
1. Entra en tu cuarto, cierra la puerta

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Primera meditación del retiro del mes de marzo (año impar) predicado a hombres, sobre la necesidad de entrar en nuestra interioridad para descubrir el rumor del Espíritu Santo, escuchar su voz. El consejo del Señor: entra en tu cuarto, al interior de tu corazón, y cierra la puerta, deja fuera todas las distracciones, estáte quieto. Y para eso necesitamos tiempo.
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.
Con vuestra licencia, soberano Señor sacramentado. Vamos a comenzar nuestro retiro con el Señor expuesto aquí, lo cual es una suerte para todos nosotros poder hacer un rato de oración largo, una hora, estar una hora en la presencia de Dios, dejándonos transformar por su gracia, escuchando sus palabras. Cuanto bien nos hace, pues es una hora de silencio, una hora de meditación, una hora de estar frente a ti Señor, aunque sea una vez al mes.
Estaba pensando en este retiro los temas que coger y pensaba, bueno estamos en la cuaresma y ¿para qué vamos a hacer una cosa complicada? Vamos a hablar en la primera meditación de la oración y en la segunda del ayuno, que son las dos cosas, y si nos da tiempo algo de la limosna, sencillas.
Quizás la práctica cuaresmal más importante sea la oración, porque ahí Señor somos tocados por ti, aquí somos tocados por ti, y luego somos capaces de llevar el consuelo de Dios a los demás. Pero ¿cómo podríamos si no somos primero tocados por él en nuestra oración? Es como aquella imagen tan bonita, aquello que nos dice el Evangelio, de cuando tú Señor multiplicaste los panes y los peces, dice el evangelista que tú se los dabas a los apóstoles y los apóstoles los repartían, pero se multiplican en las manos de los discípulos porque vienen de ti, o se multiplicaban en las manos del Señor, no lo sé, pero el que multiplicaba los panes en cualquier caso es el Señor.
Nosotros recibimos de ti los panes y luego podemos darlos a los demás. Necesitamos recibir de ti y para esto es esencial la oración. San José María, nuestro padre, comenzaba una meditación que tituló la oración de los sentidos y la comenzaba precisamente el 4 de abril de 1955 con estas palabras del Señor.
Conviene orar perseverantemente y no desfallecer. Son unas palabras de San Lucas. Entonces añadía inmediatamente, la oración, hijos, es el fundamento de toda labor sobrenatural. O sea, el fundamento, algo que si no está todo se viene abajo y algo que cuando está es capaz de sostener un gran edificio.
Algo que soporta las tormentas, las riadas, cuando los fundamentos están ahí, la casa aguanta. Pues eso es la oración. Y vamos a mirarte a ti, Señor, que eres nuestro modelo. ¿Qué haces en las grandes ocasiones? Lo sabemos muy bien que nos dice el Evangelio. Al iniciar tu vida pública te retiras 40 días con 40 noches al desierto, que es el lugar privilegiado de encuentro con Dios, un lugar de oración, y pasa allí el Señor 40 días. Después, cuando vas a escoger a los 12, dice el Evangelio que pasaste toda la noche haciendo oración a Dios.
Ante la tumba ya abierta de Lázaro, dice el Evangelio que levantando Jesús los ojos al cielo dijo, Padre, gracias te doy porque me has oído. O sea, hace oración al Padre. ¿Y qué hiciste en la intimidad de la última cena, en la angustia de Getsemaní, en la soledad de la cruz? Pues Padre mío, si es posible, no pase de mí este calo. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Padre, siempre, siempre la oración al Padre. Y cuando, en la última cena, hacía aquella oración sacerdotal, rezaba así, Padre, no te pido que los saques del mundo. Padre, si es, Padre. Es algo constante. Jesús