La conversión de Saulo
“Levántate, porque me he aparecido ante ti para nombrarte como uno de mis servidores. Quiero que anuncies lo que ahora sabes de mí, y también lo que sabrás después.”, Hechos 26:16 (TLA).
Sin duda alguna la conversión de Pablo es la más conocida de las conversiones en la historia de la primera Iglesia. Fue tan impresionante que el libro de los Hechos la narra en tres ocasiones diferentes (Hechos 9:1-22; 22:6-16; 26:12-18).
Pero ¿qué hizo que un hombre como Pablo, que odiaba el nombre de Jesús, que perseguía y torturaba a los cristianos, se convirtiera en uno de ellos y llegara a ser un misionero y defensor del cristianismo?
La respuesta es que Jesús de Nazaret, a quien Saulo creía muerto, se le apareció, dando pruebas de que no estaba muerto, sino que realmente había resucitado y que le llamaba, desde su gloria, para que le sirviera.
Antes de tener un encuentro personal con Jesús, Saulo, le consideraba un impostor, ya que se hacía llamar el Hijo de Dios. Para Saulo, la persona de Jesús no se ajustaba con la idea que él tenía acerca del Mesías. Ni su carácter, ni su doctrina, ni su posición social, nada coincidía con lo que Saulo creía acerca del Salvador que Dios enviaría para liberar a Israel. Y como Jesus murió en una cruz, Saulo le considero que estaba bajo la maldición de Dios (Deuteronomio 21:23).
Por ello, Saulo se convirtió en enemigo del cristianismo, porque no podía permitir que, a quienes él consideraba sólo un grupo de fanáticos, anduvieran blasfemando la religión que Saulo tanto defendía. El libro de los Hechos nos muestra la furia y el odio que sentía contra el Señor. Por ejemplo: “Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba en la cárcel.”, Hechos 8:3. En Hechos 9:1 dice: "Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor..." El mismo lo acepta en Hechos 26:11: “Muchas veces, castigándoles en todas las sinagogas, procuraba obligarles a blasfemar; y enfurecido en extremo contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras.”.
En Hechos 9:5, Jesús se presentó como a quien Saulo perseguía. Fue entonces que Saulo comprendió que a quien estaba persiguiendo y amenazando era al propio Jesucristo representado en cada cristiano a quien Saulo odiaba. Quien atenta en contra de un hijo de Dios, realmente lo está haciendo en contra de Dios mismo, por eso Jesús le dijo a Saulo: “dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. El aguijón es una especie de lanza que se utiliza para picar las piernas de los bueyes que están arando la tierra para que anden en la dirección que quiere el sembrador. Es muy necio dar patadas a un aguijón porque lo único que se causa es daño a sí mismo. Saulo, al perseguir a los cristianos, se estaba dañando a él mismo. Aquí también podemos ver la compasión de Jesús quien tuvo preocupación, no por la persecución, o, digamos, las patadas de Saulo, sino por el daño que el propio Saulo se estaba causando a sí mismo.
Saulo se dio cuenta de lo rotundamente errado que estaba en su religiosidad, en su celo equivocado, en sus supuestos logros, en todo lo que era, en todo lo que hacía. Por ello sólo atinó a responder temblando y temeroso: “¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). En esa pregunta, Saulo estaba manifestando su total y absoluta rendición al Señor Jesús.
Así como para con Saulo, Dios dispone de aguijones para que nos aproximemos a Él. Tanto para creyentes como para no creyentes. Dios está constantemente llamando la atención del hombre; pero muchas personas, en vez de encaminarse en la dirección de Dios, le dan patadas al aguijón, lastimándose a sí mismos y yendo en la dirección equivocada.
Igualmente, cada persona que no hace la voluntad de Dios está dándole coces al aguijón, y se daña a sí mismo.
La conversión siempre se produce como consecuencia del acercamiento de Dios al hombre, nunca al revés. Jesús inició el encuentro que terminó con la conversión de Pablo. Pablo tuvo que admitir que no era merecedor de la salvación. Por el contrario, en sus propias palabras afirmó ser "el peor de los pecadores" (1 Timoteo 1:15 -TLA).
Pero, en todo caso, para la conversión es necesario un encuentro personal con Jesucristo. Rendirse, ceder a su señorío en arrepentimiento y fe para alcanzar, por la gracia de Dios, el perdón y salvación eternos.
¡Bendiciones!
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