
2021. Los hijos de la luz (EDITADA)

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Meditación sobre el Evangelio del Domingo de la XXV (C) semana del Tiempo Ordinario, y el viernes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario. Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, cuenta la parábola del administrador injusto, y alaba, no su injusticia, sino su astucia previsora. Y luego se lamenta de que los hijos del mundo sean más astutos que los hijos de la luz. Nosotros tenemos que pensar como influir más en en este mundo para transformarlo, y hacerlo respetuoso con la dignidad humana, la libertad, la vida, la familia y, también, con Dios.
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos libramos Señor Dios nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, interceded por mí.
Hoy tenemos en el Evangelio la parábola del administrador injusto que es una parábola muy curiosa, es un tanto desconcertante. Está a continuación de las tres parábolas de la misericordia, la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo pródigo que tú señor pronunciaste es para justificar frente a la intransigencia de los judíos, fariseos, tu presencia y tu amistad con todos los hombres, con los publicanos y pecadores incluidos.
Y después de rebatirles a ellos te vuelves a los discípulos, precisamente a ellos, así nos lo dice el texto y les dices. En aquel tiempo decía Jesús a sus discípulos, a sus discípulos, no a los fariseos. Cambia de público. Un hombre rico tenía un administrador a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo, ¿qué es eso que estoy oyendo de ti? Da mi cuenta de tu administración porque en adelante no podrás seguir administrando.
El administrador se puso a decir para sí, ¿qué voy a hacer? Pues mi señor me quita la administración, para acabar no tengo fuerzas, mendigar me da vergüenza.
Ya sé lo que voy a hacer para que cuando me echen de la administración encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo el primero, ¿cuánto debes a mi amo? Este respondió, 100 barriles de aceite.
Él le dijo, toma tu recibo, aprisa, siéntate y escribe 50, o sea la mitad.
Luego dijo a otro, ¿y tú cuánto debes? Él dijo, 100 fanegas de trigo. Le dice, toma tu recibo y escribe 80. Es decir, que confraude y robando a su amo se asegura el agradecimiento y el trato favorable de estas personas a las que hace cómplices de su crimen. Y el amo alabó al administrador injusto porque había actuado con astucia. Ciertamente, dice Jesús, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y decía que esta es una parábola muy sorprendente porque tu señor alabas a este administrador injusto, corrupto, hasta en su última acción que no ha dejado de estafarte. Pero fijaros, el amo, que es Dios, alabó al administrador injusto porque había actuado con astucia.
Es decir, tú alabas, Señor, no su injusticia, sino su astucia previsora, aunque desgraciadamente esté al servicio de su propio interés, nada más.
Y podemos entender un poco mejor lo que esta parábola nos quiere decir si nos damos cuenta que el Evangelio que hemos leído acaba con una queja del Señor sobre los cristianos, sobre los hijos de la luz, sobre ti, sobre mí.
Los hijos de este mundo, dice Jesús, son más astutos, y lo dice con pena, con su propia gente, que los hijos de la luz. Es decir, los hijos de la luz son poco espabilados, no piensan, no se afanan en hacer el mundo más cristiano, no tienen ese mismo interés que los hijos del mundo tienen en sus cosas, no están igual de motivados, no se preocupan activamente por cambiar el mundo, no en beneficio propio, sino en beneficio de Dios y de todos los hombres, no tienen esa astucia calculadora para oponerse al desastre que se avecina y que muchas veces es creado por los hijos del mundo, que no lo hacen, repito, en interés propio, sino en interés partidista de unos pocos. Y eso que son hijos de la luz, qué pena.
A veces ocurre esto que los cristianos no sabemos actuar pensando con iniciativa, con empuje, con astucia también en el mundo. A veces ocurre esto por un malentendido providencialismo, en el sentido de dejar todo a la providencia de Dios y nosotros tumbarnos a la bartola. Me acuerdo que me decía un chico
















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