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By Jose Brage Meditaciones diarias
1838. Los dos hermanos y el padre compasivo

1838. Los dos hermanos y el padre compasivo

3/22/2025 · 20:15
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Meditación en el sábado de la II semana de Cuaresma. El Evangelio de hoy recoge esa parábola del Hijo pródigo, que es una joya de Lucas. Dios es un padrazo, que hace una fiesta para recibir al peor de los hijos posibles de vuelta a casa. Por si alguna vez nosotros somos ese hijo... Lo que no debemos ser es como el hijo mayor, incapaz de apreciar el amor del Padre.

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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Hoy tenemos un evangelio que es imposible saltarnoslo. Es una página maestra que nos recoge San Lucas y una parábola, la del hijo pródigo. También podríamos llamarla la del padre misericordioso. Grandes escritores como Dickens y Emerson lo consideran pues un cuento magistral desde el punto de vista literario. Hay dos hijos pero sobre todo hay un padre, el padre compasivo.

Y en realidad esta parábola es sobre la alegría del padre que acoge, que perdona, que recupera a un hijo. Algo que siempre tiene lugar a lo largo de la cuaresma. Nosotros con nuestra penitencia, con nuestra conversión nos volvemos al padre que nos acoge y hace una fiesta. Porque en el capítulo de Lucas que recoge la parábola del hijo pródigo hay otras dos parábolas y hay tres grandes fiestas. Una por la oveja perdida, otra por la moneda perdida y otra por un hijo perdido que fue encontrado.

O sea, Dios nos quiere decir tú señor celebra una fiesta cada vez que un pecador vuelve a él, cada vez que un hijo suyo es vuelto a encontrar. La alegría de Dios. Y todo eso por uno, por una oveja, por una moneda, por un hijo.

Os digo del mismo modo habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por 99 justos que no la necesitan. Y en otra, así os digo vaya alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. La alegría del cielo por uno solo. Dios no se alegra con la perdición de los pecadores. Jesús lloró sobre Jerusalén. Jeremías vio las lágrimas de los ojos de Dios sobre la desolación del pueblo de Israel como dice en su capítulo 13. Isaías vio a Dios como un novio que se alegra con su novia. Así se alegrará Dios sobre el pecador arrepentido.

La imagen de la boda que es el máximo de alegría. No se trata de un poquito de alegría. No, no, no. Es el punto álgido, el máximo en los asuntos humanos. En sofonías se nos dice que Dios se alegra con gritos de júbilo, con gritos alaridos. A veces pensamos Señor, en Dios, Padre, como alguien serio, justo. Pero no lo pensamos así, alegre, de fiesta, gritando de júbilo. El Dios de la alegría y de la fiesta. Y por un solo pecador. Porque no empieza esa fiesta con mil pecadores, con cien, con diez. No, con uno. Y eso es lo que haremos en el cielo, la fiesta que no acaba.

La alegría de Dios rebota en los ángeles y en los bienaventurados. Vuelve a nosotros, vuelve a rebotar. Eso será el cielo, un sumum de alegría y de fiesta.

Los fariseos y escribas eran los destinatarios de esta parábola. Los fariseos creían conocer a Dios. Conocerlo no de cualquier manera, sino íntimamente.

Creían conocer su verdad, la verdad de Dios. Es más, creían que ellos les representaban y que Dios les conocía a ellos y les reconocía como sus verdaderos servidores. Y tu misión, Señor, da la impresión que es destruir esta ilusión. Mostrar a la gente y a los fariseos que en realidad no conocían el verdadero Dios. De todo eso va el capítulo 15 de Lucas, que recoge estas tres parábolas y especialmente la del hijo pródigo.

Y para probar que los fariseos no conocían a Dios, precisamente el versículo 1 de este capítulo es este. Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. O sea, los publicanos que eran los recaudadores de impuestos, odiados por los judíos, enemigos de los fariseos, los publicanos y los pecadores. Pero a esa gente se une Jesús.

Estos son los que le oían. Se sentaba a la mesa con ellos, que en Oriente Medio es como afirmar la valía de una persona. Y los fariseos murmuraban. Nos dice el versículo 2 que los fariseos y los escribas murmuraban diciendo, este recibe a los pecadores y come con ellos. En otra ocasión dijeron, este...

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