11-10-2025 ¿Quién ha dicho eso? - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.

Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Seguro que te ha pasado el recibir alguna llamada de un número o desconocido o de un número que no tenías guardado en el móvil. Y uno siempre, cuando coge el teléfono en esas circunstancias, es una mezcla de decir, bueno, esperemos que no sea la típica máquina que me va a ofrecer invertir en no sé qué. Esperemos que sea por lo menos alguien conocido, ¿verdad? Y cuando lo cogemos y vemos que sí, que es alguien conocido, ya está. Ya cambia nuestra actitud.

Estamos dispuestos a escucharle, a hablar con él. ¿Pasa algo similar? Pues con frases que oímos por ahí o que nos encontramos en internet. A veces, si nos interesa, buscamos saber de quién es. Y la autoría nos da cierta credibilidad, nos da confianza. Estamos dispuestos a confiar, a escuchar más a alguien que nos merece nuestra atención. Si no, ponemos piloto automático, si no tenemos más remedio. Y a veces podemos tener gente hablando y lo que nos dicen nos entra por un oído y nos sale por otro.

Es la diferencia de siempre entre oír y escuchar. Oír y escuchar. Cuando escuchamos, realmente se activan muchas cosas dentro de nosotros. No solo escuchamos con los oídos, escuchamos también con la cabeza, con el corazón, con el alma. Señor, es lo que intentamos hacer contigo, no simplemente oírte. Intentamos escucharte, porque al escuchar metemos el alma, todo lo que somos. Escuchar algo es un riesgo, porque nos puede cambiar, nos puede transformar.

Escuchar llega a cambiar estados de ánimo, nos lleva a ilusionarnos, a intrigarnos, a reflexionar.

Produce en nosotros algo que no es simplemente una cosa que nos entra por un oído y nos sale por otro. Nos remueve, nos cambia interiormente. Y digo esto, Señor, porque yo lo que quiero es escucharte, no simplemente oírte. Que tu palabra llegue a lo más profundo de mi ser.

No es casualidad que en el Evangelio de hoy sea lo que nos propones. A través de San Lucas, con esa escena tan curiosa que nos puede llamar tanto la atención, ¿verdad? Y qué breve es este Evangelio. En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, dice San Lucas, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo, bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Pero él dijo, mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Qué breve y qué elocuente es este Evangelio.

Aquella mujer entre el pueblo, ¿verdad?, que llena de entusiasmo, le dio ese piropo a Jesús y, por supuesto, a su madre, Santa María. Pero, ¿cómo Jesús, como se dice así vulgarmente, ve su apuesta y la duplica? Claro, que la Virgen merece esa alabanza, pero precisamente la merece porque fue la que mejor escuchó la palabra de Dios y la cumplió. No solo eso, con esto, Señor, también nos estás diciendo a nosotros, nos estás marcando el camino, que escuchemos tu palabra y la cumplamos. Esa es la verdadera bienaventuranza.

De alguna manera, nos estás diciendo, Señor, que cuando escuchamos tu palabra, eso nos transforma. Pero no solo eso, escuchar tu palabra nos hace similares a tu madre Santa María. Hacemos que Dios nazca en nosotros. Hace pocos días, el día 7 en concreto, el Papa envió a todos los cristianos un mensaje como preparación para la jornada mundial de la juventud que se celebraría en cada diócesis ahora, en el mes de noviembre. Y en un momento determinado habla de esos testigos, de esos testigos de Dios, de esos testigos de Cristo.

Tantos santos y tantos personajes que desfilan por la Biblia, por el Antiguo y por el Nuevo Testamento, que acaban siendo testigos de Dios. Y en ese mensaje, el Papa nos dice lo siguiente. Nos invita a leer la Biblia, a leer la palabra de Dios. Y nos dice, al leer los evangelios, os daréis cuenta de que todos esos testigos encontraron en la relación viva con Cristo el verdadero sentido de la vida. Relación viva con Cristo. Escuchar la palabra de Dios, meternos bucear en la Biblia y en el Evangelio, es intentar establecer esa relación viva con Cristo. Y así es como encontramos el verdadero sentido.