02-10-2025 ¡Feliz 2 de octubre, Carmen! - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia por hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. Pues hoy es la fiesta de los ángeles custodios y hace unos días, el 29 de septiembre, celebrábamos a los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael. Así que esta semana va de ángeles y la iglesia nos invita a acordarnos de esas criaturas invisibles que son muy poderosas, como se dice en las antífonas de la misa, y que si acudimos a ellas nos pueden ayudar en muchas cosas.

San Rafael es el ángel que acompañó a Tobías en el camino de su vida y cada ángel custodio podríamos decir que nos acompaña también a nosotros y nos ayuda en nuestro camino hacia el cielo. En este ratito de oración, Señor, quiero meditar, que tú y yo meditemos un poco sobre un camino al cielo que suscitaste en la iglesia precisamente un día como hoy, y más concretamente quiero fijarme en Carmen, una hija tuya, Señor, que transitó alegramente ese camino.

Pues ese camino es el Opus Dei, que vio la luz precisamente un 2 de octubre de 1928 en Madrid, hace casi 100 años. Las campanas de la iglesia de Santa María de Los Ángeles, precisamente de Los Ángeles, sonaban cerca del lugar donde San José María hacía unos días de retiro espiritual.

Y en un momento de esa mañana, repasando unas notas que había escrito, dice San José María que vio el Opus Dei, así lo dice él, vio, y enseguida dedicó todas sus energías a poner en marcha eso que había visto. Un camino de santidad en la vida ordinaria, a través del trabajo y de las ocupaciones ordinarias. Un camino que nos recuerda que la santidad es para todos, sean cuales sean nuestras circunstancias.

Pues en este 2 de octubre no podía dejar de acordarme de Carmen, una numeraria del Opus Dei, que falleció de un cáncer el pasado 28 de julio, una chica joven, y a la que gracias a Dios me ha tocado atender sacerdotalmente en los últimos años y meses de su vida. Carmen vivía en un colegio mayor universitario en Pamplona, rodeada de 100 chicas, de 100 universitarias. Ella disfrutaba entre estas chicas jóvenes, escuchando y acompañando sus dificultades, sus ilusiones, sus amores, sus problemas, sus alegrías o decepciones.

Tenía muy interiorizado ese amor universal de Cristo por todas las almas, que san Josemaría expresaba de esta manera, de 100 almas nos interesan las 100. Por un alma hay que hacer lo que sea, decía Carmen. Esa apertura a todas las almas es también consecuencia del don del celibato que había recibido y que a semejanza del corazón de Cristo célibe no se dirige con exclusividad a nadie para estar abierto a muchos, a todos.

Como persona que buscaba la santidad en lo ordinario, la vida de Carmen no llamaba la atención y seguramente las chicas que vivían con ella, pues viendo la normalidad con la que actuaba, no se daban cuenta de la intensidad de su oración, de la vehemencia de los deseos que tenía de ver a las almas cerca de Dios.

Cualquier pequeño paso, pues era un motivo de gran alegría para Carmen. Nada le alegraba tanto como ver a una de esas chicas acercarse a Dios. Celebraba con agradecimiento a Dios cada vez que se decidía una a hacer un curso de retiro o a tomarse en serio su vida cristiana o a dar un pequeño paso en su camino hacia el cielo o a entregarse totalmente a Dios como hizo Carmen.

En el evangelio que se leyó en el funeral de Carmen, el Señor se despide de los discípulos en la última cena y les dice que les va a preparar una habitación en la casa del cielo. Y Tomás le dice a Jesús, Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Benedicto XVI, en una homilia en la misa de la solemnidad de la Epifanía, decía que los santos son como estrellas que, como la estrella de Belén, nos indican el camino hacia Jesús, hacia esa casa del Padre, podríamos decir.

Y hay muchos santos y muy distintos porque hay muchas maneras de llegar al cielo. Hay, gracias a ti, Señor, una gran variedad de rutas. Cada santo se convierte en estrella que guía, en compañero de viaje, porque la ruta hacia el cielo no se puede hacer de modo solitario. Nos perderíamos. Necesitamos que alguien nos guíe, que nos haya precedido y que nos ayude.