Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
La Liturgia de hoy, en la Primera Lectura nos habla nuevamente de La conversión: Y decíamos que es la vuelta al Padre del que se había alejado por el pecado y también se aplica a los que descubren y entran en la Iglesia Católica. La conversión es convertir tu corazón extraviado, tu corazón pecaminoso-pecador, tu corazón lleno de imperfecciones al Sacratísimo Corazón de Dios, al Corazón lleno de Santidad, al Único Corazón del que brota el Verdadero Amor. Esta conversión tiene que ser desde lo más profundo de tu ser, es decir, con toda sinceridad y entrañable amor.
La Iglesia siendo Santa y pecadora, necesita pues, de la renovación constante de la gracia de Dios, para que, en efecto, se renueve de la santidad que necesita y cuando cae en pecado, se renueve del perdón de Dios LG. 8: Pues mientras Cristo, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa (por ello santa y pecadora) y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación;… es decir, que con una purificación constante estamos logrando con la perseverancia el termino de nuestro proceso de conversión.
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41], 12).
El cristiano arrepentido tiene compunción de corazón, es decir, sentimiento o dolor de haber cometido un pecado. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).
La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5, 21).
CIC 1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del hombre” (Concilio de Trento: DS 1528).
Por la gracia de Dios, el hombre se arrepintió, pues, Dios pone en el corazón del hombre el sentimiento de lo bueno y de lo malo, para que el hombre sepa conducirse y lleve un sano juicio, aunque en ocasiones es necesario que se lleve de consejos prudentes que La Iglesia sabe administrar y donar por medio de sus pastores. Así, Adán se arrepintió, Nínive, el rey David, etc. porque la gracia que viene de Dios, lo hace desde Su eternidad y desde La Cruz de Su Hijo, Quien lo ha justificado por la ofensa del hombre, pero esa justificación vale y va desde La Cruz que llega al pecado de Adán hasta los últimos pecados que se cometan en el mundo.
Por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, en tanto que el hombre ha sido impregnado de esa gracia de Dios, que Es Amor, que mueve al hombre a conocer mejor El Verdadero Amor, Ese Amor de Dios que supo darnos a Su Hijo Único hasta la muerte de Cruz para que el hombre conociera lo que es verdaderamente amar hasta el extremo. Por ello es que con La Cruz, Jesucristo nuestro Señor vence al pecado y nos hace partícipes del nuevo régimen de gracia, la gracia que el hombre había perdido con el pecado, la gracia de La Vida Eterna.
El Sagrado Evangelio nos habla de pedir y Tratad a los demás como queréis que ellos os traten, dice El Señor, porque Convertirse a Cristo, hacerse cristiano quiere decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás. Benedicto XVI. Viernes Santo 2007.
En efecto, quien recibe a Cristo recibe un corazón de más amor, porque se está alimentando del Verdadero Amor, en cuanto que Él Es La Verdad y Es Amor, y Su Amor, en efecto, lo demostró en la donación en el áspero madero, agonizante, y muerto crucificado por Amor a nosotros, para que tengamos Vida Eterna reconciliándonos con El Padre. Por ello es que el hombre acoge el perdón de Dios y la justicia Divina, pues, en efecto, el hombre es remodelado, su corazón de piedra es transformado a un corazón de carne producto de la gracia de Dios.
Siendo pues, la gracia el don o auxilio gratuito y sobrenatural de Dios por el que, respondiendo a su llamada, Él nos prepara para ser adoptados como hijos «en» su Hijo por el Bautismo, nos hace participar de su misma naturaleza y nos constituye en herederos de la vida eterna. Ya desde el bautismo recibimos la gracia porque este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt 3, 5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 5). Ya nos lo dice también San Pedro: Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías». Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?». Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar».
La gracia santificante es una participación de la vida divina. Esta vida divina no le es natural al hombre, le es añadida a su naturaleza. La gracia nos hace semejantes a Dios. Es por ello que con la gracia constante, el hombre va cada vez más santo y con ello va teniendo mayor intimidad con Dios y en ocasiones dones sobrenaturales como en los santos de La Iglesia se han manifestado, porque la gracia, como decíamos, es un don de Dios, una participación de la vida divina.
La gracia santificante hace que el alma sea capaz de conocer a Dios como Él se conoce, de amarle como Él se ama, de vivir su vida divina. ¡Miren cómo nos amó el Padre!... que nos ha amado dándonos vida, eso ya es amor, y no solo eso, sino que …quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente... Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos Tal Cual Es. 1 Jn. 3, 1-2. Por tanto, la gracia hace que podamos ver mejor El Amor de Dios, porque viendo El Amor, lo vemos a Él porque Él Es Amor, El Verdadero Amor, y no el sentimentalismo del que hemos sido partícipes antes de nuestras conversiones. La gracia, pues, va perfeccionando la vista espiritual del hombre para conocer mejor a Dios, pero de ello aquí en esta vida, solo tendremos vestigios de toda Su Omnipotencia, pero cuando se herede el Paraíso prometido, cuando Él se manifieste, como dice el Discípulo Amado Juan, seremos semejantes a Él, porque lo veremos Tal Cual Es. 1 Jn. 3, 2.
Por ello así reza el salmista hoy: El Señor completará sus favores conmigo… ¿De qué manera? con la gracia que recibiremos por nuestras peticiones en nuestra vida cotidiana, una vida religiosa que implica la perseverancia en nuestra fe, y que en este caso se refiere al pedir a Dios nos de la gracia que necesitamos (cualquier favor terrenal o espiritual), y siempre debe añadirse: si es para el bien de mi alma y mayor gloria de Dios. Porque a veces no sabemos pedir y en otras sabiendo pedir, tampoco es el designio de Dios que ve qué es lo mejor para nosotros, del mismo modo que como un padre a su pequeño hijo le procura lo mejor.
Señor, tu misericordia es eterna, / no abandones la obra de tus manos… continua el salmista. Pues, en efecto, el hombre siempre tiende a Dios, y pide que Él no se aleje, que no lo abandone, que tenga misericordia de Sus hijos y le siga dando las gracias, el don que necesitamos para que complete los favores que necesitamos cada uno de nosotros para lograr cumplir el plan que Dios nos ha dado en esta vida.
CIC 162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: «Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe» (1 Tm 1, 18-19)… Por tanto queridos hermanos y hermanas, es necesario pedir ante todo la fe, porque perdiéndola podemos naufragar y morir ahogados. Y después de ser alimentados por la fe, pedimos ser alimentados con la gracia que necesitamos para seguir nuestro trabajo cotidiano; es decir, que la fe será el motor que nos anima a seguir con el Plan de Dios que nos ha puesto para cada uno, ya que perdiendo la fe, no creeremos en el Plan de Dios, y luego no pediremos ninguna gracia porque nuestra fe que se ha extinguido no considerará pedir algo a Dios, y es por ello que perdiéndola naufragamos.
…Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9, 24; Lc 17, 5; 22,32); debe «actuar por la caridad» (Ga 5, 6; cf. St 2, 14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rm 15, 13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia… CIC
Ga 5, 4-6: Si ustedes buscan la justicia por medio de la Ley, han roto con Cristo y quedan fuera del dominio de «la gracia.»… es decir, que quien sigue los preceptos humanos, han roto con Dios, porque se está creyendo solo en el raciocinio humano y se ha dejado la fe, y al dejar la fe, el hombre, en efecto, queda fuera del dominio de la gracia, porque sin fe se estanca y se diluye la vida sobrenatural, aquella en la que se cree por la fe. Por ello continúa el Apóstol: Porque a nosotros, el Espíritu, nos hace esperar por la fe los bienes de la justicia… es decir, que El Espíritu Santo es el dador de los dones de Dios, que en este caso es la fe, y en la fe se espera los bienes de la justicia, es decir, los demás dones y virtudes del Espíritu Santo para que La Justicia Divina se vuelque en nuestros corazones. Y continúa el Apóstol: En efecto, en Cristo Jesús, ya no cuenta la circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que obra por medio del amor… es decir, que la fe suple a lo terrenal, al raciocinio del hombre que lo vuelve ateo o agnóstico, pues, en ello están unidos la circuncisión que manifestaba el pueblo judío, que aplicado a la ley, seguía ensimismado en que la ley y solo la ley había que cumplir a rajatabla, como el ateo que solo busca razones válidas según las leyes de la física que solo el hombre ha descubierto, pero que son impenetrables para la ley de Dios como por ejemplo los milagros, que existen pero son impenetrables para la ley del hombre porque es sobrenatural, pero igual siguen existiendo y ello no lo quita nadie y ninguna ley natural, es decir, ninguna ley del hombre, porque lo natural es arrasado por lo sobrenatural, de ello dan cuenta los mismos ateos que por sus incomprensiones naturales son arrasados por la acción sobrenatural de Dios.
Por tanto queridos hermanos y hermanas, es muy necesario pedir a Dios nos conceda el aumento de nuestra fe para lograr cumplir siempre lo que Dios quiere de nosotros día a día, y nutridos con esa fe, podemos pedir los favores que necesitemos, porque por la fe ya creemos que se nos darán.
Por último, si pedimos a Dios que nos conceda la gracia que necesitamos, es porque ella la volcaremos a hacer obras de bien, y en ello está lo que El Divino Maestro nos manda hoy: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten»… pues, ¿Qué a caso Dios no desea el bien para nosotros? Entonces, si Dios nos da la gracia que necesitamos, es porque debemos compartirla con nuestro prójimo, porque sin compartirla, Dios no nos dará más de la cuenta. Esto más en el sentido sobrenatural, pues, hay quienes teniendo dones y virtudes no lo comparten con el prójimo, y por ello siempre la llamada de Dios para que seamos generosos con lo que poseemos en nuestras manos: Enseñanza, asistencia, donación de bienes, y todas las obras espirituales y corporales de misericordia. Pues, tratándolos bien, construimos una sociedad más cohesionada en la caridad. Ya nos dice Juan: La señal de que «amamos» a los hijos de Dios es que «amamos» a Dios y «cumplimos» sus mandamientos. 1 Jn 5, 2. Y 2 Jn 3-5: También estarán con nosotros «la gracia», la misericordia y la paz de Dios Padre y de Su Hijo Jesucristo, «en la verdad y en el amor»… Y ahora te ruego: «amémonos los unos a los otros.» Con lo cual no te comunico un nuevo mandamiento, sino que el que tenemos desde el principio.
Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)
En el nombre del Padre, etc…
Comentarios