19-06-2025 Pedir para saber - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.

Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.

Madre mía inmaculada, San José, mi padre y señor, ángel de mi guarda, interceded por mí. Recuerdo una escena en casa de un amigo mío, hace algunos años, un día de agosto o de septiembre, caluroso. Estaba él, su mujer y en ese momento dos de sus hijos. Y la pequeña, que tendría entonces, pues no sé, tres años, quizás, estaba enferma de la tripa. Intentamos convencerle para que jugara un poco, pero hacía gestos como diciendo que estaba mala.

Y la madre me dijo que llevaba varios días con el estómago revuelto y que le habían sentado mal las comidas. Y que estaba en ayunas, a la espera de que unos fármacos le hicieran efecto, porque de momento todo lo que había comido le sentaba mal. Y se le notaba, porque habitualmente es muy risueña y ese día tenía una cara como muy seria, ¿no? De compunción, de a ver cuándo acaba esto.

Pasó un rato y llegó el momento de la merienda. Y la madre, con mucha discreción, le dio un bocadillo al mayor y le dijo que se lo comiera en la cocina. Pero este, que se la sabe todas, pues se vino al comedor donde estaba yo hablando con su padre, se sentó en el sofá al lado de donde estaba su hermana y allí se puso a zamparse el bocadillo a dos palmos de ella, de su hermana.

Y claro, a la pequeña, que estaba allí acurrucada, medio pachucha, pues le faltó tiempo para contemplar con unos ojos como platos el bocadillo de su hermano y alargó los brazos para pedir su parte. Y su hermano se lo alejó, diciéndole que no, que no podía, que estaba mal del estómago. Y entonces, claro, el gran llanto.

Ella quería agarrar el bocadillo, él intentaba protegerlo, y a todo esto llegó la madre y intentaba calmarla. Y le decía que no podía comer porque estaba mal de la tripa, pero claro, ella tenía hambre, llevaba muchas horas en ayunas y ver el bocadillo de su hermano había sido superior a sus fuerzas. Y era gracioso el diálogo, porque su madre le preguntaba si quería curarse de la tripa, y ella decía que sí, pero al mismo tiempo no cejaba en su empeño por hacerse con el bocadillo de su hermano, y se ponía a llorar. Quería curarse de la tripa y quería un bocadillo como el de su hermano.

Bueno, es una escena muy ordinaria, muy humana, que pone de manifiesto una verdad que a nosotros, nos puede costar un poco admitir. La verdad de que a veces no sabemos lo que queremos, de que a veces no sabemos acertar con lo que nos conviene. Queremos curarnos de la panza, sí, pero también tenemos hambre y queremos comernos el bocadillo que nos pondrá la tripa peor. Esa es nuestra realidad. Curioso, fastidioso incluso, pero tremendamente real.

En ocasiones no sabemos acertar con lo que nos conviene, con lo que es oportuno, con lo que es bueno para nosotros. Y yo creo, Señor, que Tú tenías bien presente esta paradójica limitación nuestra cuando te expresas como lo haces en el Evangelio de la Misa de hoy. Es un Evangelio donde Tú, Señor, les dices a los discípulos cómo tienen que rezar. Y este es un temazo, porque, en fin, Señor, de Tu vida destacan, pues, muchísimas cosas. Pero quiero pensar, Jesús, que los discípulos estarían, como lo estoy yo, como lo estamos nosotros, fascinados por Tu modo de rezar.

Entonces, claro, me imagino que un consejo tuyo sobre el modo de rezar, pues sería acogido con máxima expectación. Y, de hecho, Señor, no te limitas a darles algunas indicaciones, sino que les propones una oración, un modo de orar, les dejas el Padre nuestro.