Hoy leo unas palabras escritas por san Rafael Arnáiz (el hermano Rafael), el 4 de marzo de 1938:
«¡Qué hipocresía decir que nada tiene… el que tiene a Dios! ¡Sí!, ¿por
qué callarlo?… ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no gritar al mundo entero, y
publicar a los cuatro vientos, las maravillas de Dios? ¿Por qué no decir a las
gentes, y a todo el que quiera oírlo?… ¿Ves lo que soy?… ¿Veis lo que fui? ¿Veis
mi miseria arrastrada por el fango?… Pues no importa, maravillaos, a pesar de
todo, yo tengo a Dios…, Dios es mi amigo…, que se hunda el sol, y se seque el
mar de asombro…, Dios a mí me quiere tan entrañablemente, que si el mundo
entero lo comprendiera, se volverían locas todas las criaturas y rugirían de
estupor.
Más aún… todo eso es poco. Dios me quiere tanto que los mismos
ángeles no lo comprenden. ¡Qué grande es la misericordia de Dios! ¡Quererme a
mí…, ser mi amigo…, mi hermano…, mi padre, mi maestro…, ser Dios y ser yo lo
que soy!»
El hermano Rafael percibe de un modo intensísimo el amor de Dios por él. Y
es tanto su asombro y su alegría, que quiere gritarlo y publicarlo al mundo entero. No
importa lo que he sido, no importa el cúmulo de mis pecados. Lo único que importa es
que Dios me quiere entrañablemente. Pero, hasta tal punto, que si comprendiéramos
ese amor nos volveríamos locos. Hasta los mismos ángeles no lo entienden.
Señor, me gustaría percibir así tu amor. No entiendo cuánto me amas. Si lo
entendiera un poco más, si lo percibiera en mi carne, me volvería loco. Este amor entre
Tú y yo es una verdadera locura. Tú eres un Loco de amor. Y yo podría estar loco de
amor por Ti. Y entonces viviríamos como locos enamorados y felices. Incluso en el
dolor. ¡Qué maravilla sería este mundo si todos estuviéramos locamente enamorados
de Ti, Señor!
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