
1793. Creo firmemente que estás ahí... en el sagrario

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Meditación en el miércoles de la IV semana del Tiempo Ordinario. El Evangelio nos narra la visita de Jesús a su ciudad, Nazaret, y como los suyos no lo acogieron con fe, porque lo conocían desde siempre. Jesús se admira de su poca fe, no puede hacer muchos milagros allí y se marcha a predicar a otras ciudades. Ese mismo Jesús está presente en los sagrarios de nuestras iglesias: ¿con qué fe acudo a rezar, a la Santa Misa?
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios
nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí,
que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia.
Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de
oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda,
intercede por mí. Dice el evangelio de la misa de hoy que en aquel tiempo Jesús
se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga. La multitud que
lo oía se preguntaba asombrada, ¿de dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa
que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realiza en sus manos? ¿No es este el
carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus
hermanas no viven con nosotros aquí? Y se escandalizaban a cuenta de él. Señor,
me viene a la mente que, algo que he leído esta mañana, que realmente qué
difícil es hacer apostolado con la propia familia.
Porque nos ven tan tan cercanos que... ¿Qué le vamos a decir si saben todos
nuestros defectos? Si saben que somos carne de su carne y
sangre de su sangre. Algo así también sentiste tú con estos
compatriotas y paisanos y parientes tuyos. Y les decías, no desprecian a un
profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer
allí ningún milagro. Sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se
admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Señor, cómo te debió doler que los tuyos, los de Nazaret, los de tu ciudad, te
despreciaran como profeta. Algo de eso hay en ese lamento. No desprecian a un
profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Te tenían tan
visto. Estaban tan acostumbrados a ti. ¿De dónde saca todo esto? ¿No es este el hijo
del carpintero? Es decir, es como si te dijeran, ¿de qué vas? Venga, hombre, que te
conocemos. No te las des de maestro, que eres uno como nosotros.
Y se escandalizaban a cuenta de él, dice el Evangelio. Señor, ahora te decimos de
todo corazón que a nosotros nos gustaría compensarte con nuestra fe,
esa falta de fe de tus más cercanos. Por ejemplo, una fe, con nuestra fe, una fe
fuerte en tu divinidad. En esa divinidad que se esconde, latens deitas, dice la
Dorote de Bote, divinidad oculta, latiendo ocultamente, se esconde en la
Eucaristía, junto con tu humanidad, que también se esconde.
Señor, nosotros creemos en tu presencia real en los agrarios de nuestras
iglesias, capillas y oratorios. Lo creemos firmemente.
Creemos que estás allí con todo tu cuerpo, con toda tu sangre, con toda tu
alma, con toda tu divinidad y esperamos, Señor, que esa fe nuestra te compense
por la fe de tanta gente cercana a ti, de tu propia familia, tantos cristianos que
a veces dudan o no tienen esa fe. Creemos en tu presencia real sobre el
altar después de la consagración durante la Santa Misa. Y nosotros, con tu
gracia y con la ayuda de la Virgen, no nos escandalizaremos de ti, aunque te
veamos velado, oculto, bajo esas especies de pan y vino, sino que nos comportaría,
nos comportaremos de acuerdo con esa creencia firme, que tú
estás ahí. El mismo que entró en Nazaret ese día y sintió esa punzada de dolor de
no ser creído por los suyos, ese mismo está bajo las especies de pan y vino, el
Hijo de Dios hecho hombre, Señor de la vida y de la muerte, que nos conoces
mejor que nosotros mismos, que tienes en tu mano la llave de nuestra felicidad, que
tienes en tu mano como toda la medicina que nosotros necesitamos para vivir
felices. El mismo Jesús que hizo ver a los ciegos, andar a los cojos, hablar a los