
2034. Lo que llena de alegría a Jesús

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Meditación sobre el Evangelio del sábado XXVI del Tiempo Ordinario. Los setenta y dos discípulos regresan llenos de alegría, diciendo que hasta los demonios se les sometían en nombre de Jesús. Nada merece más la pena que el acercar las personas a Dios. Pero aún debemos estar más alegres de que Dios nos haya concedido la fe, el bautismo, la Iglesia. Consejos del Papa Francisco para el apostolado.
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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos libran al Señor Dios nuestro en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, intercede por mí. El evangelio de hoy recoge uno de los momentos más alegres y más llenos de entusiasmo del evangelio, de todo el evangelio.
Empieza así, en aquel tiempo los 72 que habíamos visto que Jesús envió volvieron con alegría diciendo Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Estos 72 discípulos vuelven llenos de alegría, de la alegría de haber sido instrumentos para acercar a Dios a las almas, para liberarlas del poder del pecado con el que el diablo intenta esclavizar y lo logra muchas veces a los hombres. Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre, le dicen al Señor, a Jesús.
Me imagino Jesús, su terror gozoso al enfrentarse a esos demonios, cómo temblarían en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, sal de él, levántate y anda, que se te abren los oídos. Me imagino el sobresalto interior de los discípulos al ver la oposición de los demonios rugiendo, gritando ¿quiénes sois vosotros? ¿qué os habéis creído? y su cara de felicidad al ver a esas personas libres de la servidumbre de los demonios por el poder de nuestro Señor Jesucristo a través de sus personas. Me imagino el hondo regocijo de los discípulos al ver llorar de alegría y agradecimiento a quienes habían sido curados y liberados de la esclavitud del diablo. Hermanos, le dirían que Dios os bendiga por traer la salvación a esta casa.
Abrazos, besos, lágrimas, cantos, música, fiesta. Y así, no es de extrañar que volvieran diciendo llenos de alegría ¡Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre! ¡Qué pasada! Y yo pensaba, Señor, Tú y yo, Tú que me escuchas y yo que hablo, pero que estamos en la presencia de nuestro Señor, ¿hemos experimentado alguna vez esto? La alegría de ser un instrumento de Dios para que Tu gracia, Señor, se adentre en las almas de los demás.
Esa alegría de sabernos enviados por Ti, que eres el camino, la verdad y la vida, con un tesoro que compartir. Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis, nos dices. Con un poder inigualable del que nada sabíamos antes, pero que fluye de nuestras manos, causando bien a quienes tocamos, o a quienes hablamos, o a quienes queremos.
No, no hemos experimentado esto, pues nos estamos perdiendo una de las alegrías más hondas de la vida. Mejor de una vez, un chico que me decía, convertido en un colegio mayor, y que se había acercado a otro amigo y le había llevado a confesar y lo había conseguido, y entonces me decía Don José, cuando haces un apostolado, es lo mejor del mundo, qué subidón.
Pues es verdad, es verdad. ¿Cuántas veces lo hemos visto, no? Recuerdo, más de una vez me ha pasado esto, que alguien trae, una persona trae a otra persona, amiga suya o amigo suyo, a confesarse y está esperando fuera y luego cuando sales te lo encuentras al otro llorando, pero llorando de alegría, de decir, no me lo puedo creer que después de tantos años se haya confesado este amigo mío y esté tan feliz, tan contento. Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre, pero la clave es ese en tu nombre.
Porque la soberbia de creernos algos, de creernos mejores que los demás, de que estamos como autorizados a dar leccioncitas a los demás, o que nosotros estamos por encima de aquello que les recomendamos, pues todo eso corrompería una de las alegrías más puras y bonitas del Evangelio, que es la de ser canal de la gracia, no la fuente. Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos a nuestro Señor Jesucristo. Nosotros no tenemos la solución de los problemas, la tiene nuestro Señor Jesucristo. Nosotros vamos en tu nombre.
















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