
1789. Señor del viento y de las olas

Description of 1789. Señor del viento y de las olas
Meditación en el sábado de la III semana del Tiempo Ordinario. El Evangelio nos presenta al Señor dormido en la popa de la barca, y como al arreciar la tempestad, sus discípulos le despiertan, temerosos de hundirse. Esa barca es imagen de la Iglesia y de la propia vida. Si llevamos a Cristo con nosotros, y la Iglesia lo lleva, podemos estar tranquilos en medio de las persecuciones. Despertar al Maestro, presente en los sagrarios.
¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/874295
This content is generated from the locution of the audio so it may contain errors.
Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios
nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y
Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro
con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con
fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor,
ángel de mi guarda, intercede por mí. Aquel día al atardecer, dice el Evangelio
de hoy, y aquel día era un día de intensa predicación donde tú Señor
contaste aquellas parábolas que vimos ayer, pues aquel día al atardecer dice
Jesús a sus discípulos, vamos a la otra orilla.
O sea, a la tarde, tu Señor animas a los discípulos a pasar al otro lado. Es como
si en la madurez de nuestra vida se nos pidiera a nosotros servirle de otro modo,
en la otra orilla, en otra labor. Pero también es algo más inmediato y es que
el Señor busca un poco de descanso y de paz con los Suyos. Como diciéndonos, no
es malo descansar. Tantas veces, pues los matrimonios, por
ejemplo, han de buscar ese rato de descanso, ellos dos sin los hijos. Tantas
veces los sacerdotes y otras personas que hemos entregado nuestra vida a Dios, pues
hemos de tener unos momentos juntos de fraternidad, de convivencia, y todas las
personas pues necesitamos unos momentos de descanso a solas con Jesús. Recuerdo
aquella chica que cuando se iba a casar le decía a su marido, te recuerdo que yo
necesito todos los días una hora de soledad para tener en marcha mi vida, mi
vida en general. Y en aquella hora pues rezaba, pensaba, leía, etcétera.
Bueno, pues Jesús le dijo a sus discípulos, vamos a la otra orilla a
descansar, a estar ellos solos, a regodearse en sus cosas, ¿no?, podemos decirlo así.
Todos lo necesitamos. Y dejando a la gente se lo llevaron en
barca, como estaba. Otras barcas lo acompañaban.
Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi
llenarla de agua. Dice San Beda el Venerable que el
trabajo de los discípulos remando y el viento contrario señalan los trabajos
de la iglesia santa que entre el oleaje del mundo enemigo y el vaho de los
espíritus inmundos se esfuerza por llegar al descanso de la patria
celestial. Pues efectivamente esta barca es la iglesia, está Jesús y los
discípulos, ¿no? Y encuentran como esa tempestad y como esas olas que rompen
contra la barca, etcétera. Pero también, también, esa barca es imagen de nuestra
vida y la tempestad de nuestras luchas personales, de las dificultades que
encontramos para vivir cristianamente o para ser felices o para sacar adelante
nuestra vida. Él, Jesús, estaba en la popa dormido
sobre un cabezal. Y esto es lo importante, lo único importante.
Llevar al Señor con nosotros, aunque sea dormido,
dentro de la iglesia o dentro de mi vida. No haberlo abandonado, no haberte
arrojado al agua por mi pecado, Señor, como hicieron con Jonás, aquellos marinos,
¿no? Si tú, Señor, vas conmigo, estás en mi barca, yo puedo estar tranquilo.
Por eso, qué bonito es una poesía que se lee en el himno de Laudes,
en la liturgia de las horas, en que se dice, estate, Señor, conmigo, siempre, sin
jamás partirte. Y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo. Porque el pensar
que te irás me causa un terrible miedo, de si yo sin ti me quedo, de si tú sin
mí te vas. Llévame en tu compañía, donde tú vayas, Jesús, porque bien sé que eres
tú la vida del alma mía. Si tu vida, si tú vida no me das, yo sé que vivir no
puedo. Ni si yo sin ti me quedo, ni si tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte, temo, Señor, tu partida. Y quiero perder la vida mil
veces más que perderte. Pues la inmortal que tú das, sé que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo.