
1872. Así cualquiera pesca (EDITADA)

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Meditación sobre el Evangelio del viernes de la Octava de Pascua: la aparición de Jesús Resucitado junto al lago de Tiberíades, y la segunda pesca milagrosa. Tomás está junto a Pedro: ha aprendido la lección. Humildad de instrumentos: es Dios quien hace las cosas, pero con nuestra ayuda.
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.
Hoy la primera lectura de la misa está tomada, como todos los días de Pascua, de los hechos de los apóstoles y allí se nos dice que Pedro y Juan, después de curar a un paralítico en la puerta hermosa del templo, están predicando al pueblo, hablando al pueblo y los seduceos estaban indignados, dicen los hechos de los apóstoles, de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos.
Siempre está presente en el anuncio de los apóstoles esta verdad de que Jesucristo al resucitar nos ha abierto las puertas del cielo para que nosotros también resucitemos en cuerpo y alma. Y por esto los seduceos, que son como los sumo sacerdotes, la casta de los sacerdotes, pues los seduceos los arrestan y los meten en la cárcel. Al día siguiente se reúnen los sacerdotes con los jefes y ancianos del pueblo en ese tribunal que llamaban los judíos el Sanedrín y le preguntan a Juan y a Pedro con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros.
Una pregunta un poco absurda porque pero en fin, es igual. Y Pedro lleno del Espíritu Santo responde que ha sido en el nombre de Jesucristo el Nazareno, esa humanidad de nuestro Señor Jesucristo, en el nombre de Jesucristo el Nazareno a quien vosotros crucificáis y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Y añade, no hay salvación en ningún otro.
Una y otra vez, Señor, tus apóstoles hablan de tu resurrección como fundamento de nuestra salvación. Es la idea central de la predicación de los apóstoles. Y no está de más, Señor, que nosotros sigamos meditando en todos estos días de tu octava de Pascua, de ese gran domingo, las narraciones de tus apariciones, una vez resucitado, para que vayan penetrando en nuestra alma y arraigándose en nuestro corazón.
Que cuando nosotros hablemos de nuestra fe, lo primero que digamos es, pues mira, el Señor resucitó y nos abrió el camino a la resurrección. La muerte ya está vencida. La muerte picó en el cebo, al acabar y al llevarse consigo a Jesucristo, en ese cebo estaba la destrucción de la muerte y al final perdió su aguijón. Ya no nos puede hacer daño a nosotros, porque no existe la muerte para siempre.
Ese es el anuncio. Y vamos a seguir con el evangelio de la misa de hoy. Pasa una cosa curiosa y es que hoy la liturgia, en vez de ponernos un evangelio, como todos estos días anteriormente, del domingo de resurrección, pega un salto de dos semanas y pico, casi tres, y nos cuenta la tercera aparición de Jesucristo resucitado, que ya fue en Galilea, no en Jerusalén.
Antes ha tenido lugar la primera aparición a los discípulos, a los apóstoles, en el domingo de resurrección, que ya vimos por ejemplo ayer. Tendrá lugar la segunda aparición al domingo siguiente, porque en la primera no estaba Tomás y entonces aparece ya estando Tomás también en el cenáculo de Jerusalén y ya después se van a Galilea y es cuando tiene lugar esta tercera aparición, la que precisamente contemplamos hoy en el evangelio.
En aquel tiempo Jesús, dice el evangelio, se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades, es decir, de Galilea, y se apareció de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el mellizo, Natanael, el decaná de Galilea, los cebedeos y otros dos discípulos suyos. Aquí Señor podemos aprender un par de cosas muy interesantes, porque no hay palabra ociosa en el evangelio. Toda palabra encierra una semilla que puede dar un fruto maravilloso en nuestro corazón si las meditamos. El evangelio es un libro...
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