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2044. Apariencia y verdad

2044. Apariencia y verdad

10/14/2025 · 22:18
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Description of 2044. Apariencia y verdad

Meditación sobre el Evangelio del martes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Jesús es invitado a casa de un fariseo, y le juzga por no lavarse las manos antes de comer. El Señor le hace ver que es más importante el corazón, donde está la verdad del hombre, que las apariencias. Y le anima a purificar el corazón con la limosna.

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Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí. El evangelio de hoy empieza diciendo, en aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a comer con él. Él entró y se puso a la mesa.

Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, esos ritos que hacían los judíos de purificarse para no comer nada impuro, el Señor le dijo, vosotros los fariseos limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad. Necios, el que hizo lo de fuera no hizo también lo de dentro. Con todo, dad limosna de lo que hay dentro y lo tendréis limpio todo. Este fariseo se nos dice que te rogó, Señor, que fueses a comer con él. ¿Qué le movería a ello? ¿Algo torcido? Pues pudiera ser, pero yo creo que no. Más bien me da la impresión de que era una sincera admiración la que sentía este hombre por ti, Señor. De hecho, en aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, se refiere al pasaje anterior en el cual nuestro Señor explicaba, nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que los que entran vean la luz.

La lámpara del cuerpo es tu ojo, por tanto, si todo tu cuerpo está iluminado, etcétera, etcétera, a tu alrededor todo estará iluminado. En fin, estas palabras y todo lo que había oído de Jesús debieron de gustar mucho a este fariseo y por eso le invitó a entrar en su casa. Y Jesús, que ya había sufrido muchos ataques de los fariseos, entra con sencillez y se sienta a la mesa con aquel fariseo que le invitaba, sin prejuicios. En cambio, al fariseo, que quizás tenía una buena intención inicial, le pueden sus rigideces, su visión cerrada de la vida y de las personas, sus prejuicios, el dejarse llevar por las formas externas y la apariencia, todo eso tiene tanta importancia en su vida que destroza la imagen inicial que tenía el Señor y se sorprende de un detalle tonto.

Mira que tenía cosas en las que fijarse de Jesús. Su mirada cariñosa, su elegancia, sus palabras llenas de sabiduría, la fuerza que salía de sus manos... Pobre Jesús, pobre Jesús, el que se sentó a su mesa sin prejuicios fue inmediatamente juzgado severamente por este hombre. Tantas veces nosotros, Señor, nos dejamos llevar por las apariencias, por un prejuicio que nos hace no conocer bien a la persona. Hay esos sesgos de conocimiento, ¿no? Pues que si una persona es elegante estamos más predispuestos a pensar que va a ser honrada y no tienen que ver. O si una persona es así, pues estoy como más predispuesto a favor que... O a veces, Señor, nosotros no vemos lo bueno, incluso de gente buena que nos hace bien.

Nos quedamos en la cáscara y en la apariencia. Mira cómo viste, qué mala ola, yo qué sé, ¿no? Señor, yo, ¿cómo soy yo? Yo soy mezquino, tengo prejuicios y si los tengo, destruyelo, Señor. Dame un corazón como el tuyo, que arriesga, que no le importa meterse en la boca del lobo, vamos a decirlo así, en la casa de un fariseo, ¿no? Porque a todos da una oportunidad. Señor, que yo no tache de mi alrededor a las personas por una determinada característica, sino que los vea a todos como hijos tuyos y hermanos míos. Porque lo interesante de examinar los prejuicios de cada época, en el caso que estamos leyendo en el Evangelio, el prejuicio era, pues eso, los ritos...

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