19-04-2025 Sábado Santo 2025 - 10 Minutos con Jesús

Está amaneciendo. Es sábado. Nos vamos ahora a aquel otro sábado. Sábado Santo, en el que Jesús está en el sepulcro. Las cosas ya no volverán a ser iguales después de lo que ha pasado en estos últimos días. Hemos podido comprobar hasta dónde llega la locura del amor de Dios por cada uno de nosotros. Todos estamos igual. Apenas hemos podido dormir.

Jesús, el maestro, crucificado, yace en un sepulcro. Parece una larga y terrible pesadilla.

Me acerco a la ventana. Hay quietud en la ciudad. El día es sombrío. Las nubes no dejan ver el sol.

Es un día oscuro también en nuestros corazones. Nos encontramos sin la luz de Cristo.

¿Cómo ha podido terminar todo así? Es verdad que Jesús nos decía que era necesario que el Hijo del Hombre padeciese mucho y muriese para después resucitar. Pero cómo sospechar que sería de esta manera. Junto a Él me sentía seguro. La fuerza de su palabra. La lealtad de su mirada. La autenticidad de sus obras. Ahora, sin Él, mi fe se tambalea. El miedo me domina. La esperanza se apaga. Mi capacidad de amar me parece tan débil. Me resulta muy difícil creer lo que ha sucedido.

Fuego he venido a traer a la tierra, nos decía. Lo recuerdo como si fuera hoy. El fuego del amor, de la misericordia, de su amistad, de su perdón. Y parece que ha sido extinguido. Me siguen golpeando en los oídos los gritos de ayer. A ese no. A Barrabás. A ese. Crucificale. Su sangre sobre nuestras cabezas y las de nuestros hijos. ¿Qué haremos ahora? ¿María? ¿Qué tonto soy? ¿Cómo estará María? ¿Cómo habrá pasado todas estas horas? Voy a verla. Hace frío. Me doy prisa. Llego a su casa.

Me impresiona su rostro de profundo dolor y al mismo tiempo sereno. Me mira con inmenso cariño.

Solo he encontrado una mirada así en Jesús. Me acerco sin decirle nada. Me abraza. Nos sentamos juntos. Respeto su silencio. Me atrevo a hacer como Juan en la última cena con Jesús y apoyo mi cabeza sobre su pecho, muy cerca de su corazón. Ella me deja. Corazón de madre y de reina. Corazón humilde, sencillo y por eso capaz de albergar todo el fuego que Cristo ha venido a prender a la tierra. Me hace entender que es un día de silencio. De contemplar en silencio que inconmensurable es el amor de Dios y de amar en silencio. De amar mucho porque el amor reclama amor. Es la hora de la fidelidad. María, hoy celebramos en la iglesia el día de tu soledad.

Hace años perdiste a Jesús durante tres días. Hoy también lo has perdido. Entonces le preguntaste por qué os lo había hecho a José y a ti. Hoy no le preguntas nada porque ya sabes la respuesta.

Todavía no sabes que debo dedicarme a las cosas de mi padre. Entonces tuviste el consuelo y el apoyo de José. Hoy no tienes a nadie. Estás sola. Yo quisiera consolarte un poco pero soy tan pequeño, tan frágil, tan miserable. No me atrevo a decirte nada. Solo a estar a tu lado. En silencio. Te miro a los ojos. En tu mirada veo dolor, un dolor indescriptible. Pero veo también luz. Me explicas que cuando Jesús se perdió, le encontrasteis pasados tres días. Y ahora volverá a suceder.

Esta misma noche, en cuanto despunte el nuevo día, el tercero, resucitará. Junto a ti, María, noto que mi fe se robustece. Mi esperanza se enciende. Mi amor se inflama. Hoy veo en ti, madre, el icono de la fidelidad de la Iglesia. Cuando lo sigas,