Hija de profesores de Yoga, empecé a hacer Asanas casi antes que a caminar y no comí carne hasta que me independicé con dieciocho.
Mis estudios de Antropología me dieron un profundo entendimiento de la evolución de nuestra especie y mi breve pero intenso affair con los alimentos procesados, el azúcar, el estrés y la ansiedad cimentó la certeza de que los hábitos pueden transformar nuestra vida.
Durante unos años me convencí de que la salud es suerte y de que tener dolores casi crónicos de espalda, un poco de insomnio, cansancio permanente y 3 o 4 gripes al año era lo normal.
Me convencí de que la única forma de mantener mi peso era pasando hambre, vomitando y desgastando la elíptica a deshoras.
De qué dormir era lo que se hacía en las pocas horas que le sobraban al día y de que mantener el 100% de la atención durante una reunión era un objetivo inalcanzable.
Vivía arrancada a las necesidades de los demás. Desviviéndome por llenar todas las necesidades, todos los "hay que", todas las expectativas creadas. Dejándome siempre para el final y sintiéndome culpable y egoísta si se me escapaba el intento de priorizar. Hasta que de tanto intentar llegar acabe esparcida y deshecha.
Y entonces, me quedé embarazada. Y el embarazo me hipersensibilizó a los efectos de los alimentos procesados, del estrés, del sedentarismo. Me obligó a conectar, a ponerme en el centro y a mirarme en un espejo en el que se me veía desgastada, asustada y vacía por dentro.
Y así, me embarqué en el proceso de reajustar uno a uno mis hábitos hasta resetear mi salud.
Empecé a estudiar. Me hice todos los cursos online de nutrición, epidemiología y enfermedades no comunicables que encontré y empecé a devorar estudios científicos, libros de divulgación y documentales.
Y la evidencia científica unánime de cómo funcionamos, de cómo nos afecta cada pensamiento, cada alimento y cada movimiento cambió mi vida para siempre.
Entendí que en el último 5% de nuestra existencia como especie hemos desestabilizado el equilibrio de nuestro organismo con hábitos tóxicos y hemos terminado por creer que estamos destinados a engordar, a enfermar y a vivir con ansiedad y agotamiento.
Pero nadie está destinado a enfermar.
Nadie está obligado a engordar.
Nadie está condenado a vivir deprimido.
Nuestro estado natural es estar sanos, vitales y felices. Tenemos todas las herramientas fisiológicas necesarias pero la forma en la que comemos, pensamos y nos movemos es tóxica y contraproducente. Sólo cuando retiramos uno a uno esos hábitos y los sustituimos por hábitos Notox nos devolvemos la oportunidad de volver al estado que nos corresponde.
Eso es vivir Notox, vivir de acuerdo a la ciencia y a la lógica evolutiva para transformar la calidad de vida.
Mi primer paso fue empezar a priorizarme. Madre primeriza, emprendedora e infectada con el virus Superwoman no me quedaban ni un minuto ni un pensamiento al día para mí. Me pasaba el día poniéndole la máscara de gas a todo el mundo mientras yo a duras penas podía respirar.
Arrancándome la culpabilidad a pegotes, gradualmente me puse en el centro de mi vida. Y fue desde ahí desde donde pude empezar a vivir Notox.
Empoderada con el conocimiento de cómo funciona nuestro sistema hormonal descubrí que cuantas menos calorías comes menos grasa quemas, que los atracones son rugido de supervivencia del hipotálamo y que vomitar era el resultado de sentirme culpable por intentar vaciar una piscina con un colador.
Dejé de comer productos y empecé a comer comida y con la densidad nutricional le devolví el equilibrio al adipostato (el termostato que regula la quema de grasa) y nunca, nunca más volví a contar calorías.
Saber que tenemos más bacterias que células y que de ellas depende nuestro sistema inmunitario y la codificación de nuestros genes me dio la respuesta a la hinchazón, los cambios de humor y el cansancio crónico que llevaba arrastrando toda mi vida.
Entender, gracias a los últimos descubrimientos de la neurociencia, cómo funciona nuestro cerebro me abrió las puertas a la felicidad más profunda y verdadera.
Porque descubrí que no somos lo que pensamos, que la voz de nuestro pensamiento consciente representa un pequeño porcentaje de toda nuestra capacidad de procesamiento cerebral y que de 70.000 pensamientos que tiene al día el 90% son reiterativos y el 80% negativos. Y al entender que yo era algo, mucho más que esa voz insistente y avinagrada recuperé la perspectiva necesaria para poder controlarla.
Recuperé también el control sobre mis sentimientos desbocados, entendiendo su función evolutiva como respuesta hormonal pero reconociendo que igual que no soy lo que pienso, tampoco soy lo que siento.
Y centrada, me abalancé a recuperar la felicidad que recordaba de la infancia. Y comprobé que lo que Aristóteles intuía, hoy lo demuestra la ciencia y que la felicidad que nos da el placer es efímera por diseño. Y así, atrapados en un círculo vicioso de adicción evolutiva, hacemos el vacío cada vez más grande y vamos dejando la felicidad cada vez más lejos.
Porque la felicidad está esperando en nuestro potencial extraordinario.
No somos los animales más fuertes. Ni los más rápidos. Ni los más organizados.
Pero en un solo latido de la vida del planeta lo hemos transformado por completo y hemos transgredido para siempre la definición de animal.
Y lo hemos hecho solo con nuestra capacidad de crear. Con esa capacidad innata nuestra de imaginar lo que aún no existe y encontrar la forma de manifestarlo. Mira a tu alrededor, prácticamente todo lo que te rodea antes de existir fue una solo una idea en la mente de alguien.
Y esta capacidad de crear, cuando se utiliza con un propósito vital, estimula y aprovecha todas las funcionalidades de la capa cerebral que nos hace humanos, el neocortex. Por eso es el origen de la auténtica felicidad, porque es nuestro estado natural.
Así que, el último paso para vivir Notox fue entender que no somos lo que pensamos, ni lo que sentimos ni lo que queremos, somos lo que creamos.
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