
1932. La grandeza de aupar a otros

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Meditación en la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista. Un Profeta llamado a cosas grandes desde su mismo nacimiento. Ya entonces la mano de Dios estaba con él. Pero cuando apareció Cristo, con humildad supo desaparecer, de acuerdo con su lema: "es preciso que el crezca y yo mengue". Tampoco nosotros debemos robar la gloria que es de Dios. Necesidad de aupar en los hombros a los demás, para que empiecen donde nosotros acabamos.
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Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.
Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. Hoy celebramos la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, el último de los grandes profetas del Antiguo Testamento y le miramos con especial cariño y veneración como a todos los parientes de Jesús. San Juan Bautista pues era el primo de Jesús.
Además, San Juan tiene el privilegio de tener dos fiestas en el calendario y es el único santo del que celebramos su nacimiento, igual que hacemos con Jesús.
Por eso todas estas cosas nos llevan a entender aquello que tú Señor dijiste de que entre los nacidos de mujer no hay otro tan grande en el reino de los cielos como Juan. Es un santazo. En la primera lectura hay una profecía de Isaías que nos recuerda su grandeza. Fíjate que San Juan tiene una profecía que habla de él, como si fuera como el Mesías, tiene tantas profecías, hay una unión estrechísima entre Juan Bautista y Jesús. La profecía está tomada del capítulo 49 de Isaías y se recoge en la primera lectura de la misa de hoy.
Dice así Isaías, el Señor, bueno más bien es Yahvé por boca de Isaías, dice el Señor me llamó, está poniendo como en boca de esa figura que es Juan el Bautista estas palabras, el Señor me llamó desde el vientre materno. ¿Te acuerdas como en la visitación de María su prima Santa Isabel, María llevaba a Jesús dentro de su seno y entonces el Espíritu Santo inunda a Isabel y el niño salta de gozo en su seno, el hijo de Isabel que es Juan. Pues se está cumpliendo esto, el Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre y pronunció mi nombre, Juan es su nombre, hizo de mi boca una espada afilada. San Juan tenía aquella predicación que cautivaba a todo el mundo y que llevaba la conversión a las personas, me escondió en la sombra de su mano, tantos años estuvo retirado en el desierto en la intimidad con Dios y ahora dice el Señor te hago luz de las naciones.
San Juan es luz de las naciones porque él señaló al que es la luz por excelencia a Jesucristo, el Mesías, he ahí el Cordero de Dios, con él empieza a manifestarse el Señor. El evangelio lógicamente nos habla en la fiesta de su nacimiento pues de eso, de su nacimiento y ahí ya se vislumbra la excepcionalidad de este niño que iba a ser Juan. Voy a leer el evangelio. A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo, se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías como su padre, pero la madre, recuerdo que Zacarías estaba mudo, no por no haber creído al ángel en el templo que le dijo que iba a tener un hijo, pero la madre intervino diciendo no, se va a llamar Juan.
Esto era algo inaudito porque las madres no elegían el nombre de los hijos y además o al menos no delante de los demás, quizás hablando con su marido sí, no lo sé, pero además los judíos ponían el nombre de personas de su propia familia siempre a los hijos y le dijeron ¿ninguno de tus parientes se llama así? Entonces preguntaban por señas, no se hacían de la madre al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla, estaba mudo y escribió Juan es su nombre y todos se quedaron maravillados. Maravillados da a entender que no se vieron uno al otro cuando dijeron que Juan.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua a Zacarías y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea y todos los que los oían reflexionaban diciendo pues ¿qué será de este niño? Porque la mano del Señor estaba con él.
Este es Juan.
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