15 de junio 2025 - Homilía de 12h - Don Pablo

Lectura del Santo Evangelio según San Juan. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena, pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».

Palabra del Señor.

Bueno, ayer, a última hora del día, me dice don Jesús «Bueno, cambio de planes, que no me voy por la tarde, que me voy por la mañana». Que dice «es la de doce». «¿Cómo?».

«Pues la de doce, aquí estamos». Y es una maravilla, es una gran suerte tengo, porque celebramos la misa. En el fondo es una suerte poder estar cerca del Señor y poder rezar con tantas personas y elevar un canto de alabanza a la Trinidad. La misa no es una obra nuestra, la misa es una obra de la Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, al que nosotros nos introducimos en ese misterio.

Comenzaba la misa con una oración un poco así complicada, pero decía dos palabras. Decía «Has querido revelarnos tu gran misterio». El gran misterio, ¿no? Revelación y misterio. Hay una canción que hemos escuchado a veces en la misa y tal, que dice algo así, empieza así, «Todo empezó en una cruz donde un hombre murió y un Dios se entregó». ¿No? Más o menos. Esa primera frase es lo único que me acuerdo de la canción.

Y toda la demás, muy bonita. Y entonces, todo empezó ahí, pero de alguna manera nos puede suceder como los israelitas en el desierto, que fueron liberados por Dios de la esclavitud del pecado en Egipto, sacándolos con mano fuerte y atravesando el mar, pero necesitaron cuarenta años para comprender que habían sido liberados, que eran libres.

Necesitaron cuarenta años hasta poder entrar en la tierra de promisión, que no es simplemente un lugar, sino que es un espacio, en el sentido de que también nosotros, que ya hemos sido liberados, todo empezó en una cruz cuando Cristo nos ha liberado del pecado, pero todavía nos cuesta comprender precisamente que ya estamos salvados, ya somos salvados, y nos cuesta a lo largo de toda nuestra vida, y es un proceso que a veces nos dura toda la vida, evidentemente, para poder entrar en el cielo.

Pero el cielo no lo podemos entender como un lugar, decía San Juan Pablo II, sino un estado, es decir, un espacio de relación, de relación con Dios Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo. Muchas cosas, dice el Señor en el Evangelio, muchas cosas me quedan todavía por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Hay muchas cosas, mucho misterio, parte del misterio, y la palabra misterio no lo podemos entender simplemente como algo, como un secreto, ¿no? Algo top secret, no se puede saber.

No, chus, calla. Esto es como lo de que he ido al maúsculo. No, no puedes decir nada, porque es secreto y tal, ¿no? Es un misterio, no. No es algo que no se pueda conocer o algo así, no se pueda... sino que es algo que poco a poco se va revelando, y no revelando en el sentido de un fogonazo, ¡guau!, y ya lo sé todo, sino que el Espíritu, el Espíritu Santo, os llevará hacia la verdad plena. Os ayudará a comprender progresivamente, os irá introduciendo, pero no en un conocer intelectual. Las ideas no salvan, no salvan.

Encender una vela no salva a nadie, sino que ese encender vela, ese conocer un misterio, es algo que sucede en lo más íntimo de nuestro corazón, en el hondón del alma, dice Santa Teresa de Jesús. Y ahí es donde sucede, acontece, esa experiencia del encuentro con Dios, que es un ser personal. A lo mejor ya te has perdido, ¿no?, en la homilia, lo siento, pero esto es lo que hay. Y a lo mejor es el momento para comprender que el domingo pasado que celebrábamos Pentecostés necesitamos una acción especial de la gracia de Dios, del Espíritu Santo, para entrar en ese misterio de relación con un Dios que es Padre, que es Hijo, que es Espíritu Santo.