El camino lo pisas, y te entrega, a cambio, la seguridad de llevarte a casa. No quieras tomar atajos. Si te aventuras en ese jardín de tus comodidades, acabarás sepultado en uno de los fosos que ocultan las flores. Pisa sobre Cristo, no temas, que Él se ha puesto a tus pies. Ponlos sobre sus huellas, y llegarás.
La verdad la contemplas, y gozas su belleza procurando no poner tu mano sobre ella, porque la ensuciarías. El brillo de la mentira es pasajero, y, cuando se apaga, deja ver una montaña de inmundicia. La claridad de la verdad, sin embargo, se mantiene siempre encendida. Contempla la vida del Señor, busca su rostro, sea el Señor tu delicia (Sal 37, 4).
La vida se goza. Se recibe de lo alto, y se saborea como se gusta el néctar más dulce. La bebes, y dejas que te llene por dentro y asome a los ojos y a los labios como luz. La muerte embriaga y, después, destruye; la vida endulza y vivifica. Deja que Cristo viva en ti, y lo gozarás, no sólo en la tierra, sino también, eternamente, en el cielo.
Yo soy el camino y la verdad y la vida.
(TP04V)
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