
1795. Hombres y mujeres de conciencia recta

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Meditación en el viernes de la IV semana del Tiempo Ordinario. El Evangelio nos cuenta la triste historia de como Herodes, alentado por Herodías, que odiaba a Juan por decirle que no podía tenerla como mujer, por ser la mujer de su hermano, manda encarcelar y posteriormente decapitar a Juan. Podemos leer esta escena como una lucha entre el pecado (representado por Herodías y su hija) y la conciencia de Herodes (representado por Juan).
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios
nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y
Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro
con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con
fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor,
poderoso intercesor para la oración, ángel de mi guarda, intercede por mí. En
aquel tiempo, dice el evangelio de la misa de hoy, como la fama de Jesús se
había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él.
Unos decían, Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por
eso las fuerzas milagrosas actúan en él. Otros decían, es Elías, ya sabéis que
Elías era un profeta que según los judíos debía volver a venir.
Otros, es un profeta como los antiguos. Herodes, por su parte, al oírlo decía, es
Juan, el Bautista, a quien yo decapité, que ha resucitado. Es que Herodes había
mandado prender a Juan, nos dice el evangelio, y lo había metido en la cárcel
encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su
hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su
hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía porque
Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo y lo
defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus
magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías
entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la
joven, pídeme lo que quieras que te lo daré, y le juró, te daré lo que me
pidas aunque sea la mitad de mi reino. Ella salió a preguntarle a su madre, ¿qué
le pido? La mujer, la madre, le contestó, la cabeza de Juan el Bautista. Entró ella
enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió, quiero que ahora mismo me
des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se puso muy triste, pero por el juramento y los convidados no quiso
desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan.
Fue, lo decapitó en su cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a
la joven. La joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un
sepúlculo. Todo este pasaje tristísimo y realmente lleno de una violencia
gratuita, ¿verdad? En el fondo está narrando la tragedia de un hombre, Herodes,
que primero corrompe y aprisiona su conciencia, Juan,
quien le dice las cosas, y luego la mata. Es como una metáfora viva. Al
principio su conciencia, Juan, denuncia su pecado que está representado por Herodías.
Le decía, dice el evangelio, que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
Esto es lo que nos hace, lo que hace la conciencia, nos dice lo que está bien y
lo que está mal, lo que es reprobable y lo que es honroso.
Herodes, movido por su pecado, el motivo era que Herodes se había casado con
Herodías, dice el evangelio, encierra a Juan en un calabozo en lo más recóndito
de su fortaleza. Es decir, clausura su conciencia en su interior sin dejarle
intervenir en su vida. Lo había metido en la cárcel encadenado, nos dice el
evangelio, y repito que Juan representa la conciencia.
Pero aún así Herodes sigue escuchando su voz. Es más, dice el evangelio, que lo
oía a Juan con gusto, aunque quedaba perplejo.
Aunque nosotros intentemos encerrar la conciencia en nuestro interior sin dejarle
intervenir, sin hacerle caso, seguimos oyendo su voz tantas veces. En realidad
se daba cuenta de su importancia y la temía a la conciencia, sin querer perderla.
¿Sabía Herodes que un hombre sin conciencia no es nada?