene tan inestables, y con esos saris de nailon tan inflamables, más un poco de gasolina, no es difícil que tarde o temprano ocurra un accidente...
Este grabado, que representa a la sat, muestra que una cortina le ocultaba la hoguera antes de su asalto heroico». Pero ¿ha saltado verdaderamente? Los dos hombres que están de pie detrás de ella, ¿no la habrán empujado? Su actitud es bastante sospechosa.
La India brahmánica, obsesionada por el sexo
Esta India brahmánica que acusa, y acusará siempre, al tantra de las peores torpezas sexuales, ¿es tan virtuosa? Nosotros la creíamos no violenta, vegetariana y gazmoña. ¡Pamplinas! Es verdad que sin usar la violencia Gandhi expulsó a los ingleses del país, pero la India ha pasado sin transición de los fuegos de artificio de la Independencia a las masacres generalizadas con millones de muertos. Hindúes y musulmanes han exterminado recíprocamente trenes enteros repletos de refugiados. Todo el mundo caía: desde el maquinista al lamparero, de los viejos a los recién nacidos. Es verdad que en la India la vaca es sagrada y los hindúes no la comen. Tampoco cerdo, que es un animal impuro. Pero la mayoría de los indios comen aves (su pollo tanduri es famoso), pescado de mar o de río, cordero o cabrito, y si comen poco de estos últimos es porque la carne es cara. Es verdad que la mujer india se baña con el sari puesto y que en el cine indio el beso en la boca está prohibido (aunque ya comienza a hacerse). Y entonces, ¿qué hacen en este cuadro de virtudes los famosos templos sobrecargados de esculturas escabrosas que contradicen el puritanismo oficial? Que no quede por eso, el brahmanismo siempre cae de pie y nunca carece de imaginación: parece que esas esculturas obscenas son --¡adivinen qué!-- ¡pararrayos! Y no bromeo: citando la BrihatSamhita, Urmila Agarwal concluye así su libro sobre Khajurho: «Estas esculturas protegen los templos del rayo, del huracán y de otras calamidades naturales regidas por los dioses Indra y Varuna. Mientras que, por una parte, el templo en sí mismo atrae a esos dioses, por otra, esas esculturas obscenas las rechazan». ¡Uf! ¡Y qué oportunidad para los templos! Sin duda moderadamente convencida ella misma, Urmila Agarwal propone otra «explicación»: «Estas esculturas sirven también para comprobar la sinceridad de los devotos. Si permanecen imperturbables e imperturbados, entrarán en el templo y adquirirán un control total de los sentidos.
Los débiles (feeble-minded en el texto) se sentirán turbados, no entrarán en el templo y duplicarán sus esfuerzos para dominarse». Ahora bien, los célebres templos de Khajurho, de Konarak y de Bhubaneshwar, son supervivencias, casi reliquias. En efecto, cuando las hordas musulmanas invadieron la India, centenares de templos de Khajurho, diseminados por todo el país, fueron saqueados en nombre del puritanismo fanático del Islam. Los 80 templos del vasto complejo de Khajurho sólo deben su salvación a la exuberancia de la jungla tropical: literalmente desaparecieron bajo una vegetación impenetrable. Después de varios siglos de un olvido total, fueron fortuitamente redescubiertos y despejados por esos mismos ingleses que estuvieron a punto de causar su ruina importando la gazmoñería victoriana a la India. En efecto, cuando la independencia era inminente, los políticos nacionalistas, juzgando que esas estatuas perjudicaban el buen nombre de la joven república, propusieron un remedio radical: ¡taparlas con hormigón! Y fue Occidente el que las salvó. El proyecto abortó, primero a causa del clamor que esta «operación hormigón» hubiera levantado en el mundo, y en segundo lugar por la perspectiva de las cohortes de turistas desembarcando en charters completos. Turismo = money = argumento decisivo: el hormigón destinado a las esculturas sirvió para construir aparcamientos para los turistas... Sin embargo --una vez no es costumbre-- soy de la misma opinión que los puritanos indios: estas estatuas son pornográficas y no son tántricas. Si una u otra pareja extática expresa un «erotismo divinizado», ¿qué decir de las demás? Efectivamente, esos grupos humanos desenfrenados, en cunnilingus, en fellatio, sodomizándose, etc., son pornografía pesada. Sin lanzar gritos de doncella amedrentada, confesemos que eso cambia la perspectiva. A. Menen, en su admirable libro Inde, ha visto bien el problema: «A primera vista esas estatuas parecen desprovistas de objetivos comerciales. Sin embargo de eso se trata, como voy a demostrar». Volvamos a plantear la pregunta: ¿por qué? La explicación es sencilla, indiscutible. El templo indio no era ni una iglesia ni una catedral. ¿Un lugar de culto? Tal vez. Hace menos de un siglo era un lugar de encuentros sociales, sin duda, ¡pero especialmente un burdel! Fue el puritanismo inglés el que prohibió que hubiera bailarinas en los templos, las devadsis. (Deva = dios, dsi = servidoras) ¿Servidoras del dios? De hecho estas seductoras bayaderas, en su mayor parte cultas, que sabían bailar, cantar, mimar, eran sobre todo expertas en las artes amatorias. Cito a Devangana Desai en su Erotic Sculpture of India: «La institución de las devadsis, cuyo origen se remonta a los cultos de la fertilidad, se convirtió en un medio de goce bajo la cubierta de una forma de culto. En la época medieval, el número de devadsis aumentó en los templos, porque las escrituras sagradas recomendaban ofrecer las hijas al templo. La Bhavisya Purana (1,98,67) prescribe comprar muchachas hermosas y después ofrecerlas al templo para alcanzar el Sryaloka. Los príncipes, al igual que los sacerdotes medievales, exigían que se mantuviera a las devadsis en los templos». Cito una de sus frases sin traducirla (p. 168): «It became a place for men to gratify their sexual urges». Es claro: los hombres venían al templo para satisfacer sus imperiosas necesidades sexuales, por medio de un pago a la caja, por supuesto. El templo era un gran burdel constituido frecuentemente de centenares de prostitutas --el de Tanjore tenía cuatrocientas--, por lo demás honradas del mismo modo que en Grecia lo eran las hetairas... Desde el recinto del templo, se entraba en la natya-mandapa, donde las danzas eróticas de las devadsis «condicionaban» al cliente antes de hacerlo pasar a la bhoga-mandapa, el área del goce. Claro, ¿no? Este comercio funcionó hasta muy recientemente: convenía a todo el mundo, al menos a los varones. Efectivamente, en la India brahmánica medieval, tres instituciones complementarias vivían en perfecta simbiosis: el matrimonio hindú, el harén y el templo-burdel. La falta de intimidad de las casas indias era poco propicia para los encuentros amorosos, y gracias al templo y a las sabias devadsis el hombre podía satisfacer sus «sexual urges»... ¡por medio del grisbi! Los brahmanes se embolsaban la pasta, sirviéndose al mismo tiempo de las
devadsis para sus pequeños placeres. El maharajá, por su parte, también salía beneficiado gracias a los impuestos: ¡el templo-burdel también estaba sujeto a impuestos! Un día, tal vez, un partido político propondrá esta forma indolora de recaudación: ¡hay ideas más tontas que ésta! ¿Y cómo encaja el harén en esta trilogía? El standing del maharajá era proporcional al número de mujeres y de eunucos que poseía, y por cierto tenían centenares. ¿Hay que envidiarles? Si hubiera estado obligado a «honrarlas» a todas, tal vez habría que compadecerlo. Pero se «contentaba» por lo general con una docena de favoritas, lo que no está tan mal. Además y sobre todo, el harén sustraía todas estas mujeres a la procreación, y aseguraba una forma original y sutil de anticoncepción: en buena parte gracias a los harenes la población india ha permanecido bastante estable con el correr de los siglos. La superpoblación galopante es un fenómeno reciente, en el que también la medicina tiene su papel. Por último, rasgo genial, el harén hacía escasear la «mercancía» disponible en el mercado, y los hombres eran prácticamente canalizados hacia el templo, gracias a lo cual sus «ofrendas» alimentaban el tesoro real y permitían al maharajá mantener su harén, su palacio y su ejército. Además de los impuestos, el templo y sus excitantes bailarinas procuraban otras satisfacciones al maharajá: invitaba a las más hermosas a su corte para dar recitales de danza lasciva que lo alegraban. Bailad primero, a la cama después... Tampoco los ingleses desdeñaban a las nautch-girls, es decir, las devadsis o bayaderas. Para ganarse los favores de un digno funcionario de su Muy Puritana Majestad la Reina Victoria, se le destinaba una nautch para excitarlo en privado. Así, la señora Kindersley, esposa de un funcionario inglés, escribía, en una carta fechada en 1754: «Cuando un negro (black man, ¡sic!) quiere agradar a un europeo, le envía una nautch». La señora añade, y es todo un programa: «Son sus miradas lánguidas, sus sonrisas provocativas, sus movimientos y actitudes tan poco compatibles con la decencia lo que suscita tanta admiración». ¡Qué manera elegante de describirlas! Sabemos que serán los mismos ingleses los que prohibirán las devadsis. Aunque dictada por el puritanismo, esa prohibición tuvo consecuencias sanitarias felices. En efecto, los marinos y los soldados ingleses habían distribuido entre las nautch-girls sus gonococos y treponemas pálidos, y los templos se habían convertido en centros de difusión de la sífilis y la blenorragia entre los hindúes, que luego las compartían con sus castas esposas encerradas en el hogar. Entre paréntesis, las devadsis, expulsadas de los templos, fueron reemplazadas por prostitutas de clase baja, esas mujeres enjauladas en las calles de burdeles de Bombay, por ejemplo. La prohibición de esta venerable institución tan bien asentada levantó una ola de protestas. Sólo los ingenuos se asombraron de que los más vehementes fueran los brahmanes, que son el ave de rapiña india más corriente. Cito a Aubrey Menen: «Los brahmanes han establecido leyes para cada acto de la vida, por medio de una "ofrenda" al brahmán oficiante. Este hacía su agosto con los sacrificios cotidianos (por nacimientos, fiestas, muertes, casamientos, viajes lejanos, construcción, compra o venta de una casa, etc.), a falta de los cuales toda clase de catástrofes se abatirían sobre el hogar. Sólo una cosa escapaba a sus garras: el sexo. Después de haber pagado su casamiento, el hombre podía acostarse con su mujer gratis...» ¡Qué laguna y qué inaceptable falta de ganancias! Pero no hay que ser presa del pánico: «La solución brahmánica fue simple: acaparar, organizar y luego explotar la prostitución con un cinismo y una eficacia dignas de la Cosa Nostra. Se explicaba a los creyentes que una relación sexual en el templo con una devadsi era un acto piadoso, siempre y cuando, por supuesto, se hiciera un pago conveniente a «madame», es decir al sacerdote... »En los templos consagrados a este culto, el estilo era de rigor. Nada de habitaciones sórdidas, como podría pensarse. Las muchachas tenían su apartamento personal, sabían bailar, cantar y divertir como las geishas». Y he aquí, por fin desvelada, la verdadera razón de esas esculturas pornográficas: «Esas esculturas, en el exterior del templo, eran una especie de anuncio mostrando todo lo que se hacía en el interior. [...] Todo, salvo el brahmán embolsándose el dinero». Ventaja: mientras que los anuncios de nuestros cines porno tienen que renovarse cada semana, las esculturas vencen el paso del
tiempo... Un detalle: en la época de su máximo esplendor esos «anuncios» de los templos-burdeles eran en tecnicolor: las esculturas y estatuas estaban pintadas, para hacerlas más realistas. ¿Y qué tiene que ver el tantra con todo esto? Es simple: no tiene nada en común con esas esculturas obscenas y es significativo que, en las regiones en las que el tantrismo está más vivo -- Orissa, Assam, Bengala, el noroeste de la India-- los templos carecen de ellas. La chakra pj tántrica, la ascesis de dieciséis (véase el capítulo correspondiente) tan aborrecida por los brahmanes, no es un desenfreno, sino una supervivencia ritual de los antiguos cultos de la fertilidad. La chakra pj no tiene ninguna relación, ni siquiera lejana, con las escenas escabrosas representadas en esos templos. Incluso las posiciones coitales de esos templos, algunas más bien acrobáticas, no son -- salvo excepción-- sanas de mathuna convenientes a los ritos mágicos sexuales del tantra. Sin embargo, el tantrismo se encuentra indirectamente en el origen de los templos-burdeles. Pues, en realidad, ¿por qué había sexo en los templos? Nosotros, los occidentales, para quienes lo espiritual excluye lo sexual, no comprendemos que para el tantra el sexo sea sagrado. De modo que los primeros templos eran el lugar privilegiado de las pjs tántricas. Esto suscita una pregunta: ¿no era ya una forma de prostitución? No, pues es totalmente diferente la actitud ante la mujer, ante la feminidad. Para el tantra, la mujer y los valores que ella encarna son sagrados, y por tanto respetados. Un culto centrado en la Diosa, la Shakti, excluye ipso facto la explotación comercial de 1a sexualidad femenina por parte del hombre. El proxeneta es un subproducto del sistema patriarcal, dentro del cual la mujer, sometida al hombre, es explotable y explotada. Como en el origen el templo y sus recursos pertenecían a las sacerdotisas, éstas no eran explotadas. Todavía se celebraban pjs tántricas en el siglo V, como lo demuestra una inscripción en Gangdhar, en la India central. Esta inscripción cita explícitamente el tantra en relación con los ritos sexuales asociados a los Dkins (compañeros del rito tántrico) y realizados en el templo de la Madre Divina, y sería asombroso que ese templo, virgen de toda escultura erótica, haya sido el único... Si el brahmanismo se ha nutrido ampliamente del tantrismo, del cual ha tomado en préstamo muchas prácticas mágicas y procedimientos sexuales, sin embargo son los brahmanes y no los tántricos los que han comercializado el sexo en el templo. Calificar al macho ario de conejo caliente sería un eufemismo. Para él toda mujer es una presa ofrecida a sus impulsos sexuales, cuya intensidad raya con la bestialidad, como se ve en el relato de una escena vivida en Madurai por Alexandra David-Neel: «Esa noche unas cuarenta devadsis bailaban sobre un gran estrado antes de ir a adorar a la diosa Meenakshi. Qué representaba esta danza, no lo sé. Siempre eran las mismas contorsiones de los brazos, de los dedos de las manos y de los pies, los mismos movimientos de las caderas, el vientre y los pechos proyectados hacia adelante, ofreciéndose... Las muchachas no me parecían ni demasiado bellas ni demasiado graciosas. Lo que llamaba la atención era el círculo de hombres, un buen centenar, amontonados en torno al estrado, con los ojos dilatados y un rostro ferozmente bestial. »Los místicos hindúes hablan de samadhi, el éxtasis, en el cual el espíritu ya no es consciente más que de un único objeto, todas las demás cosas no existen para él. Estos hombres, hipnotizados en torno a ese estrado, habían alcanzado una especie de éxtasis perfecto: el samdhi del celo. »Las devadsis descendieron del estrado y se metieron apresuradamente en los corredores sombríos que conducían al santuario de la diosa. Fue una debacle. La horda de hombres enloquecidos las seguía, vagamente retenidos por los gestos de una vieja, la guardiana de las bailarinas, sin duda una bayadera retirada. El terror que se leía en el rostro de las muchachas --que sin embargo eran prostitutas-- apretujadas en el tropel, empujándose para llegar más rápido al santuario protector, era tan turbador como la avidez inmunda de sus perseguidores. »Me oculté entre las patas de un caballo de piedra gigante que sobresalía de la muralla, para dejar pasar la ola infernal, y luego llegué a la salida. Acababa de descubrir un nuevo aspecto íntimo de la morada de los dioses.» (L´Inde où j'ai vécu, p. 54.) Esta escena es la antípoda del tantra, pues el adepto tántrico respeta a toda mujer en tanto
encarnación de la Shakti cósmica, y no la trata como una presa de caza. Advierto por lo demás a toda mujer occidental que viaje sola por la India: la menor imprudencia puede colocarla en una situación delicada, para no decir más. En grupo --felizmente-- es diferente. Cuando la dominación aria se extendió a estas regiones, los brahmanes que se habían apoderado de los templos comprendieron pronto el provecho que podían sacar. El proceso está ilustrado por un caso similar, sin relación con el sexo, que existe todavía en Calcuta. En efecto, en el célebre templo de Kl (Calcuta viene de Kl-Ghat), para apaciguar a la diosa que reclama un río de sangre, cada día se sacrifican ritualmente centenares de cabras. Los brahmanes, que han echado mano sobre este templo, explotan este culto, que se remonta a la época prearia y que se han cuidado muy bien de suprimir, y así se han hecho inmensamente ricos.
2 La visión tántrica Definir el tantra
Los pensadores indios tienen la excelente costumbre de comenzar por definir las palabras que utilizan. Hacer esto con la palabra tantra es tan indispensable coma difícil, vista la variedad de sentidos posibles, cada uno de los cuales aporta una precisión. Según el contexto, tantra significa lanzadera, trama (del tejido), continuidad, sucesión, descendencia o también proceso continuo, desarrollo de una ceremonia, sistema, teoría, doctrina, obra científica, sección de una obra. Por último, tantra designa una doctrina mística y mágica o una obra que se inspire en ella. Para S. N. Desgupta, tan proviene de tantri, explicar, exponer, y tantra designa también entonces un tratado que abarca un tema determinado; por eso con frecuencia tantra figura en el título de un libro que no tiene relación con el tantrismo, o viceversa. Para la masa india actual, tantra significa toda doctrina no védica, lo que demuestra la antinomia, incluso el antagonismo fundamental entre el sistema ariano-védico-brahmánico y el tantra. En este libro, tantra designará un cuerpo de doctrinas, pero sobre todo de prácticas multimilenarias; algunos refutan este último término diciendo que la palabra no apareció hasta el siglo VI, lo cual no es falso. Sin embargo, hacer coincidir el origen del tan-trismo con la aparición del nombre es más bien engañoso: la palabra «sexo» (del latín sexus, raíz sectus = separación, distinción) no apareció hasta el siglo XII, pero todo hace pensar que la »cosa» existía antes... Tantra significa también «oficio de tejer, tejido», y esto parece no tener relación alguna con una doctrina. Pero el tantra percibe el universo como un tejido donde todo se imbrica, todo se sostiene, todo actúa sobre todo. Uniendo el radical tan (estirar, extender) y el sufijo tra (que indica la instrumentalidad), tenernos tantra, literalmente, instrumento de expansión del campo de la conciencia ordinaria, a fin de acceder a lo supraconsciente, raíz del ser y receptáculo de poderes desconocidos que el tantra quiere despertar y utilizar. Todo lo que está aquí, esta en otra parte; lo que no está aquí no está en ninguna parte Aunque no lo parezca, las palabras del título, extraídas del Vishvasra Tantra, encierran la esencia del tantra. Sin advertirlo, sus implicaciones vertiginosas disuelven las fronteras del mundo sensorial tranquilizador y nos conducen al corazón mismo de lo Real más real.
Comencemos por lo más fácil, la materia, cuya homogeneidad proclama esta frase, entendiendo «materia» en el sentido moderno de energía condensada. Para el tantra, todas las formas de energía del universo, cualesquiera que sean --gravedad, cohesión nuclear, electromagnetismo--, están presentes en todas partes del cosmos, por tanto aquí mismo donde estoy sentado. Los humanos que pertenecemos a la era post-einsteiniana, aceptamos esto sin dificultad, aunque en general esta identidad entre materia y energía pensamos que sólo se refiere a la física nuclear. No advertimos tampoco que en el paso se ha «perdido» la materia compacta, reducida a energía cósmica pura, única a pesar de la multitud de objetos percibidos. Científicamente el universo es un gigantesco continuum que se extiende desde lo infra-atómico a lo astronómico. Los tántricos perciben esta unidad desde hace por lo menos treinta y cinco siglos: no está mal para seres que sólo utilizan sus sentidos, su inteligencia y sobre todo su intuición... Sin embargo, en la vida cotidiana ese saber no cambia para nada nuestra relación con los objetos; para nuestros sentidos, un grano de arena sigue siendo un grano de arena, y una galaxia, una cantidad de estrellas. Cuando se aborda la vida, la frase todo lo que está aquí está en otra parte trastorna nuestros conceptos usuales al afirmar, ni más ni menos, que la vida está presente en todo el cosmos, mejor aún (¿o peor?) que el universo mismo es algo vivo. Fantástico... ¡Basta de vivir como si sólo nuestro planeta tuviera el monopolio de la vida! Por supuesto, muchos astrónomos piensan que entre los millares de galaxias, cada una con millares de estrellas --hay más soles en el universo conocido que granos de arena en todas las playas de la Tierra--, deben existir otros sistemas planetarios, otros mundos habitados. ¿No se han descubierto materias orgánicas en algunos meteoritos? Interesante, cierto, pero esta posibilidad nos deja más bien fríos, pues no tenemos ninguna esperanza de contactar con esos seres, seguramente muy extraños, que pueblan planetas a millares de años luz de la Tierra... Según los astrónomos norteamericanos del Kit Peak National Observatory, nuestra galaxia podría tener muchos más planetas habitables de los que se cree. Se han estudiado 123 estrellas de una clase térmica semejante a la de nuestro Sol, y las variaciones orbitales comprobadas implican la existencia de planetas. Como hay cientos de miles de millones en nuestra galaxia, aun cuando sólo una estrella de diez tuviera planetas, sería una cantidad enorme. Sin hablar de los millones de galaxias observables. Fuera de esos eventuales, rarísimos y minúsculos islotes poblados, nosotros, occidentales, concebimos el universo como una enorme máquina helada, muerta. Para el tantra, al contrario, el universo vive, cada estrella tiene vida, en el sentido total del término, por tanto está habitada por una forma de conciencia, lo mismo que cada partícula infinitesimal nuclear. Estrellas, átomos conscientes: es duro de tragar; ¡es de vértigo! Y esta vida universal, única, se subdivide en innumerables planos de existencia y de conciencia! Para el tantra, llena hasta la vida interestelar... ¿Impensable? Tal vez... ¡pero la inmensidad del universo es impensable! Incluso para el astrónomo que hace malabarismos con los cientos de millares de años luz, estas distancias enormes son inimaginables, ¡y sin embargo son bien reales! En sánscrito, este gigantesco Ser cósmico es Mahat, el grande. (Mahat es un concepto tántrico adaptado y luego adoptado por una filosofía india clásica, no tántrica, el samkhya). Para el tantra, la vida es un proceso continuo en el espacio y el tiempo, sin hiatos ni tabiques entre todas las formas de vida, desde los virus a Mahat. De ese modo, como parte del Todo, yo participo en el Todo. Al continuum de la energía cósmica corresponde el de la vida, siendo los dos, además, indi-sociables. Para el tantra el universo es Conciencia y Energía asociadas. En la práctica, esto lleva al respeto total de toda vida, sea animal, vegetal o bacteriana. Cuando alguien perjudica cualquier forma de vida perjudica su propia vida: la ecología se vuelve cósmica. Pero esto lleva también a contradicciones, al menos en apariencia. Por un lado, cada brizna de
hierba es tan importante como un ser humano, pero si un cataclismo nuclear aniquilara toda vida sobre el planeta, o lo hiciera estallar, la explosión apenas arañaría el universo, pero lo contrario también es cierto y en este sentido cito al astrónomo y físico inglés Eddington: «el electrón que vibra sacude el universo». Demos un paso más: «Vida» implica «conciencia». Entre nuestras pocas certezas está la de la conciencia individual: cogito, ergo sum. En ese célebre »pienso, luego existo», la palabra «pienso» me incomoda. En efecto, es posible negar a los microbios el pensamiento, es decir, la reflexión estructurada, y reservarlo al ser humano, mientras que no se les puede negar la percepción de su propia existencia y de su medio, lo que nos daría otras tantas entidades conscientes. La prueba está en que es posible condicionar a los organismos unicelulares, por ejemplo a las amebas. Entonces, partamos del único hecho realmente innegable, la conciencia, aun cuando su origen y su naturaleza sean para nosotros un misterio, y veamos adonde nos lleva eso... Supongamos por un instante que en ninguna parte del universo, en ningún nivel, nada ni nadie sea consciente: ¿dejaría el universo de existir? Pero, como individuo, tengo la impresión, primero, de que mi conciencia personal está aislada de los otros psiquismos --humanos y animales--; segundo, de que está localizada en el cerebro, y tercero, de que es independiente del resto del cuerpo, supuestamente inconsciente. Ahora bien, el tantra considera que cada célula es un ser viviente, consciente por sí mismo, dotado de un psiquismo, de emociones, de memoria, es decir, no de una vaga percepción crepuscular, sino de una conciencia tan lúcida como la cortical. Desprovista de sistema nervioso, de cerebro, la célula (o el microbio) se fabrica una visión del mundo sin ninguna relación con la que produce el córtex; pero, con su nivel y sus medios, es cien por ciento consciente de su entorno y también de sí misma y de sus emociones. De modo que puede ser serena o ansiosa, etc. Todo mi cuerpo es consciente El cerebro pierde la exclusividad de la conciencia, que se convierte en una propiedad de todo el cuerpo. Si la conciencia y/o el espíritu existen en mi cerebro --todo lo que está aquí está en todas partes--, ellos impregnan también todo el organismo. El cuerpo ya no es la carcasa, el harapo, el obstáculo a la vida espiritual o --en el mejor de los casos-- el «buen servidor»: la espiritualidad existe en todos los niveles corporales. Vertiginoso pensamiento saberse hecho de millares de miles de millones de individuos celulares, todos vivientes y conscientes, todos en comunicación. No existe un tabique impermeable entre mi conciencia cerebral y la de mis células, sino más bien una sucesión jerarquizada de planos de conciencia que reaccionan unos sobre los otros. Si, en el nivel cerebral, soy optimista, distendido, sereno, ese clima impregnará todo mí cuerpo, ¡hasta la última célula del dedo pequeño del pie! Y viceversa, asegurar unas buenas condiciones de vida a las células las hace felices, optimistas, serenas: en el nivel cerebral, experimentaré un bienestar, un dinamismo, cuya fuente profunda ignoro. Si, por el contrario, la acumulación de errores en la vida me ha enfermado, me será necesario sanar cada célula para poder curarme verdaderamente. Sin embargo, para recuperar la salud, puedo contar con la Sabiduría superior del cuerpo, inherente a cada célula, como con la devoción sin fisuras de cada individuo de la república celular, siempre que cree las condiciones materiales que le permitan manifestarse. El hecho de poder «hablar» con mis células me permitirá, en taso de enfermedad y por medio de las imágenes mentales adecuadas, aumentar la combatividad de los comandos celulares, los glóbulos blancos, y así estimular las defensas inmunitarias. Para el tántrico, el cuerpo es un templo viviente: lea o relea el capítulo «Mi cuerpo, un universo desconocido». Durante siglos, el drama de Occidente ha sido oponer la carne al espíritu, pero el tantra no ve frontera alguna entre los dos, ni siquiera una diferencia de naturaleza intrínseca. La salud, lejos de ser un lujo o el fruto del azar, se convierte en un deber. El primero de nuestros deberes. Un jefe de Estado que no se ocupe de la felicidad y la salud de su pueblo deja incumplido su primer deber. Y para «mí», potentado que reina sobre miles de millones de individuos celulares,
el primer deber es asegurar la integridad, la salud y la felicidad de la república celular en general, de cada célula en particular. Es lógico que el hatha yoga, que nos da los medios para ellos, provenga del tantra. ¡Todavía un paso más! Todo lo que está aquí está en otra parte, lo que no está aquí no está en ninguna parte: una fuerza desconocida, incognoscible para mi pequeño yo, suscita y engendra el universo permanentemente. Para el tantra, la creación no es un acto único que se produjo de golpe en el comienzo de los tiempos, sino un proceso permanente (igual que para el cabalista). La creación actúa aquí y ahora. La energía creadora que suscita el universo está realmente presente en todo el cosmos, por tanto en mi cuerpo, en mi cerebro, en mis células. Las fuerzas cósmicas que hacen evolucionar la vida según las circunstancias locales cambiantes están presentes aquí mismo y yo no soy distinto de ellas. A cada instante de mi vida una fuerza misteriosa crea mi propio cuerpo y es la misma que crea el universo: es también la Kundalini. Un paréntesis: por fortuna, el tantra no es una religión; por lo tanto, su visión del mundo no se opone a las diversas religiones: ¡se puede ser monoteísta y tántrico a la vez! (véase el capítulo consagrado a los dioses hindúes). Sin embargo, mi religión, si la tengo, adquiere otra dimensión gracias a la visión tántrica. Si Dios existe, está presente aquí, ¿o que no está aquí, no está en ninguna parte, y si Él no está aquí, no está en ninguna parte. ¿Puede un creyente concebir que haya en el universo un agujero del que Dios esté ausente? Así, el creyente tántrico no relega a Dios a parte alguna del cielo, vive «en» Dios, percibe su presencia aquí y ahora. El tántrico no creyente, por su parte, adquiere una visión extraordinariamente rica del mundo. Para Pascal, el hombre, caña pensante, es una mota de polvo íntima, suspendida entre dos abismos angustiosos, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. ¡Es parecido para el tántrico, salvo que éste se siente vinculado a los dos infinitos, y esto constituye la diferencia! La visión tántrica hace estallar las fronteras, o mejor dicho las disuelve, pues sólo existen en la mente. Desde el estricto punto de vista material, salvo para mis sentidos, no hay frontera abrupta entre los objetos que me rodean. Para el físico, la materia es sobre todo vacío, en el que, de cuando en cuando, se arremolinan nubes de electrones en torno de un núcleo atómico. ¡Un vacío que, si se comprimiera la Tierra hasta que se tocaran todos los átomos, cabría, al parecer, en un dedal! Inconcebible, pero sin embargo real: a cada segundo soy bombardeado por panículas de alta energía venidas de las profundidades abisales del cosmos, que me atraviesan de lado a lado, sin tocar el menor núcleo atómico. ¡Soy peor que un colador! Si un hipotético astronauta cabalgara en una de esas partículas, no observaría ninguna frontera entre yo y mi silla; sólo atravesaría dos nubes de energía, dos campos de fuerza en contacto uno con el otro. Pretender que la conciencia es una dimensión del cosmos, presente en todas partes, ¿significa que el radiador, por ejemplo, es consciente en tanto radiador? ¿Piensa que se aburre, en la habitación solo? ¿Está o no contento? ¡Sería como mínimo sorprendente! ¿En qué se convierte entonces la visión tántrica? Veamos. Cuando la física dice que el universo es energía, eso ya es la mitad del concepto del tantra, para quien cosmos es lo mismo que conciencia y energía asociadas. Desde esta óptica, toda unidad organizada comporta un nivel de conciencia, incluidos el átomo o el electrón. Algunos científicos, como Jean Charron, flirtean con esta noción sin aceptarla del todo. Para el tantra, cada átomo del radiador va aparejado a un campo de conciencia, pero el radiador-objeto, simple agregado molecular sin unidad orgánica, no tiene conciencia unitaria integradora del todo. La física moderna frisa con esta unidad conciencia-energía, aun cuando sus leyes, como la de Boyle-Mariotte, que predice con precisión el comportamiento de un gas, hace pensar que la materia es una mecánica ciega. En realidad estas leyes no tienen más que una precisión estadística, y sólo son válidas en presencia de un gran número de átomos: un modesto centímetro cúbico de aire, por ejemplo, tiene miles de millones. Por el contrario, el comportamiento de una partícula subatómica aislada es indeterminado, «como si» estuviera guiada por una inteligencia. Suprimimos el «como si» y llegamos al concepto cosmos-conciencia-energía, simbolizado por la pareja Shiva-Shakti...
Cuando escribo que la conciencia es una dimensión del universo, ¿qué quiero decir? Una dimensión, en este contexto, debe comprenderse como un componente del universo cuya desaparición acarrearía, al mismo tiempo, la del cosmos. ¡Precisemos! Al medir una viga, puedo «olvidar» la altura y decir que la parte superior es un plano de, pongamos, 170 x 4 cm. Esta abstracción es posible sólo en mi intelecto. En la realidad es imposible: eliminar una dimensión suprimiría inmediatamente las otras dos. ¡Si para suprimir la altura quisiera reducirla a un espesor cero, con el último golpe de garlopa borraría, al mismo tiempo que la altura, el largo y el ancho! ¡La viga también habría desaparecido! A las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, el tantra añade una quinta, la conciencia, cuya supresión total haría desaparecer el universo. En este contexto, en lugar de la palabra «dimensión» hubiera podido utilizar el término «componente», sin cambiar nada en el pensamiento tántrico profundo. Pero «componente» evoca una pieza si no separada, al menos separable, mientras que «dimensión» es algo abstracto y concreto al mismo tiempo. Observemos que esto no es un dogma ni un presupuesto para la práctica del tantra. Por el contrario, esta visión sobreviene como subproducto de esta misma práctica cuando ella me hace descubrir que «yo» soy conciencia y energía estructuradas, organizadas. No es un dogma El tantra no aporta ningún dogma --felizmente--, pero eso no implica que un adepto tántrico deba rechazar los suyos, si los tiene. Si su religión se los propone, perfecto, pero el tantra en sí no se los proporcionará. El tantra, que entre otras cosas es una búsqueda de lo Real, no está, pues, en conflicto ni con la ciencia, ni con la religión: nada nos obliga a aceptar la idea de una conciencia que impregna todo el universo material. Observe el lector, sin embargo, que para el tantra la conciencia no es un principio metafísico, sobrenatural, sino una propiedad fundamental del universo material, en el sentido más amplio del término. El tántrico no se concibe separado del resto de los vivientes, perdido en un minúsculo planeta, ínfima nota de polvo cósmico impulsada en el infinito del espacio helado interestelar. Se sabe parte integrante de la vida desde sus orígenes, bajo todas sus formas, y sabe que esta vida es un proceso continuo y consciente que engloba todo el universo. Preciso también que esto no es el equivalente de la noción de «Dios», mucho más amplia. La idea de que la vida es cierta forma de conciencia existente en el nivel subatómico emerge esporádicamente en Occidente, incluso entre los científicos puros: ha sido expresada en la muy seria revista científica inglesa Nature. En abril de 1964 el profesor D. F. Lawden sugería en esta publicación que, para un observador exterior, las características eléctricas y gravitacionales de una partícula son el reflejo de sus cualidades mentales. Lawden demuestra que la vida y la muerte son relativas: ¿cómo saber si un virus o un cadáver están muertos o vivos? Considera, pero sin aceptar la idea de una fuerza vital trascendente, que el científico «materialista» debe sin embargo admitir la continuidad de la vida y de la conciencia, en cierta forma, hasta el nivel de las partículas elementales. En esa época la idea escandalizó a los medios científicos, pero sin embargo no ha sido refutada... En cuanto a Prigogine, premio Nobel, dice: «Este es el corazón mismo de mi mensaje... La materia no es inerte. Es viviente y activa. La vida cambia perpetuamente para adaptarse a las condiciones de no equilibrio. Con la desaparición de la idea de un universo destinado al determinismo, podemos sentirnos amos de nuestro destino tanto para lo mejor como para lo peor». Esto implica, para Prigogine, primero, que la materia no se limita a nuestro minúsculo planeta y que es el universo total lo que es «viviente y activo», y segundo, que la vida, en perpetua evolución, es inconcebible sin conciencia. Todo esto coincide con el tantra... Cito también al físico suizo Wolfgang Pauli, quien tampoco tiene nada de dulce soñador. Descubrió particularmente que los electrones gravitan en torno del núcleo atómico, se colocan cada uno a cierto nivel de energía y ninguno puede dejar de instalarse en él; de ahí el «principio de exclusión» de Pauli, que en 1945 le valió el premio Nobel. Aplicado a los cristales, su principio
explica el funcionamiento de los transistores. Hasta aquí nada de especial, al menos en lo que se refiere a nuestro tema. Para Pauli, el misterio surge con la pregunta: ¿cómo sabe el electrón que ese nivel está ocupado? ¡En efecto, los electrones no son bolas de billar que chocan entre sí o caen en un agujero! ¡Su nivel de energía no tiene un pestillo para bloquear la puerta y hacer aparecer el rótulo «ocupado», como en el lavabo! Ningún modelo mecánico, ningún esquema mecanicista lo explica y todo sucede como si los electrones estuvieran informados de ello --tomen nota-- sin pasar por el tiempo y el espacio. Para Pauli, que colaboró con otro suizo, C. G. Jung, los fenómenos de la magia, la alquimia y la parapsicología no son menos extraños que el comportamiento de las partículas elementales de la «materia», por tanto de la energía. Confirmo que la visión tántrica no invoca la intervención de ningún principio trascendente. La vida, la conciencia y la mente son, según el tantra, diversos aspectos de la energía cósmica, más o menos sutiles, pero tan concretos y materiales como la gravitación o el electromagnetismo. En Der Kreuzelschreiher, el autor vienes Ludwig Anzengruber, ya citado, escribía hacia finales del siglo XIX en alemán popular: «Es kann dir nichts geschehen. Du gehörst zu dem allem und dös alies gehörst zu dir! Es kann dir nichts geschehen!», que se traduce: Nada puede sucederte. Tú perteneces al todo y todo te pertenece. Nada puede sucederte. Esta certeza, que proporciona una serenidad total, se adquiere por medio de la meditación. El adepto percibe también que él mismo encierra potencialidades infinitas, de las de las fuerzas cósmicas creadoras que actúan en todo el universo. En el fondo, el pensamiento tántrico es muy natural, hasta evidente. Son nuestros prejuicios, nuestros clichés, nuestros sentidos (¡el velo de Maya, la ilusión!) los que lo ocultan. Un poeta visionario occidental inesperado, pues sólo se le conoce como cineasta, tántrico sin saberlo, es Abel Gance. En 1955 escribió esta carta a su hermana: «En el preciso instante en que los hombres tomaron las huellas digitales del átomo, las estrellas se fundieron en lágrimas. »El Hombre acababa de descubrir sus secretos. No hay arriba. No hay abajo. No hay nada grande. No hay nada pequeño. Los ojos se han engañado desde que se entreabrieron subiendo desde las profundidades marinas. Las orejas se engañaron. Hay que recomenzar todo de manera diferente. Me lo enseñan las lágrimas de las estrellas. ¿Cómo lo sé? Es una historia muy inesperada que trataré de narrar un día si las palabras claves de las traducciones de lo invisible quieren obedecerme. »A mi querida Nelly, la única que puede comprenderme».
Este texto es cósmico y tántrico. ¿Lágrimas de estrellas? Ridículo para el basto sentido común cotidiano que se alza de hombros; en el mejor de los casos una fantasía literaria. Pero si el universo está habitado por la conciencia hasta el corazón mismo de las estrellas, esto se convierte en una realidad. Abel Gance tenía sin duda razón al escribir que sólo su hermana Nelly podía comprenderle, si consideraba al occidental corriente. Pero el tantra nos da la clave secreta que permite descifrar su texto, más denso y profundo que muchos pomposos tratados filosóficos. Lo he releído y he meditado sobre él con frecuencia. Emocionado, pues cada palabra pesa. Sobre todo cuando escribe que es necesario que recomencemos de manera diferente. Estas ideas, tolerables en un artista o un poeta, parecen situarse en las antípodas de la visión realista y objetiva del científico. Provisionalmente. Pues hay corrientes de pensamiento que surgen del seno mismo del bastión de la ciencia que anuncian un cambio. Por ejemplo, el astrofísico, matemático y biólogo inglés Fred Hoyle ha escrito un libro sólidamente fundamentado, cuyo título The lntelligent Universe, asombra a la visión occidental corriente, que considera al universo como materia, y por tanto cree que no puede ser inteligente ni consciente... Afirmar que la conciencia podría existir en el nivel interestelar choca frontalmente con mi buen sentido común, lo mismo que con el espíritu racionalista obtuso... Occidente considera que para que haya conciencia es necesario un sistema nervioso y un cerebro, es decir, un sistema cerrado. Muy bien. Pero mi cerebro, ¿qué es? Respuesta evidente: un conjunto de miles de millones de células nerviosas, ellas mismas hechas de moléculas materiales, compuestas de miles de millones de átomos. Intentaré representarme la materialidad de mi cerebro en el nivel atómico y ver lo que eso da. Entre paréntesis, opto por la visión de Niels Bohr, donde lo infinitamente pequeño reproduce lo infinitamente grande, donde cada átomo es un sistema solar en miniatura y los electrones gravitan en torno al núcleo como otros tantos planetas. Sé que la física moderna hace mucho tiempo que ha abandonado ese modelo de átomo, pero como el que nos da hoy no es »visualizable», para mi razonamiento la imagen del átomo como un minúsculo sistema solar que nos propone Niels Bohr es útil. Sí, con la imaginación, aumento mi cerebro hasta las dimensiones de nuestra galaxia, habría tanta distancia, o sea tanto vacío, entre los diversos átomos como entre los cientos de miles de millones de estrellas de nuestra Vía Láctea. Imaginemos un hipotético viajero cósmico liliputiense que atravesara este cuerpo-firmamento a caballo de un neutrino: no creería que esta galaxia pudiera pensar con todos sus átomos-estrellas... Sin embargo es lo que sucede, aquí y ahora, en mi cabeza: pienso con la ayuda de mis innumerables miles de millones de constelaciones moleculares. Y esta galaxia atómica no es estática, pues las constelaciones subatómicas cambian y se intercambian todo el tiempo... Entonces, puesto que yo soy capaz de pensar con mis galaxias cósmicas, ¿por qué Mahat, el grande, no puede pensar con ayuda de las estrellas? Una cosa no es menos absurda que la otra... ¿Es consciente el árbol? Para el tántrico el árbol es mucho más que un producto de madera, es un ser viviente. No se siente separado del árbol ni del bosque. El occidental «normal» admite que el árbol vive --lo que es difícilmente discutible--, pero no ve en el pino un ser consciente, al contrario de algunas tribus africanas en las i que los hombres se dirigen al espíritu del árbol antes de derribarlo. Danzan alrededor del árbol diciéndole que tienen absoluta necesidad de él para hacer una piragua y le prometen hacer buen uso de su tronco. Es seguro que, con una sonrisa condescendiente, algunos dirán que se trata de una práctica animista como mucho digna de «salvajes» incultos. Por supuesto que nadie pretende ni supone que el árbol razona; pero, sin embargo, para el tantra está habitado por una forma de conciencia, aunque ésta no sea concebible para nuestro intelecto. Los vegetales parecen tener una rica vida emotiva, como lo prueban diversas experiencias; los miembros de la comunidad de Find-horn hablan directamente con las plantas, les dan amor ¡y éstas crecen
infinitamente mejor! Esto no sucede ni en la India ni en un pasado lejano y legendario, sino en la Escocia actual. No se trata de un acto de fe previo a la práctica del tantra que (véase más arriba) ignora los dogmas. Sin embargo, si evoco estas cosas es para mostrar hasta dónde nos lleva la pequeña frase anodina del principio... «.Todo lo que está aquí está en todas partes, lo que no está aquí no está en ninguna parte»: esta frase tiene implicaciones bien directas. En efecto, todos los secretos de la vida y de la muerte, de la creación y la disolución de los universos, están presentes, aquí mismo, en mi cuerpo. (Observe el lector que no escribo: «limitados a mi cuerpo...») Entonces, ¿para qué recorrer el amplio mundo, viajar al Himalaya o a otra parte para alcanzar y descubrir la verdad, lo real, si puedo encontrarlo aquí mismo? No hay ninguna necesidad de microscopio ni de telescopio para descubrir la esencia oculta del mundo. En alguna parte, en las profundidades de mis células, «yo» manipulo energías y partículas subatómicas, como lo han hecho nuestros antepasados, millones de años antes de que el hombre moderno tomara las huellas digitales de las estrellas, para retomar las palabras de Abel Gance. Giordano Bruno Esto sucede en Roma, el 17 de febrero de 1600, en el Campo dei Fiori, la Plaza de las Flores... Una humareda-indolente, gris como el cielo antes de la primavera, sube desde las brasas que acaban de consumir a Giordano Bruno, monje dominico que había abandonado la orden, asombroso visionario. Tántrico sin saberlo, le hubiera bastado confesar sus «errores» para escapar a la hoguera: prefirió ser quemado vivo antes que retractarse. En su prisión romanaba la que había sido llevado siete años antes, con grilletes en los pies, por exigencia del papa Clemente VIII, estrellas y átomos giraban en su cabeza. Aunque no descubrió ni inventó nada, su genial intuición se adelantó cinco siglos a su tiempo, lo cual era el más imperdonable de los errores... Los textos que transcribo a continuación resumen su concepción y son puro tantra: «Todo el mundo vive... La mesa, en tanto mesa, no está animada, ni el vestido, pero en tanto cosas naturales y compuestas, comportan la materia y la forma. Una cosa, por pequeña, mínima que sea, incluye la sustancia espiritual [...] pues el espíritu está en todas las cosas y no hay corpúsculo, por ínfimo que sea, que no contenga su parte y que no esté animado por ese espíritu. »Es manifiesto que cada espíritu tiene una determinada continuidad con el espíritu del universo... »E1 nacimiento es la expansión del centro, la vida es la plenitud, la muerte es la contracción hacia el centro. »Todo lo que existe es Uno. Conocer esta unidad es el objetivo y el fin de toda filosofía y de la contemplación de la naturaleza. Quien haya encontrado al Uno, quiero decir la razón de esta unidad, ha encontrado la clave sin la cual no se puede entrar en la verdadera contemplación de la naturaleza.» ·Giordano Bruno proclamaba el valor permanente de las leyes naturales, entregando el universo a una investigación científica despojada de todo dogma, pero también proclamaba la insuficiencia de los sentidos para captar lo real. ·Concebía las estrellas como otros tantos soles que podían ser el centro de sistemas planetarios semejantes al nuestro y habitados. Para él, la Tierra no es el centro del universo y se mueve, ideas opuestas a la cosmogonía de Aristóteles, vigente en su época. ·Veía en el átomo una réplica del sistema solar, como Niels Bohr 350 años más tarde... ·Creía en la pluralidad de los mundos.
Pero, sobre todo, proclamaba la existencia de un psiquismo difuso hasta en los elementos más humildes, coincidiendo así con ese otro visionario, Teilhard de Chardin, que escribió: «De la bioesfera a la especie, todo no es otra cosa que una inmensa ramificación de psíquismos buscándose a través de las formas». Una meditación tántrica: contemplemos a nuestra madre, la mar Meditación, sí, pero ¿por qué tántrica? Es sencillo. Si bien la actividad de meditar es bastante semejante en apariencia, los fines y los temas de la meditación en general y de la tántrica expresan visiones del mundo a veces opuestas. Veamos los puntos comunes. Primero, la elección de una postura inmóvil, estable y cómoda, que permita aislarse del mundo exterior, es decir, interiorizarse. Segundo, la contemplación, a la inversa del proceso discursivo, racional, es un proceso destinado a trascender el intelecto y la conciencia en vela, para acceder a los resortes secretos del ser y, eventualmente, del universo. Por eso contemplar es preferible a meditar, cuya connotación es netamente reflexiva. Pero todo diverge en el nivel de los objetivos, es decir, los temas. En la India, variarán según que el adepto esté en la «órbita» --como se dice hoy-- del vedanta, el budismo o el tantra, que son las tres principales corrientes. Para el vedanta, el universo concreto, manifiesto, es irreal, ilusorio (Maya). La única realidad es Brahma, la Causa absoluta, no causada. En la meditación según el vedanta, el adepto es incitado a despegar su conciencia del cuerpo y del mundo manifiesto para advertir su carácter ilusorio, y luego, indiferente a los nombres (nama) y. a las formas (rupa) se perderá en el Absoluto como la espuma en el océano. El cuerpo es un obstáculo. Debe ser olvidado, casi negado. Puesto que forma parte del mundo de los fenómenos, también él es irreal. Los temas de meditación corresponden evidentemente a esta visión del mundo. Esto explica el desdén ostentoso de los adeptos al vedanta por su cuerpo, y su salud con frecuencia deteriorada. También con frecuencia mueren jóvenes, como Ramana Maharshi (cáncer), y Ramakríshna (cáncer) y Vivekananda (diabetes). No hay que confundirlos con los yoguis, especialmente los tántricos, para quienes el cuerpo es sagrado, divino. En el budismo --que casi ha desaparecido en la India, su tierra natal, por haberse atrevido a rechazar el panteón y oponerse a la casta de los brahmanes-- la contemplación constituye casi lo esencial del culto. El meditador quiere obtener el estado de vacuidad (nirvana) que paradójicamente es una plenitud que lo libera a la vez de su karma y de la ronda infernal de las reencarnaciones. Para el tantra, al contrario del vedanta, el universo con sus miles de millones de galaxias es bien real. Emerge permanentemente de la unión de los dos principios cósmicos últimos y polares, simbolizados por Shiva y Shakti. «Todo lo que está aquí está en todas partes, lo que no está aquí no está en ninguna parte.» Lejos de negar el universo concreto, o huir de él, el tántrico se integra en él para percibir su realidad profunda, ya sea espiritualizando la sexualidad, concebida como pulsión creadora ultima, ya sea por otras vías, como la contemplación de la Madre cósmica o del mar de los orígenes descrito a continuación. Con y en su cuerpo-universo el tántrico se unirá concretamente a esos principios cósmicos para sentir la divinidad de la carne consciente e inteligente. Una contemplación neutra La contemplación propuesta es neutra porque es universal: el creyente, cualquiera que sea su religión, puede practicarla, lo mismo que el ateo. La sana de meditación usual es una posición sentada, pero esta vez se requiere la actitud fetal: el dibujo que vemos al pie no necesita comentarios, excepto para precisar que la columna vertebral en media luna repite aquí la forma que tenía en el útero materno. Es esencial, pues en alguna parte la
memoria corporal asocia esta forma de la columna con el estado fetal y con su riqueza, que se trata de recuperar. El tema: un paisaje nocturno. Imagino una playa desierta hace algunos miles de años. Ante mí se extiende la inmensidad del océano de los orígenes. Además de «esa sombría claridad que cae de las estrellas», añado al firmamente una delgada luna en cuarto creciente. Todo se refleja en el agua. Contemplo este espectáculo eterno y dejo lentamente que el cuarto creciente se convierta en luna llena, lo que me extrae del tiempo lineal y me inserta en el tiempo cíclico.
El aire es suave, la noche tan tibia como el agua. El océano respira: una ola suave se deshace sobre la playa, se estira, deja su espuma un instante y luego refluye hacia el mar. La siguiente vuelve a subir a la arena, deja su espuma y refluye, y así sucesivamente. El lector lo ha adivinado: la respiración acompaña cada ola. La ola sube y yo inspiro, la ola deja la espuma y yo retengo el aliento, la ola refluye y yo vacío mis pulmones, espero uno o dos segundos y luego reinspiro con la ola siguiente... El OM imaginado acompaña la inspiración y la espiración. Así, acunado por las olas, me integro a la vida marina hasta percibir que el océano es un gigantesco organismo viviente, cuna de toda vida y símbolo de lo Indiferenciado. ¿Tiempo que dura esta contemplación? El que quiera mientras me sienta bien... Luego, en el horizonte, poco a poco el cielo palidece, después enrojece. Por último, con la majestuosa lentitud que tiene en la realidad, el Sol emerge y se eleva, glorioso, en el cielo sereno, limpio de nubes. Contemplo su disco anaranjado encima del horizonte, y se vuelve esférico. Su dulce calor penetra el aire, el agua, la arena, envuelve mi cuerpo. ¡Qué felicidad este sol matutino! Sin embargo no olvido las olas, que marcan siempre el ritmo de mi respiración y el OM. Me impregno a la vez de vitalidad y de serenidad. Cuando mi mente se aparte por sí misma del sol y del mar, detendrá mi contemplación interior, abriré los ojos y volveré a vestirme, sin prisas, por supuesto. Si esta contemplación se hace al atardecer, el guión es al revés: el Sol se hunde en el océano, el cielo crepuscular se oscurece, la noche calmada y serena apacigua mi mente La Luna llena decrece, se vuelve cuarto menguante y luego desaparece. En el firmamento las estrellas y los planetas brillan con toda su luz y animan el agua con sus reflejos. En el océano maternal y protector la vida se duerme. ¡Esta contemplación es insuperable para preparar un sueño feliz! Sin embargo esta inversión no es obligatoria. Si este «descenso en la noche» no resulta conveniente, incluso por la tarde no hay ninguna objeción en que se conserve el primer guión. Por último, esta contemplación puede hacerse perfectamente en la cama antes de dormirse. En ese caso, la haré de costado sobre un flanco (el izquierdo preferentemente) bajo las mantas: se está todavía más cerca de la posición fetal que en el sana del dibujo. Sería, pues, siempre preferible si no fuera muy incómoda fuera de la cama. Observe el lector que además es muy probable que me quede dormido antes del fin de la contemplación, lo cual, dicho sea de paso, no representa ningún inconveniente. Aunque la contemplación no tenga ninguna relación con la especulación cerebral, es interesante evocar su riqueza simbólica.
Una gran riqueza evocadora Como el elemento central es la inmensidad oceánica, en alguna parte, algo en mí, distinto de mi inteligencia, sabe que la vida ha nacido en el océano, que la mar es mi madre, ¡la Madre de todos! Si trazara la genealogía de las madres, remontaría toda la evolución humana y prehumana hasta llegar a fin de cuentas a los primeros organismos unicelulares en el océano original... Entre las escasas certezas indiscutibles existe el hecho de que, sin ninguna interrupción, la vida que palpita aquí y ahora en mis células es transmitida sin hiato desde su primera manifestación terrestre. Llevo en mí esta vida eterna y ella me lleva. En el límite, ¿no soy yo mismo esta vida universal y eterna? Además, mamífero terrestre, tengo la ilusión de que el aire es mi elemento vital porque inmerso en el agua, privado de aire, me ahogaría. Cuando el comandante Cousteau dice que «somos agua de mar organizada», es literalmente verdad: mi medio vital, donde viven mis centenas de miles de millones de células --ellas mismas formadas por un 95% de agua--, es el agua de mar con la concentración salina de los mares tropicales donde nació la vida. Soy un acuario ambulante y ¡mis células lo saben! (señalemos nuevamente que el tántrico medita o contempla tanto con todo su cuerpo como con su cerebro). Y lo que es más, he vivido mis nueve primeros meses sumergido en el líquido amniótico, en la cálida noche uterina. En el útero, mamá respiraba por mí y el ritmo de su respiración reemplazaba el de las olas del mar que contemplo. La armonía con la Madre se establece, en la contemplación propuesta, uniendo en una misma imagen tres elementos esenciales: el agua tibia del océano, la respiración que acompaña las olas y la posición fetal. Incluso si mi yo consciente lo ignora, mi inconsciente no se engaña y, poco a poco, el ambiente de esa época crucial de mi vida se recrea, allí, en el útero materno donde yo existía sin ego, sin nombre, sin nacionalidad, sin posesiones, pero rico con todas mis virtualidades y plenamente consciente. Ciudadano del mundo, sin pertenecer todavía al siglo XX, no tenía edad, y mi madre era todavía la Madre... A la luz de la Luna Por lo que conozco, pocas personas y especialmente pocos científicos se han hecho la pregunta: «¿Qué hubiera pasado con la Tierra y la vida terrestre sin la Luna?», y esto sin duda porque tienen mejores cosas que hacer que responder a una pregunta tan fútil como inútil. Y también porque, para nosotros, la Luna «es evidente». Ahora bien, es un puro capricho astronómico que tengamos un satélite semejante. Hubiéramos podido también tener varios... o no tener ninguno, lo que hubiera sido una pena para nuestras canciones románticas a la luz de la Luna y para el amigo Pierrot.2 Pero, hagamos de todos modos esta pregunta y recordemos en primer lugar que, para el tantra, el elemento «agua», que engloba todos los líquidos, capta también todos los ritmos cósmicos. Así, desde hace miles de millones de años, la Luna rige y marca el ritmo, los flujos y reflujos, de las enormes masas de agua del océano, esculpiendo poco a poco las orillas marinas, pero sobre todo acunando la vida, lo cual no ha dejado de influir sobre todos nuestros ritmos vitales. Seguramente que el Sol también actúa, pero se pasea a 8 minutos de luz, mientras que la Luna sólo está a un segundo de luz, es decir, 480 veces menos lejos. Así, a pesar de la enormidad de la masa solar, su acción gravitacional llega apenas a la tercera parte de la de la minúscula Luna. Pues bien, la materia viva, impregnada de agua, es muy sensible a los ritmos cósmicos: ¡hay diminutas mareas en mi sangre e incluso en mis células! Por ejemplo, las ostras abren sus valvas en momentos bien precisos, en correspondencia con la acción de la Luna, por tanto de las mareas. En los Estados Unidos, el horario de «apertura» de las ostras de la costa Atlántica difiere del de sus hermanas del Pacífico. A título experimental, biólogos norteamericanos colocaron ostras de la costa este en una cuba llena de agua de mar, a medio camino entre los dos océanos. Para eliminar la influencia de la luz, la cuba estaba en una cueva y en la oscuridad más absoluta. Imperturbables, todos los moluscos adaptaron su horario en función de la marea si la costa hubiera estado en ese si2
Referencia a la canción popular francesa que empieza: »Au clair de la lurte, mon ami Pierrot...* (N. de la T.)
tio: prueba de que la materia viviente percibe la acción de la Luna, que actúa sobre nuestros ritmos vitales. En alguna parte, en las profundidades secretas de nuestros tejidos, «algo» percibe esta acción y, al correr de los milenios, estos ritmos lunares han modelado seguramente nuestros ritmos biológicos... Por ejemplo, se conoce la influencia de las fases de la Luna en los oxiuros y en el sueño. La Luna rige también la vida vegetal, por su acción sobre la subida de la savia y por su luz, que es polarizada, y por tanto, organizada. Los campesinos de antaño, que lo sabían bien, tenían en cuenta las fases de la Luna para sembrar, cosechar, etc. Incluso en nuestros días, los arboricultores saben que hay que injertar los árboles en cuarto creciente porque entonces la luz es cicatrizante y estimulante. El Sol se cita con la Luna Pero la Vida obtiene su energía del Sol. En nuestro planeta, la unión del océano y el Sol hizo que se manifestara la vida, pero sin engendrarla. Pues, según el tantra, Vida y Conciencia --entidades indisociables-- son propiedades universales, dimensiones del cosmos, es decir, preexistentes... Con la Vida sucede lo mismo que con la electricidad: no fue creada con la primera pila del conde Volta; esta última sólo la manifestó. La Vida se manifestó gracias al Sol, y de su luz y su energía extrae su fuerza vital. Para vivir debemos «degradar» la energía solar. También esto «algo» en mí lo sabe... Así, reunir el océano, el Sol y la Luna en una sola imagen concentra un simbolismo muy potente al que se añade el de la posición fetal, de la que «algo» en mí se acuerda muy bien. Más allá del intelecto, en las profundidades abisales del inconsciente, esta contemplación puede verdaderamente reunimos con nuestra Madre cósmica. Los ingredientes de esta contemplación son fascinantes, hasta el punto de que, en verano, contra toda lógica, millones de personas en vacaciones, -aglutinadas a la orilla del mar, se asan estoicamente sobre la arena ardiente de las playas. Y esto parece tan natural que no se advierte hasta qué grado es absurdo. En efecto, racionalmente, ¿qué puede haber menos interesante que la arena, una masa de agua y el Sol? En buena lógica, la diversidad del campo --o de la montaña-- es en cambio interesante y atractivo. Para que la trilogía mar-arena-sol fascine hasta tal punto, ¿no se tratará más bien de una peregrinación hasta las fuentes mismas de la vida? Y uno no se cansa de mirar, al atardecer, el Sol hundiéndose en el mar, ni, al caer la noche, sentados sobre la arena, de contemplar en silencio la Luna que se eleva y hace brillar las crestas de las olas. Me detengo aquí, aunque habría tanto que decir acerca de esta contemplación... Pero, cuando el lector la haga --lo cual espero-- olvide todo este camelo, cuyo único fin era «vendérsela»... Meditación sobre la vida Ésta es una segunda meditación, más corta, que retoma parte de la anterior pero que sin embargo constituye un todo completo. La vida y la conciencia --inseparables-- están presentes, con pleno derecho, incluso en los seres más primitivos que pueblan nuestro planeta. En este contexto, una meditación entre las más simples y más fecundas del tantra tiene como tema la Vida misma. La propongo ahora al lector. Sentado en mi posición de meditación ordinaria --una sana yóguica-- o en una silla, siempre que mi columna esté bien vertical y equilibrada (¡no rectilínea), relajo primero la mayor cantidad posible de músculos, sin olvidar los del rostro. Detrás de mis párpados, cerrados o ligeramente entreabiertos, fijo los ojos hacia la punta de la nariz, sin bizquear demasiado porque eso crearía tensiones. Luego observo mi respiración durante algunos instantes, y percibo entonces la corriente de aire fresco que me entra por los orificios de la nariz, el aire caliente que sale. Luego me pongo a escuchar el cuerpo; dicho de otra manera, mi pensamiento interiorizado capta todas las sensaciones
corporales que puede. Comienzo por la planta de los pies, subo por las piernas, el tronco, la nuca, la cabeza, luego mi pensamiento parte de las palmas, recorre los brazos, atraviesa los hombros, llega por segunda vez a la nuca y al interior de la cabeza. Estos preliminares tienen como objetivo calmar mi mente, y ya mis pensamientos se apaciguan. Siempre consciente de la respiración que va y viene, me maravillo de encontrarme con vida, aquí y ahora, en un cuerpo humano. Que formidable es simplemente estar con vida. Luego, tomo conciencia de que esta vida me ha llegado a través de mi madre, que la recibió de la suya, mi abuela, y así sucesivamente. Trato de recuperar el recuerdo feliz más antiguo de mi madre y, si hay conflicto --es más frecuente de lo que se cree--, sin tardar paso a la generación precedente. Trato también de volver a ver a mi abuela, si la conocía, para que todo sea bien concreto. Luego, tomo conciencia del linaje ininterrumpido y anónimo de las madres y, con amor, les agradezco haber transmitido así la llama de la vida hasta mí. No un agradecimiento de boquilla, sino una ola de amor: la meditación no excluye el sentimiento, muy al contrario, éste es el motor mismo de la meditación. ¿Adonde seré llevado al remontar el linaje de las madres? ¿A la primera mujer? Mucho más allá, pues ella misma se inscribe en la corriente de toda la evolución de la vida terrestre. Si pudiera recorrer así mi genealogía desconocida e incognoscible pero real, llegaría al origen de la vida sobre nuestra Tierra. Y esta vida de los orígenes se ha transmitido, a través de todas las formas de la evolución, desde los organismos unicelulares primitivos de los océanos originales, hasta mí, sin una milésima de segundo de interrupción. En otros términos, la vida que palpita en mí es tan antigua y tan nueva como en el primer día de la creación. Yo soy esta vida que ha atravesado los miles de mill
espiritualidad tantra el culto femenino 311
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