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By Jose Brage Meditaciones diarias
1869. Angeles, lágrimas, abrazos, un nombre

1869. Angeles, lágrimas, abrazos, un nombre

4/22/2025 · 16:28
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Meditación del Evangelio del Martes de Pascua: la aparición del Resucitado a María Magdalena, según San Juan. La Magdalena llora, busca, pregunta y encuentra a Jesús. Y se convierte en la primera apóstol de la Resurrección. ¿Cómo es mi amor a Jesús?

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Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia, como siempre, en estos días que estamos haciendo nuestra oración diaria, gracia para hacer con fruto este rato de oración, porque si no es por ti, Señor, nuestra oración se queda muda, seca. Necesitamos que nos ayudes. Acudimos también a nuestra madre María Inmaculada, a San José, nuestro Padre y Señor, y a nuestro ángel de la guarda.

En el evangelio de hoy, que está tomado del evangelista San Juan, vemos como protagonista a María Magdalena. Bueno, el protagonista lo eres tú, Señor, el resucitado, pero ya me entiendes. Dice un poeta que en cuanto apareció la estrella matutina, María Magdalena, María de Cleofás, Juana y Salomé recogieron todos los bálsamos de Jerusalén. Todos los perfumes del mundo iban en sus ánforas. Los primeros pájaros despertaban de pura fragancia. Todos los domingos de la historia son así desde entonces.

A esta visión poética del camino de las mujeres al sepulcro de madrugada, Lucas añade que se preguntaban unas a otras ¿quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero, aunque no tenían una respuesta, seguían adelante.

¿Tampoco sabían si los soldados les dejarían entrar? Probablemente no, pero seguían adelante, imparables, a la buena de Dios, más guiadas por el amor de su corazón que por razones objetivas que siempre podemos encontrar para no dejarnos llevar por nuestro amor. Y como siempre ocurre, a quien hace lo que puede, decía San José María, Dios no le niega su gracia. Cuando llegan al sepulcro los obstáculos que parecían insalvables ya no están. Los soldados han huido llenos de pánico, la piedra del sepulcro ha sido movida por unos ángeles, etcétera.

Esto siempre pasa. Quien insiste con tozudez en lo que cree bueno en la presencia de Dios, quien vence el temor y la pereza y se pone manos a la obra con espíritu de sacrificio, a ese Dios le ayuda y le remueve, le quita los obstáculos. El mundo es de Dios pero se lo alquila a los valientes. Por tanto, una primera consideración al comenzar este rato de oración, audacia, ambición. Las cosas que nos parecen imposibles no son imposibles sino lo son solamente porque nos lo parecen, no porque lo sean realmente.

Aquellas palabras del ángel Gabriel a nuestra madre la Virgen, que eran más bien una confirmación de lo que la Virgen ya sabía, porque para Dios nada imposible. Para Dios nada imposible.

María Magdalena, esa mujer protagonista de hoy, joven e impulsiva, sale corriendo después de ver el sepulcro vacío y las demás mujeres quizás tras ella pero más despacio. Y así, dice Juan, que llegó a donde estaban los discípulos y les dijo se han llevado al señor de sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.

Pedro y Juan inmediatamente salen corriendo al sepulcro y María Magdalena, esta atleta de Dios, sale corriendo detrás de ellos otra vez.

Los discípulos después de sobrevar el sepulcro vacío vuelven al cenáculo, muy intrigados, aunque se dice tibiamente que Juan creyó, pero María Magdalena se queda junto al sepulcro, desolada, atada por su amor.

San Agustín cuando contempla esto dice, al volverse los hombres, Pedro y Juan, un afecto más fuerte sujetaba al sexo más débil en el mismo lugar, la Magdalena.

Y así empieza el evangelio de hoy con estas palabras. En aquel tiempo, este tiempo que hemos descrito, estaba María fuera junto al sepulcro llorando. Señor, el llanto de la Magdalena. Hace todavía más bella esta mujer. El llanto por por tu ausencia. En su alma es de noche aunque ya haya amanecido.

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