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By Jose Brage Meditaciones diarias
1866. El Rey duerme, Maria vela

1866. El Rey duerme, Maria vela

4/19/2025 · 18:48
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Meditación del Sábado Santo. Jesús está en el sepulcro, y María lleva toda la fe y la esperanza de la Iglesia en su corazón, en espera de la Resurrección. Acudir a la Virgen en nuestras necesidades y luchas. Con ella siempre se puede. El Santo Rosario, arma poderosa.

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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos libramos Señor Dios nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, aunque estés encerrado en el sepulcro, a la vez estás dentro de nosotros, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

La pasión que leíamos ayer en los oficios acababa así, entonces José Darí Matía y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía y como para los judíos era el día de la preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Y Señor ya empezaba a hacer efecto tu muerte porque para empezar cambió a Nicodemo de cobarde en valiente. También tuvo otros efectos, San Marcos cuenta que el centurión exclamó verdaderamente este es, este hombre era hijo de Dios. La muerte del Señor desde el primer instante tiene esa eficacia maravillosa, la violencia de toda la pasión se troca en ternura y nosotros Señor también podemos consolarte ahora que estás enterrado, queremos besar el crucifijo con amor, con ternura, cada una de tus llagas, hacer actos de contricción.

San José María escribió en el Via Crucis esas palabras maravillosas que son una oración estupenda. Yo subiré con ellos, con Nicodemo y con José Darí Matea, al pie de la cruz. Me apretaré al cuerpo frío cadáver de Cristo con el fuego de mi amor. Lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones.

Desagravio que es pedir perdón por nuestros pecados y los demás y quizás ofrecer algún pequeño sacrificio en perdón de nuestros pecados. Lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia y lo enterraré en mi pecho de roca viva de donde nadie me lo podrá arrancar y ahí Señor descansad.

Díselo tú de corazón esto. Se lo digo yo también. Cuando todo el mundo os abandone y desprecie, serbian, os serviré Señor. Con estos pensamientos quizás hemos pasado esta noche después de contemplar la pasión de ayer y de adorar la cruz. Quizás nos hemos despertado de noche un poco inquietos porque el estómago clamaba después del ayuno de ayer y hoy cuando nos hemos levantado hemos visto esa quietud y ese vacío del sábado santo. Es un día de duelo, de silencio en la iglesia. La creación entera calla aterrada.

Jesús está en el sepulcro y la liturgia calla, guarda silencio. Ni siquiera está el Señor en los agrarios o en algunos agrarios donde se han celebrado los oficios. Cada uno siguiendo este ejemplo de la misma creación y de la liturgia cada uno ha de esforzarse por hacer silencio en su interior con el recogimiento, haciendo callar a nuestras pasiones, la ira, por ejemplo, a la codicia, por ejemplo, la sensualidad, por ejemplo, la vanidad de quedar bien, por ejemplo, hacer callar a nuestras rebeldías, a esa soberbia o ese orgullo.

Hacer callar a nuestra falta de generosidad, a todo lo que nos aparte de Dios. Ese es el silencio que nosotros tenemos que hacer dentro de nosotros. Un silencio expectante porque viene la resurrección, ya llega el Señor. No sabemos bien lo que pasó en este día pero nos podemos imaginar la expectación de millones de hombres de todas las épocas, de todas las razas, en todos los lugares que están en la iglesia.

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