El Siglo XX ha pasado a la Historia como el siglo de los totalitarismos, pero además el XX ha sido también el siglo del cine, que desde sus orígenes ha mantenido una relación de mutua fascinación con los regímenes totalitarios. Esto ha permitido que por un lado el cine se haya convertido en testigo del desarrollo de este fenómeno político, y por otro que se hayan producido interesantes reflexiones fílmicas en torno al hecho en cuestión que han terminado por pasar a la posteridad como obras maestras del Séptimo Arte.INTERVIENEN: José María Enríquez, Filósofo. José Luis Muñoz de Baena, Profesor Titular Filosofía del Derecho UNED.
Los totalitarismos o regímenes totalitarios se diferencian de otros regímenes autocráticos por la presencia de un único partido político que permea todas las instituciones del Estado.
Este aspecto los singulariza frente a la noción teórica de poder absoluto propio de las monarquías del Antiguo Régimen, pues el totalitarismo no es simplemente una forma de gobierno, sino que va mucho más allá: se trata de una manera de organizar el Estado caracterizada por la falta de reconocimiento de la libertad individual, debido a que su ideología supone la inexistencia y consecuente negación de la persona como una instancia anterior al Estado.
Características de los totalitarismos.
El filósofo y sociólogo Raymond Aron, en su obra Democracia y totalitarismo, distingue cinco caracteres que definen al totalitarismo:
1) Un partido único que posee el monopolio de la actividad política legítima,
2) armado de una ideología que le confiere una autoridad absoluta, y que
3) se reserva el monopolio de los medios de persuasión y coacción, procurando la eliminación de la disidencia u oposición,
4) justificando su actuación mediante una doctrinal global que se manifiesta en la politización de todas las esferas de actuación, desde el control económico hasta la intimidad familiar o religiosa, e incluso el uso del lenguaje.
Pero nada de esto se entiende bien si no se acepta previamente el componente utópico del totalitarismo: su pretensión de construir una sociedad y un mundo nuevos desde el poder. Todas las utopías, desde Platón hasta Marx, pasando por Moro, Campanella, Bacon, Fourier, Owen, Saint-Simon, Proudhon, escondían, aún sin pretenderlo, la semilla del totalitarismo. Y su condición de posibilidad era el desencanto con la realidad política de su tiempo. Pero actualmente también es el progreso de las ciencias y la técnica, la tecnocracia, lo que ha dado lugar al mayor número de utopías totalitarias, favoreciendo igualmente la aparición del elemento subversivo que las acompaña.
El totalitarismo se contrapone, pues, a la democracia. Pero hay aquí una paradoja: la forma democrática más radical, más opuesta al liberalismo, es totalitaria. Este modelo arranca con Rousseau, que, lejos de separar el Estado y la sociedad civil –como había hecho John Locke–, constituye la voluntad general a partir de una unión casi mística de las voluntades individuales, que pone toda la vida social y política en manos del poder, cuya voluntad define lo lógico, justo, bueno y bello, sin sujeción alguna a un orden previo. Por eso, el totalitarismo es pródigo en paradojas, que ponen en evidencia los límites del discurso y sus abusos, que sólo sostiene un fuerte sistema represivo. Los totalitarismos suelen ser eminentemente visuales, en virtud de la univocidad que se presupone a las imágenes. Por el contrario, las palabras son complejas, interpretables, peligrosas. Por eso, los totalitarismos convierten las palabras y los sus discursos en instrumentos de un culto cuya administración conviene reservar a los exegetas oficiales de la verdad, del mismo modo que el Magisterio eclesiástico se ha reservado siempre la lectura de sus textos sagrados. Y en este sentido, por ejemplo, la película Fahrenheit 451 nos presenta uno de los argumentos más extremos.
Infiltraciones totalitarias en un Estado de derecho.
Aunque nos hayamos referido a los Estados totalitarios, las cloacas de muchos –sino todos– los Estados democráticos están llenos de esas pequeñas distopías, espacios de alegalidad que aseguran al poder un comportamiento libre de toda regla. En La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), el despliegue de prácticas totalitarias sucede en un Estado aparentemente normal, dado que este férreo control se ejerce sobre parte de la población carcelaria y no sobre la totalidad del cuerpo social.
El trato que se le ofrece al protagonista parece más que ventajoso, respetuoso con sus derechos: una terapia aversiva hacia la violencia, de tipo conductista, a cambio de la condonación de su pena, con el objetivo de anular la individualidad y sus impulsos.Pero existen otros modos de reducir a escala tecnológica el problema de la culpabilidad, de lograr el viejo sueño positivista de eliminar el prejuicio y la incertidumbre en la actuación de los llamados operadores jurídicos: en Minority Report (Steven Spielberg, 2002), aunque la clave no es el avance de la tecnología a mediados del siglo XXI sino las excepcionales dotes de un grupo de videntes, son las soluciones tecnológicas las que permiten transferir las imágenes de futuros crímenes captadas por el trío de precogs a una pantalla virtual en la que se visualizan.
Como La naranja mecánica, esta película introduce la distopía en una suerte de hueco de un sistema formalmente democrático y garantista. La interesante paradoja planteada es que, una vez aceptado el axioma de que los precogs no fallan nunca, los predelincuentes podrán ser detenidos y encerrados antes de cometer su delito. La teoría del delito entendido como acción típica, antijurídica, culpable y punible, se desmorona así en aras de un modelo penal basado en la peligrosidad, aunque ésta sea percibida de forma bastante fiable y castigada en el tramo final del iter criminis, cuando la intención criminal se ha manifestado ya, pero sin que se de diferencia alguna entre el delito en grado de frustración (tentativa, si la intervención policial no se demora demasiado) o de consumación. Se coarta, en fin, la posibilidad de decisión, porque se presuponen sujetos no libres.
Conclusión.
Detectar estas características totalitarias mediante el cine –gracias al conflicto cognitivo y los dilemas morales que nos provoca– ayuda, en buena medida, a evitar las actitudes reduccionistas propias de la defensa de todo totalitarismo, favoreciendo en el espectador no sólo ejemplos sino argumentos con los que poder enfrentar el pensamiento único. Lo que incluye poder ponerse frente a las instituciones con todas las garantías y amparos estatales.
Recursos cinematográficos:
HormigaZ (Eric Darnell y Tim Johnson, 1998).
Gattaca (Andrew Niccol, 1997).1984 (Michael Radford, 1984).
La ola (Dennis Gansel, 2008).
El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935).
Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966).
La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971).
Minority report (Steven Spielberg, 2002).
The Majestic (Frank Darabont, 2001).
Comentarios
La "programación predictiva" se encuentra a menudo en el género de ciencia ficción. Presenta una imagen específica del futuro - el que es deseado por la élite - y en última instancia se convierte en algo inevitable en la mente de los hombres. Hace una década, el público estaba siendo insensible a la guerra contra el mundo árabe. Hoy en día, la población esta siendo expuesta a la existencia de control de la mente, del transhumanismo y de una élite Illuminati. Emergiendo de las sombras, estos conceptos están ahora por doquier en la cultura popular. Esto es lo que Alice Bailey describe como la "externalización de la jerarquía": los gobernantes ocultos se revelan poco a poco. http://contraelnwo.blogspot.com.es/2011/05/teorias-de-control-mental-y-tecnicas.html
"El sueño húmedo de los oligarcas. La solución final del capitalismo. Mega-empresas omnipotentes fabricando esclavos a la carta: BLADE RUNNER". Quiero compartir una reflexión sobre dicha película, pues ahora ya entiendo su simbolismo. Ahora ya sé porqué Tyrell vive en lo más alto de una enorme pirámide y no en un rascacielos. Ahora ya entiendo el significado del enorme ojo que aparece al principio. Es el ojo que se encuentra en lo más alto de esa pirámide. Esas poderosas imágenes del mago del cine, Ridley Scott, quedan grabadas en nuestra mente con el objeto de aceptar inconscientemente el negro futuro que el Poder nos depara. No cabe duda que el director conoce el significado de lo que muestra su obra. Lo incluye a propósito. En cambio, el inocente espectador ni conoce ni entiende los significados ocultos que van calando en su mente. Es más fácil programar la mente a través de la hipnosis inducida por la belleza o majestuosidad de las imágenes. El flamante director se complace en servir al Poder para hipnotizar al público con el domínio de sus artes. Ridley Scott, Michael Bay y muchos más ofrecen sus servicios con gusto a los intereses del Gran Ojo que todo lo quiere ver...
Peazo de audio me acabo de encontrar!!! Incluyo este enlace que también habla de lo mismo http://www.ivoox.com/podcinema-ep-181-totalitarismos-cine-audios-mp3_rf_1633258_1.html
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