
201. ¿Tu infancia determina tu peso? | Álvaro Vargas

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En este nuevo episodio sobre nutrición práctica para tu día a día os hablo de todos los hábitos que aprendemos durante la infancia y que al final nos acompañan durante nuestra vida y marcan la relación que tenemos con la comida y cómo el hambre emocional surge desde los primeros años.
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A comer se aprende con Álvaro Vargas.
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Bienvenidos y bienvenidas y muchísimas, muchísimas gracias por estar ahí como siempre.
Hoy os voy a hablar de un tema un poco peliagudo, un poco complejo.
Voy a tratar cómo la infancia determina en cierto grado nuestro peso de adultos, nuestra relación, sobre todo nuestra relación con la comida.
Voy a tratar de poner un poquito de orden en este tema, a ver si lo logro.
Lo primero que quiero decir, y es que como vamos a hablar muchísimo de los padres, de las madres, que por supuesto, por supuesto, no se trata de culpabilizar a nadie, que nadie se sienta mal, ni muchísimo menos.
Sé que ser padres es tremenda, tremenda, pero tremendamente complicado.
Pero sí que está bien analizar esas situaciones, ¿no? Para actuar mejor, evitar algunos daños que se puedan hacer.
No se trata de atacar a nadie.
Bueno, también de entender por qué de adultos nos comportamos como nos comportamos a veces con la comida.
Vamos a empezar por el principio y por lo más básico, como siempre.
Todos nacemos con el instinto de comer.
Sabemos de forma innata que necesitamos alimentos para tener energía, para abastecer de nutrientes a nuestro organismo.
Imagínate si el instinto es tan, tan básico que lloramos, berreamos cuando somos bebés, gritamos cuando tenemos hambre para que algún adulto nos asista y nos dé comida.
Es cierto que tenemos esa necesidad de comida, pero no venimos con un patrón totalmente equilibrado de lo que debemos comer, cómo es una alimentación saludable.
Sobre todo porque durante esos primeros años de vida dependemos de terceros para alimentarnos y ahí es donde aprendemos a socializar con la comida.
Ahí es donde se crean hábitos saludables o no saludables a través de nuestros cuidadores, de nuestros padres, por mucho que digamos, y esto siempre lo digo aquí, que el organismo, el cuerpo humano es perfecto.
No es así, ojalá lo fuera, pero no, tenemos apetencias, tenemos cosas que sabemos que nos van a sentar mal, pero igualmente las hacemos.
Es decir, no venimos con un patrón, venimos con el instinto de comer, pero no venimos en nuestro cerebro de, ay, justo esta combinación con esto, con esto.
No, no lo hacemos así y ya os digo, estamos muy, muy, muy condicionados por lo que se hace en esos primeros años de vida.
En esos primeros años de vida tenemos relación con la comida.
Sí que aprenderemos patrones que pueden ser más o menos saludables, depende en muchísimas ocasiones de lo que hagan nuestros progenitores o nuestros cuidadores, que no siempre son nuestros padres.
Al ser la comida un hábito que hacemos tres, cinco veces al día, es una forma fundamental o una pieza fundamental de nuestra educación como seres humanos, de cómo nos vamos a relacionar con la comida, pero también aprendemos cómo nuestros padres se relacionan con ella, qué relación tienen con la comida, cómo utilizan la comida para, bueno, con nosotros a la hora de relacionarse con nosotros desde los primeros años de vida se suele usar la comida.
Bueno, se puede usar de forma saludable y totalmente sana, pero en muchas ocasiones se utiliza como recompensa o como castigo.
¿Cómo recompensa? Pues lo típico de, si te lo comes todo te doy un helado, si te portas bien te compro un bollo, o también como castigo, como no te lo comas ahora te lo dejo para la merienda y si no te lo comes en la merienda te lo dejo para la cena, hasta que no te lo acabes no te levantas de la mesa, hasta que no te comas todo lo del plato no te levantas de la mesa, esto como castigo.
En estos momentos que son muy habituales, porque es entendible, porque ser padre ya digo que yo no lo soy, pero debe ser muy difícil, bueno, lo sé por amigos y familiares, pues en estos momentos que son muy habituales de premio y castigo es cuando comenzamos a desconectar el hambre real y el hambre emocional.
¿El hambre real? Pues tengo hambre, me suenan las tripas, necesito esas calorías para seguir haciendo actividades, ¿tengo hambre? De verdad.
Y el hambre emocional pues se basa en otros condicionantes que ni siquiera es tengo hambre, necesito comer.
Pues esto lo vamos arrastrando y arrastrando de adultos, quizá, bueno, en estos ejemplos que os pongo, quizá el niño no tenga hambre, pero como no sabe cuándo le van a premiar otra vez con un helado, se come todo lo que hay en el plato para que le den energía.
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