
1837. Perdonar, callar, rezar, trabajar y sonreir

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Meditación en el viernes de la II semana de Cuaresma. La oración colecta nos anima a purificar los corazones con la penitencia para preparar lo que está por venir. Parte de ese esfuerzo es perdonar, que limpia el corazón de rencores, resentimientos y odios. En la primera historia tenemos el comienzo de la historia de José, patriarca del Antiguo Testamento, que fue un hombre que supo perdonar, y tipo de Jesucristo en la Cruz: «Padre, perdónalos...» Lo mismo hemos de hacer nosotros.
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. La oración colecta de hoy es otra de esas joyas para nuestra oración, como tantas y tantas de cuaresma. Reza así, concédenos Dios Todopoderoso, llegar a lo que está por venir, con los corazones limpios, por el santo esfuerzo purificador de la penitencia.
Por nuestro Señor Jesucristo, amén. Concédenos llegar a lo que está por venir. Lo que está por venir es la Semana Santa y la Pascua, es decir, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Y pedimos llegar con los corazones limpios, purificados por la penitencia, por ese esfuerzo diario durante este tiempo de cuaresma, de hacer obras de penitencia. Esa penitencia que nos libra, Señor, de tanta carga que nos tira para abajo. La avaricia, el orgullo que nos impide relacionarnos limpiamente con los demás, la sensualidad que hace exactamente lo mismo, la envidia que hace exactamente lo mismo, la comodidad, la pereza.
Pero también necesitamos, con la penitencia, librarnos del rencor, del resentimiento, del odio, que ensucian a veces nuestros corazones y suponen verdaderamente, Señor, primero una gran carga para ir hacia ti, pero en segundo lugar también un grandísimo obstáculo a la paz interior y a la felicidad. Y, por supuesto, un obstáculo entre los demás y nosotros. ¿Y cómo nos libramos? ¿Cómo nos purificamos del rencor, del resentimiento, del odio? Pues con el perdón, perdonando al que nos ofende. Ese es el esfuerzo purificador de la penitencia, en este caso para librarse del rencor y resentimiento, pues perdonar de corazón a quien nos ofende. ¿Cómo cuesta a veces, Señor? ¿Pero cómo purifica nuestros corazones también? Es un santo esfuerzo purificador.
En la primera lectura tenemos un buen ejemplo, bueno, el comienzo de una historia que es un buen ejemplo de esto. Se nos narra el comienzo de la historia de José. Israel dice el texto, amaba a José más que a todos los otros hijos porque le había nacido en la vejez y le hizo una túnica con manga, o sea, una túnica muy buena. Al ver sus hermanos que su padre lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo. Al final toda esta historia empieza con la envidia y esa primera manifestación aparentemente pequeña de rencor que es negar el saludo. Recuerdo haber leído un libro de eslavenca Dráculic titulado No mataría ni una mosca, criminales de guerra en el banquillo.
En aquel libro contaba cómo, tras detener a Radován Karazkic, el carnicero de Sarajevo, que exterminó miles de musulmanes y croatas durante la guerra, de Bosnia, se preguntaba, se preguntaba la propia autora del libro, eslavenca, cómo muta un hombre normal en un genocida como Radován Karazkic y se respondía a sí misma.
Se comienza con pequeñas cosas como no decir hola al vecino porque es de una nacionalidad diferente. Pues lo que hemos leído, al ver sus hermanos, que su padre lo prefería a los demás, la envidia, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo. Así empieza, Israel dijo a José, tus hermanos deben de estar con los rebaños en Siquén, ven que te voy a mandar donde están ellos. José fue trasladado a Sarajevo.