Capítulo #36 Polvo otoñal, de Cecilia Eudave

Polvo obtenían por cecilia o tablet para charlas san domingo después de pagar el taxi que me dejó en la puerta del hotel el chofer me lanzo una mirada inquieta lo comprendí el gesto inmediatamente supuse que se debió a mi silencio durante el trayecto wake de las instrucciones detalladas de cómo llegar en un papelito ama llanto y quemado a punto de desbaratar o tal vez percibió mi mano ennegrecida reseca que dejó pedacitos de piel en el billete que recibió asombrado posiblemente fue mi rostro extremadamente maquillado semejante al de una máscara japonesa o a la cara de una bella que reprime la expresión le ayudó a bajar su equipaje a con la cabeza y el rápidamente saco de la cajuela y maleta pequeña al verla tan minúscula tan insignificante tan apenas con lo necesario di pena contrastaba con mi bolso de mano inmenso ni siquiera sabía que había echado dentro ni por que pesaba tanto ya no puedo llevar peso mi cuerpo se está derrumbando aun así insisto en quebrantar me los huesos como si con ello acelerar el proceso cambio de ruiz quise darle una propina no la excepto quizás observó las uñas zamora atadas logró el frío de esa tarde otoñal sino porque estaban a punto a desvanecerse en cuanto llegarán a la opacidad necesaria para extinguirse y sintió un poco de repulsión lo sé si esta sea la palabra adecuada para alumbrar lo que provoca mirarme creo que en realidad tuvo miedo el pobres joven de contagiarse de algo y yo no pudo explicarle mi sonreír siquiera hacía tiempo que se estiraba además los labios agrietados las mejillas para que esa sensación lúgubre de estar casi depositando un cadáver en ese decadente hotel no se fijarán su cabeza si quiere puedo llevarle las cosas hasta la recepción el chico lucía asustado pero al mismo tiempo un dejo de piedad o humanidad se dejaba a sus ojos tenía los dientes apretados a pesar de disimularlo con una sonrisa amigable lo sé porque a los ancianos damos pena tristeza móvil cabeza negativamente sintió cierto alivio subió rápido antes de partir agitó su mano como si se despidieron de un pariente o de un recuerdo nunca fui un ser con las system muy callado dijo mi madre era es una niña solitaria me comentaron mis hermanos lo sonreía mucho y eso alejo a los muchachos lo fui atrevida afirmaron mis amistades unas cuantas que con el tiempo están ahí más por lástima que por afecto y sea que yo lo va a estar todo lo que tocó se reseca barata en polvo esta condición la heredera de mi abuelo paterno el la tuvo y sobrellevar la lo hizo un tipo difícil hosco porque debía contener la desdicha de convertir lo que tocaba en miseria quebradizas lo casaron con la abuela cara toda ilusión y anhelo él pensó que sería una buena medicina aunque no le gustarán y le provocará deseo alguno nunca la cara vicio con ganas ni a ella ni a nadie cumple a sus deberes maritales quien sabe como quizá abandonando su cuerpo a las manos de una esposa aferrada en devolverle algo queda antemano sabía perdido a mi madre la miraba concierto cariño sorprendido de no haber secado ese minuto pedazo de carne intentaba afanosamente abrazarla con afecto siempre con el cuidado de no hacerlo con tal fuerza que llegar a romperla buscando a una razón que no lo llevará a agotar lo todo a desbaratar lo todo con el único fin de sentir algo la paternidad le hizo bien por los años muy pocos los suficientes para comprender que necesitaba alejarse de ella hola contagiada ese mal casi condena que vienen a veces como alegado familiar esa clase de emociones endémicas que confieren como herencia por ello el señor fiore a los treinta años dejo una viuda y una hija malos de su fortuna para ahogarse misteriosamente