09-10-2025 Un helado que no se derrita - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato doración. Madre mía Inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

Seguramente todos hemos tenido una fase de niño caprichoso. Los niños caprichosos son un tormento, sinceramente son un poco agotadores. Conseguir su capricho les convierte en pequeñas criaturillas que tozudamente insisten para conseguir lo que desean. Cuando no lo consiguen dan la lata, lloran, patalean, tienen berrinches, se ponen de morros, como aquella niña que pedía siempre en la heladería un helado que no se derritiera, porque le horrorizaba mancharse. Hasta que un día el heladero se cansó de los antojos de la niña y le dio un cucurucho vacío. Toma, aquí tienes, este no se va a derretir seguro. El niño caprichoso no acepta el no como respuesta, tiende a manipular con rabietas, a buscar llamar la atención constantemente.

Además, una característica típica es que quiere las cosas en el momento, se le antoja un juguete, comida, lo que sea, y tiene que ser ya, todo es ya, para ya. Pobre, encuentra la alegría solo cuando satisface su capricho, y si no se frustra. El pobre niño caprichoso se nos vuelve triste. Generalmente no es que sean malos, es una etapa de su crecimiento que quizás hemos pasado todos, en las que el niño necesita aprender límites, paciencia, autocontrol. Si en vez de ser un niño es un adulto la situación es más grave y da un poco de pena. Generalmente detrás de adultos caprichosos hay un cierto grado de inmadurez.

¿Por qué te cuento esto? Porque leyendo el Evangelio de hoy me doy cuenta de que Jesús en una ocasión nos invitó de algún modo a ser caprichosos espiritualmente. Nos lo cuenta San Lucas y te lo leo. Yo os digo a vosotros, pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros si su hijo le pide un pez le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros pues sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden? Jesús, nos invitas a ser espiritualmente caprichosos, un poco niños mimados delante de nuestro Padre Celestial. Nos invitas a pedir lo que necesitamos, a buscar lo que deseamos, a insistir, pedir y pedir y pedir.

Lógicamente no te refieres a caprichos materiales, a ropa, a comida, a planes, a helados que no se derritan. El Señor nos habla de peticiones, digámoslo así, generosas, desinteresadas. ¿Cómo sabemos que nuestras peticiones van por buen camino y son correctas? ¿Cómo sabemos que le agradan a Dios? Pues se me ocurren tres termómetros. Primero, si somos constantes y no nos enfadamos cuando parece que Dios no nos atiende.

No conseguimos lo que pedimos, pero insistimos y perseveramos. Se trata de una petición que no es flor de un día. El Señor nos dice que pidamos y que nos dará lo que pidamos, pero quiere que lo hagamos con continuidad, con constancia, porque sabe que nos hace bien, mucho bien, el no recibir al instante, porque eso hace que crezcamos en humildad, en fe, en paciencia. Ese es el primer termómetro, la constante.