20-06-2025 Mi tesoro - 10 Minutos con Jesús

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José, mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded por mí. Hoy, Jesús, nos propones un Evangelio, unas palabras profundas, preciosas, muy conocidas, que hablan del corazón. ¿Y de dónde ponemos el corazón? ¿Cuál es nuestro tesoro? Siempre que pienso en el tesoro, me viene a la cabeza Gollum, ese personaje tan curioso de la novela del Señor de los Anillos, que pone todo su corazón en tener el anillo del poder.

Y como el anillo lo va corrompiendo hasta convertirse en una criatura detestable, aunque también una criatura que da pena, que tiene sus arranques, acaba mal de la cabeza lógicamente, y siempre dice su tesoro. Cada vez que ve el anillo, se le abren los ojos altones esos que tiene, que da hasta miedo.

Jesús, yo quería en este rato de oración hablar contigo, meditar, que tú me ayudaras a descubrir y a ser valiente para saber dónde pongo mi corazón. Porque esa es una respuesta a una pregunta importante, es una pregunta difícil, es una pregunta que se necesita un poco de tiempo, de calma, y saber la respuesta ayudará mucho a poder ser más libre, a poder poner el corazón solo en ti, en los demás, en las cosas que tú quieres, en las personas, en Dios, en el fondo.

Y hay un dicho, un refrán, por lo menos en mi tierra, muy famoso, que dice, la avaricia rompe el saco. Todos nos imaginamos una persona que está hasta arriba de dinero o de oro, y que no le caben en los bolsillos, va todo lleno de oro, pero ve un poco más y está dispuesto, y se pierde por conseguir un poco más, y dice, pero si ya tienes suficiente, si vas a vivir de sobra. Todos nos vemos ahí reflejados a veces, ese tener más, ese acumular.

Pensaba que la avaricia es uno de los demonios peligrosos, es un pecado capital, que muchas veces nos ataca y no le damos a veces la importancia que tiene. Quizá, muchas veces, Jesús, pues las tentaciones o los pecados más directos van más bien por las pasiones más carnales, tipo la gula, la lujuria. A veces intentamos, o la tentación viene por resarcirnos, por buscar saciarnos mediante un placer físico.

Sabemos que es autodestructivo, y nos damos cuenta también, Señor, que el placer físico, el placer sexual fuera de sitio, el placer del alcohol, de la comida, también es inútil, porque los resultados que provocan son ocasionales, evanescentes, y apenas terminan, pues nos sacian, tenemos que buscar otro.

Y por eso, ahí aparece la avaricia, es como un paso más, es otro tipo de pasión, una pasión más material, y es que Jesús, a veces, poseer cosas parece que es, bueno, no sólo parece, sino que es algo más duradero. No proporciona la posesión, el arrebato de placer, quizá, de las pasiones más carnales, pero quizá nos puede como más tranquilizar por dentro, y aparentemente darnos mayor estabilidad.

El problema, Jesús, de la avaricia es que, si uno se deja llevar por esa pasión, pues cualquier pérdida lo ve como una tragedia, y uno sufre, está en una tensión constante por perder lo que tiene, y uno se convierte en alguien un poco mediocre, alguien que no se define, que no tiene una identidad clara, alguien que siempre busca un poco bajo manga, un poco corruptamente, pues el beneficio mínimo, el atajo ventajoso.

Lo contrario del amor, Jesús, creo que no es tanto el odio o la indiferencia, que por supuesto también, sino que es la posesión, la posesión de algo que nos lleva a odiar o nos vuelve indiferentes. Y la característica del avaricioso, del avaro, pues al final es el ansia, el ansioso, el ansioso muchas veces al final es sustancialmente alguien que se opone a Dios.