
1842. Tomar posesión de la tierra prometida

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Meditación en el miércoles de la III semana de cuaresma. La primera lectura, tomada del Deuteronomio, nos presenta a Moisés dando instrucciones para asegurar que el pueblo vive y logra entrar en la tierra prometida. Jesús nos da sus mandatos para convertir este mundo, hasta donde es posible, en la tierra prometida de un nuevo Edén.
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Por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mi inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. Hoy la misa comienza con esta antífona de entrada, tomada de salmo 119. Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine. Se lo pedimos al Señor.
Con gran confianza. Le pedimos que no nos domine ninguna maldad, que nuestro corazón esté limpio, que nuestros pasos estén bendecidos con su promesa, con su gracia y que nos acerquen a él, que nos dirijan a lo largo de nuestro día, a lo largo de nuestra vida en esta cuaresma, que nos dirijan hacia una mayor cercanía y amistad con él. Luego tenemos en la misa esa primera lectura tomada del Deuteronomio. El Deuteronomio es el último libro de la Torah judía o del Pentateuco cristiano. Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Y significa segunda ley. Deutero, segunda, Nomos, ley.
El pueblo judío está comenzando la conquista de la tierra prometida y Moisés, teniendo a todo el pueblo ante él en los llanos de Moab, les da una serie de leyes y prescripciones que se añaden como segunda ley a la primera ley del Sinaí, a las tablas de la ley. La primera lectura de hoy empieza así.
Moisés habló al pueblo diciendo, ahora Israel escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que cumpliéndolos viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. Para que cumpliéndolos viváis y entréis a tomar posesión de la tierra. Los mandatos del Señor, porque Moisés es un tipo, una figura, una prefiguración de Jesucristo, ¿verdad? Los mandatos del Señor, de Yahvé en tiempos de Moisés y los mandatos de nuestro Señor Jesucristo son vida. Cumpliéndolos para que cumpliéndolos viváis. Nos hacen enterrar en la tierra prometida.
Es decir, traen el paraíso a la tierra, el paraíso a la iglesia, el paraíso a tu familia que es esa iglesia doméstica. Piensa por ejemplo en el principal mandato del Señor, aquel que resume todos los demás, el mandato del amor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo. Un mundo donde impere esta ley del amor, donde todos los hombres seamos respetuosos con lo que Dios ha querido crear con sus leyes internas, con la vida que le ha dado a las criaturas, con la finalidad de las diversas funciones humanas, etcétera.
Pues ese sería un mundo sin aborto, sin guerra, sin tantas cosas. Un mundo donde impere la ley del amor, donde los hombres nos veamos como hermanos, donde los matrimonios se quieran tiernamente, se perdonen rápidamente uno a otro, lo mismo cualquier persona con los hermanos, por ejemplo. Un mundo donde los hijos sirvan en sus familias, ayuden a sus padres, también esos hijos adolescentes, en vez de ir a su bola, si es que van a su bola. Un mundo donde nadie use a otro como instrumento para satisfacer su pulsión sexual, sino que busque cuidar de esa otra persona y protegerla.
Un mundo donde los compañeros de trabajo y sus jefes busquen el bien común, el bien común de la empresa, se apoyen con lealtad unos a otros, se ayuden con espíritu de servicio, en vez de darse dentelladas para quedar el primero en una carrera en la foto o para buscar su interés particular. Un mundo, en definitiva, donde se viviera la regla de oro, trata a los demás como quisieras que te trataran a ti. ¿Acaso no sería el paraíso en la tierra?