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Comentarios
Ausente y presente a la vez, el poeta vive y no vive nuestro propio tiempo... A nosotros nos lleva a la perplejidad esa presencia de otra luz y de otra mirada... La vida del poeta está cuajada de interrupciones, de instantes. Instantes que se hallan en rebelión. Rebelión contra el presente. A partir del cual el ruido y la inercia del mundo se apartan y quedan como pendientes de un parpadeo. Este parpadeo es el reino, el inocente reino del poeta... Lo difícil es mantenerse en ese horizonte trazado por el poeta. La palabra poética interrumpe, en esos instantes, el peso y los pesares del mundo al permitirles cobrar la debida distancia con ellos mismos. Presencia y ausencia del mundo... Porque el poeta pertenece y no pertenece al horizonte del “nosotros”. De los que día a día nos encontramos en la calle, o en el supermercado, o en las aulas, o en la cafetería, o en la intimidad del hogar. De nosotros, que hemos creído de buena fe que todo en el mundo gira sobre nuestras cabezas, o se mueve bajo nuestros pies. A nosotros nos habla siempre el poeta, pero nos habla todo el tiempo desde esta inabordable distancia y en esta tibia perplejidad. Un poeta no es de este mundo, y, si lo es, el mundo no vuelve a reconocerse como era antes... Ausente, sigue entre nosotros como una presencia en pie de guerra contra los encantamientos de la presencia. Al fin, de un poeta conservamos menos las imágenes y las entonaciones que su conmoción. El poeta nos conmueve al desactivar nuestras soberbias y nuestras torpezas diarias. Desde ese parpadeo que es el inocente reino del poeta, desde su margen y desde su amoroso desdén, aún podemos habitar el mundo. Un placer escucharos. Gracias.