07 de septiembre 2025 - Homilía de 20h - Don Pablo

Del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo al ver Jesús el gentío subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos y abriendo su boca les enseñaba diciendo bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos, bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra, bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados, bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia porque ellos quedarán saciados, bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia, bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios, bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos, bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnen de cualquier modo por mi causa, alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. Palabra del Señor.

Dice en el Evangelio, entre las bienaventuranzas, la que hemos repetido y la que hemos escuchado también en el Aleluya, bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Hoy celebramos en Pozuelo, como hemos dicho antes, la solemnidad de la Virgen de la Consolación, que es nuestra patrona. Y es un día muy especial, de fiesta. Y además, todos pienso que, de alguna manera, cuando escuchamos las bienaventuranzas, hacemos un silencio especial porque nos vemos de alguna manera como reflejados en algo de lo que aparece ahí. Y sí que hay también en nuestra vida, tocamos, muchas veces nos enfrentamos al misterio del dolor. A veces personalmente, a través de otra persona, de las contrariedades, ¿no? Y de la misma manera pienso que Cristo, en la cruz, sucede que el Padre escucha esas súplicas de Cristo y le concede ese consuelo que necesita Cristo, un consuelo que tiene rostro de mujer.

Y permite que en ese instante en el que Jesús está cargando con la cruz, lo contemplamos en una de las estaciones del Vía Crucis, creo que la tercera, se encuentre con María, ¿no? Y María le acompaña a Jesús. Y sabemos que está Iusta, cruz en Jesús, junto a la cruz de Jesús, María, ¿no? Pues de la misma manera que para Jesús fue un consuelo tener a su madre, pienso que también el Señor nos conceda a nosotros esa presencia de María en nuestra propia vida como signo de consuelo. Pero pensaba también si nuestros sufrimientos son comparables con los sufrimientos de Cristo.

Para nosotros se nos rompe el alma, ¿no? Esa contrariedad, ese problema, esa dificultad, esa debilidad, esa miseria, a lo mejor esa enfermedad o esa persecución. ¿Realmente lo que nosotros sufrimos aquí en la tierra se puede comparar con lo que hizo Cristo en la cruz por amor a nosotros? No sé, pienso que no. Pero por lo menos, por lo menos, se puede asociar al sufrimiento de Cristo, los agradecimientos de Cristo. Dice San Pablo en otra ocasión, completo en mi carne lo que falta la pasión de Cristo.

De alguna manera voy a unir, y eso es lo que nos ayuda la Virgen, en el fondo, en identificar nuestros sufrimientos con los de Cristo, pero no porque sean semejantes, pero sí que pueden asociarse a ellos, sí que pueden ser unidos a ellos, sí que nos ayuda, y este es el consuelo de María, que nos concede ella, acompañándonos en nuestro peregrinar, que dicen a veces en la liturgia, por este peregrinar terreno, lo que hace María es, en el fondo, ayudarnos a darle un valor, un sentido, uniéndolo al padecimiento de Cristo. Y entonces, sí que es de un gran consuelo saber que nosotros podemos consolar a Jesús, llevándolo con alegría, uniendo todo lo que nos sucede a lo que le sucede a Él en la cruz, por mis pecados, y por los del mundo entero, e intentar también nosotros vivir como esa ofrenda de nuestra propia vida, ¿qué le voy a ofrecer al Señor? Pues esta pequeña debilidad.