
1801. De como la tenacidad vence a Dios

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Meditación en el jueves de la V semana del Tiempo Ordinario. El Evangelio nos muestra a Jesús predicando por la región pagana de Tiro. Una mujer cananea se acerca y le pide la curación de su hija. Jesús se hace de rogar, y al hacerlo logra que esta mujer persevere con fe y humildad, dándonos ejemplo de una oración confiada a los cristianos de todos los tiempos.
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios
nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios
mío, creo firmemente que estás aquí, que me
ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados
y gracia para hacer con fruto este rato de oración.
Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede
por mí. Y con la ayuda de María vamos a meditar, como siempre, el evangelio de
hoy, jueves de la quinta semana del tiempo ordinario, que comienza así. En
aquel tiempo Jesús fue a la región de Tiro. Tiro era una ciudad en la costa
siria, muy antigua. Herodoto, por ejemplo, el gran historiador griego, sintúa su
fundación en el año 2750 antes de Cristo.
Dicen que estaba asentada en una isla rocosa, separada por un brazo de mar del
continente, y que en el propio continente pues se asentaba también como una
segunda ciudad, que constituían juntas la misma, Tiro.
Era una ciudad pacífica, de ricos comerciantes. Durante muchos siglos fue
el puerto más importante del Mediterráneo y aparece varias veces en
la Biblia, en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el Libro de los Reyes nos dice
que un fundador, un fundidor tirio, Irán, llevó a cabo los trabajos del
Templo de Salomón. También ese Libro de los Reyes nos habla de la empía reina
Jezabel, casada con el rey Acap, que introdujo en Israel el paganismo de su
patria, los famosos dioses de Baal con sus 450 profetas, etcétera, y que se
vieron desenmascarados, ¿verdad?, por el profeta Elías.
En el siglo IX antes de Cristo, una colonia tiria fundó Cartago, ni más ni
menos. Esa ciudad que durante años rivalizó con Roma.
Luego, los profetas del Antiguo Testamento acusan a Tiro de haber
entregado israelitas a los edomitas, por ejemplo, lo dice el profeta Homós, de
haber robado sus bienes, lo dice Joel, y vendido israelitas como esclavos a los
griegos, también Joel. El profeta Ezequiel lanzó una célebre
profecía contra Tiro que se cumplió cuando fue asediada durante 13 años y
luego tomada, al menos la parte continental de la ciudad, por Nabucodonosor
en el 573 antes de Cristo. Luego, años más tarde, siglos más tarde,
Alejandro Magno conquistó la ciudad, la parte continental y la parte de la isla
en el año 322 antes de Cristo, y construyó un dique de 800 metros que
unía el continente con la ciudad, haciendo desaparecer la ciudad
continental, porque las ruinas fueron las piedras con las que construyeron el
dique, que todavía se conserva, aunque cubierto de arena, etcétera, y dando la
impresión de que esa isla es una península.
Después de aquello, pasó a ser una ciudad libre, es decir,
independiente. Y con todas estas pinceladas, señor, ya nos damos cuenta de
que Tiro era una ciudad pagana, muy pagana, que jamás había sido israelita y
que en su historia había motivos para ser mirada con malos ojos e incluso con
desprecio por un buen judío. Y sin embargo, tú, señor, fuiste también allí, a la
región de Tiro, igual que fuiste a Sidón, a predicar la Buena Nueva.
Y es que Jesús no excluye a nadie de su amistad.
Tantas veces los evangelios nos lo presentan comiendo con publicanos y
pecadores. No limitas, señor, tu trato a un grupo
restringido de personas, sino que estás con todas. Y nosotros, que pisamos donde
tú pisaste, hemos de hacer igual, con corazón grande.
San José María, como todos los santos, hablaba mucho de esto. En la primera
carta fundacional, fechada el 24 de marzo de 1930, escribía, el corazón del
Señor es un corazón de misericordia, que se compadece de los hombres y se acerca
a ellos. Nuestra entrega al servicio de las almas es una manifestación de esa
misericordia del Señor, no sólo hacia nosotros, sino hacia la humanidad toda.
Y quizás, señor, el recuerdo de este viaje tuyo...