
1829. Presa de un temor mortal, se refugió en el Señor (EDITADA)

Description of 1829. Presa de un temor mortal, se refugió en el Señor (EDITADA)
Meditación en el jueves de la I semana de Cuaresma. La primera lectura nos presenta la oración desesperada de la reina Esther que, «presa de un temor mortal, se refugió en el Señor». Todos podemos atravesar momentos similares, en los que nuestro único socorro es Dios. No dejemos de acudir a Él con confianza, sabiendo que cuanto más desvalidos y pobres nos veamos, más cerca está el Señor de nosotros.
¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/874295
This content is generated from the locution of the audio so it may contain errors.
Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.
Madre mi inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. En nuestro viaje a través de la cuaresma hoy llegamos a una estación llena de dramatismo, como nos indica ya la antífona de entrada de la misa de hoy, que dice así con el Salmo 5. Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio. Rey mío y Dios mío. Hay como un creciendo en estas palabras.
Palabras, gemidos, gritos de auxilio. Se trata de la petición de socorro de un orante desesperado que sólo cuenta con la ayuda divina en medio del peligro. No me quiero poner excesivamente patético, pero pienso que todos nos damos cuenta de que no son raras las ocasiones en la vida en las que nos hallamos o nos ponemos en una situación un tanto desesperada, sin apoyos humanos, amenazados por la catástrofe, con el riesgo continuo de venirnos abajo.
Y en esos momentos buscamos dónde agarrarnos y no lo encontramos. El suelo se nos mueve como si de un terremoto se tratara y no tenemos la estabilidad.
Incluso nos parece que cuando tendemos nuestra mano nadie la coge para tirar hacia arriba. Muchas veces son situaciones interiores, anímicas, que nadie más ve. Inseguridades, complejos, faltas de amor a uno mismo, remordimientos por oportunidades perdidas, heridas pasadas que nos debilitan, penas que nos ahogan, preocupaciones que nos asfixian.
Otras veces se trata de dificultades externas, pues la presión económica de nuestra propia familia que tenemos que sacar adelante y que no vamos bien, la falta de confianza en nuestras posibilidades para abrirnos camino en un sector, un prolongado periodo de tiempo en el paro, por ejemplo, o un trato injusto recibido en el lugar del trabajo o en la propia familia, desprecios de los seres más queridos, una enfermedad que nos limita o injusticias de los gobernantes poderosos sobre nosotros o cualquier tipo de persecución más o menos velada o abierta, pues todo eso nos hace situarnos en unas circunstancias en que nos parece que no hay salida. ¿A quién acudo yo ahora? Todo el mundo me pide a mí y yo ¿a quién le pido? La respuesta pues es a Dios, naturalmente.
La primera lectura nos presenta una situación de este tipo que estamos describiendo. La reina Esther ha sido puesta en aviso de que el rey, su marido, ha firmado una orden de exterminio del pueblo judío al que ella misma pertenece y su tío, que es quien la ha educado, le pide que comparezca ante el rey sin ser convocada, lo cual era castigado entre los persas con la muerte e interceda por su pueblo. Y la reina, después de sufrir mucho, pues se decide hacerlo.
Y la primera lectura nos dice, en aquellos días la reina Esther, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor. ¡Qué bien hizo! ¿En quién se va a ir a refugiar sino en ti, Señor? Y se postró en tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde diciendo, bendito seas Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, ven en mi ayuda que estoy sola y no tengo otro socorro fuera de ti, Señor, porque me acecha un gran peligro. Es la oración de un orante atribulado y en peligro que se refugia en el Señor y una oración intensa de la mañana a la tarde. ¡No, media hora! ¡No, no, no, no! ¡Muchas horas! Y tirada por los suelos, postrada en suelo. Nos recuerda a los habitantes de Nineveh que hicieron esa penitencia también.