1873. Fidelidad apostólica

Por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Señor mío y Dios mío, creyo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia.

Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.

Madre mía inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Pues en este día tan estupendo, que tiene todo lo que se puede tener un día, fresquito, sol, lluvia, está todo un poco mezclado, no se sabe muy bien qué va a pasar, vamos a acoger el evangelio de Marcos, que es el evangelio de hoy, siempre un evangelio lacónico, escueto, pero al mismo tiempo atento a muchos detalles que un chico joven no se fijaría.

Y el evangelio termina, es el final del evangelio de Marcos, termina con un resumen de todo lo acaecido en la Resurrección, en los días de la Resurrección.

Y Marcos dice que Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.

Ella fue a anunciárselo a sus compañeros que estaban de duelo y llorando.

Y de este modo, la Magdalena, Señor, se convierte en la apóstol de apóstoles, la primera que proclamó la Resurrección del Señor.

Ojalá nosotros también siempre tengamos esta experiencia de tu amor por nosotros, de que estás vivo y sepamos también convertirnos en apóstoles de manera inmediata, y apóstoles de apóstoles.

Ellos, los apóstoles y discípulos, al oírle que estaba vivo y que lo habían visto, no lo creyeron.

Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.

También ellos fueron a anunciárselo a los demás, pero no los creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Lo cual es algo que sigue ocurriendo.

Nosotros mismos no nos acabamos de creer con una fe que englobe toda nuestra vida y que nos mueva a cambiar y a vivir de un determinado modo.

Lo que otros nos han contado, que Cristo ha resucitado y ellos lo han visto.

Desde hace dos mil años, ese anuncio de los apóstoles se ha ido transmitiendo hasta llegar a nosotros.

Y les dijo, id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.

Y ahí termina el Evangelio de hoy.

En realidad, hay cinco versículos más en Marcos y ya termina el Evangelio, y el ultimísimo de esos cinco versículos, el último del Evangelio, dice, ellos se fueron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Fin. Ahí termina el Evangelio.

Y son unas palabras, Señor, que nos dan una sana envidia.

Ese irse a todas partes a predicar el Evangelio y ese sentirse acompañados con la fuerza de tu poder, de tu confirmación por medio de señales de lo que ellos iban predicando aquí y allá.

Y nosotros, pues, hemos hecho lo mismo.

Si hemos creído en ti, hemos escuchado ese mandato de id a todas las gentes proclamando el Evangelio a toda la creación.

Lo hemos escuchado como buenos cristianos en el bautismo, aunque fuéramos pequeños.

Lo hemos visto robustecerse en la confirmación que nos ha hecho testigos de Jesucristo.

Y en nuestro caso, pues, lo hemos sentido de que cobraba luces nuevas, que cobraba una intensidad desconocida con nuestra vocación, con nuestra llamada a seguirte en el Opus Dei.

Nosotros, pues, hemos ido a todas partes.

Hemos ido de aquí para allá.

Quien de nosotros no puede enumerar una serie de centros o ciudades en las que ha vivido.

A lo mejor alguien no, ¿no? O hemos perseverado en el mismo lugar.

Y hemos visto también cómo el Señor, tu Jesús, has confirmado