08-02-2025 Nada me falta - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.
Te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto
este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda,
interceded por mí. Hoy, en las lecturas de la misa, recitamos un salmo más o menos breve. Cuenta
con seis versículos y es conocido como el himno del pastor. El salmo muestra los cuidados que
Dios tiene con cada uno de nosotros y consta de dos partes. Los cuatro primeros versículos,
Dios se identifica con un pastor. Alguien que me protege de los peligros, que me guía,
me acompaña, que me lleva a la meta, que no permite que nada malo me ocurra. En los dos
últimos versículos, el 5 y el 6, Dios se identifica con un anfitrión. Con un anfitrión que me colma
de bienes, que me trata bien. Más que un anfitrión, podríamos decir, un padre bueno de familia que
cuida de todas las necesidades de los suyos, que da lo mejor que tiene. El salmo es uno de los más
bellos y más conocidos y dice así la primera parte, los cuatro primeros versículos. El Señor
es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine
por valles oscuros, nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me sosiegan. Las
frases son simples y me muestran una imagen, una escena, en la que puedo entrar con facilidad. El
pastor, las verdes praderas, fuentes tranquilas, por una parte, y por otra parte, el valle oscuro,
la cañada oscura, las sombras de muerte, que me trae una cierta angustia. Este salmo adquiere todo
su significado cuando tenemos presentes las palabras de Jesús que recoge San Juan en su
evangelio. Yo soy el buen pastor. Sí, tú, Jesús, eres el buen pastor. Y contigo llegaremos a la meta,
llegaremos a la plena felicidad. Las verdes praderas, las fuentes tranquilas. Y nuestra
peregrinación terrena no es un andar errantes por caminos intransitables. Yo camino como un
peregrino, no como un errante. El peregrino tiene meta, tiene destino. El errante va de un sitio
para otro, sin rumbo, sin destino. Y además hay un pastor, un pastor que me quiere, un pastor que
me lleva, que me guía hasta la vida eterna. Al leer el primer versículo, que es una afirmación
potente, el Señor es mi pastor, nada me falta, enseguida me viene a la cabeza el recuerdo de los
versos de Santa Teresa de Jesús. Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta. La verdad
es que entre este primer versículo y Santa Teresa podríamos quedarnos un buen rato en silencio,
haciendo oración, quizá sin decir nada, mirando a Jesús, pero saboreando lentamente la dulzura y
gran verdad de estas palabras. Nada me falta si te tengo a ti, Señor, si tú estás conmigo. Tú,
Jesús, buen pastor, me guías por el sendero bueno, por el sendero correcto, y aunque camine
por valles oscuros, nada temo, porque tú vas conmigo. Aunque los caminos de mi vida sean difíciles,
nunca estoy solo. Así, Señor, haces las cosas, así nos cuidas, y así nos vas haciendo idóneos para
la vida eterna. No dice el Salmo, si camino por valles oscuros, tú, Señor, los llenarás de luz
para que yo no tropiece, para que yo no separe.