Del libro del profeta Habacuc (1, 12-17; 2, 1-4)
Señor, ¿no eres, desde siempre, mi Dios?
¡Oh, Santo, que no muramos!
Señor, lo pusiste para sentenciar;
¡oh, Roca!, lo estableciste para juzgar.
Tus ojos, puros para contemplar el mal,
no soportan ver la opresión.
¿Por qué, pues, ves a los traidores y callas,
cuando el malvado se traga al justo?
Tratas a los hombres como a peces del mar,
como a reptiles sin dueño.
Los atrapa a todos con su anzuelo,
los arrastra con su red;
los amontona en su barca
contento y alegre.
Por eso ofrecen sacrificios a su red
e incienso a su barca,
pues en ellos tienen su sustento,
su ración y comida abundante.
¿Seguirá vaciando su red,
asesinando pueblos sin compasión?
Aguantaré de pie en mi guardia,
me mantendré erguido en la muralla
y observaré a ver qué me responde,
cómo replica a mi demanda.
Me respondió el Señor:
«Escribe la visión y grábala
en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo,
pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella,
pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará;
pero el justo por su fe vivirá».
Palabra de Dios.
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