

Description of 210. Obispos con carisma
La renovación del episcopado durante el pontificado de Francisco ha ido consolidando una tendencia significativa: la presencia creciente de religiosos al frente de las diócesis. Este cambio era impensable hace unas décadas, pero a día de hoy ha dado paso a una etapa en la que más del 11 % de los obispos españoles provienen de órdenes y congregaciones. Detrás de esta transformación hay un nuevo perfil pastoral más cercano y abierto a la sinodalidad, así como una apuesta por carismas que enriquecen la vida eclesial desde la fraternidad, la temporalidad y el desapego a la carrera eclesiástica. Figuras como Pedro Aguado, nuevo prelado de Huesca y Jaca, reflejan este horizonte: la misión como servicio, el aprendizaje comunitario y la fidelidad al propio carisma como claves para un liderazgo pastoral centrado en los más pequeños y en las periferias. Este recorrido pone en valor cómo la Vida Consagrada, desde la escucha y la oración, se convierte en un motor de reforma para una Iglesia en salida.
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¿Qué tal estás? Hace unos días, el pasado 14 de junio, el escolapio Pedro Aguado recibía la consagración episcopal como nuevo obispo de Huesca y Jaca. A propósito de ello, Vida Nueva nos acerca esta semana al hecho de que durante el pontificado de Francisco, y ahora también en el de León XIV, se ha incrementado el número de obispos que pertenecen a órdenes religiosas.
Desde el concilio Vaticano II hasta hace unos años, Roma había mirado con cierta suspicacia a los sacerdotes de congregaciones religiosas y se generaron algunas fricciones por diferencias en el aterrizaje de lo conciliar. A día de hoy, sin embargo, parece que esa situación ha quedado atrás, dando pie a una oportunidad excelente para apreciar y valorar la enorme diversidad eclesial y también para dejar atrás viejos sueños de homogeneización episcopal. Si te quedas conmigo, le vamos a dedicar los próximos 30 minutos a razonar sobre mitras, solideos y otras cuestiones relacionadas.
Soy José Antonio y te doy la bienvenida al docentésimo décimo episodio. El anterior pontífice Francisco publicó la exhortación Evangelii Gaudium al poco de estrenarse como obispo de Roma. En ese texto plasmó la mayoría de lo que después sería todo su desempeño como pastor. Allí hablaba sobre la evangelización con olor a oveja y sobre el buen pastor, pero no sólo como aquel que da la vida por sus ovejas, sino como quien encuentra a la oveja perdida y la reintegra en el rebaño.
Por supuesto, no estoy diciendo ni insinuando que la vida religiosa haya sido una oveja perdida en el episcopado. Sin embargo, en cierto sentido, esa imagen sí que podría llevarnos a pensar en la reintegración progresiva que se produjo de sacerdotes de congregaciones religiosas incorporados al orden de los obispos durante la etapa de Francisco al frente de la iglesia.
En España, dicho aumento se traduce en que el 10% del total de obispos pertenece a algún instituto religioso. Uno de tales obispos, el cisterciense Octavio Vila, obispo de Girona, comparte con vida nueva lo que la vida religiosa puede aportar al conjunto de los obispos.
Fundamentalmente lo que constituía mi vida como monje hasta ahora, hace un año más o menos, es el contacto con la Palabra de Dios, una vida de oración y una vida bastante pautada y además un espíritu de servicio, porque al vivir en comunidad esa característica del espíritu de servicio y de esta manera de obediencia a lo que se me encarga en cada momento pues es igual es un poco más acentuado que en los sacerdotes de cesanos y quizás eso haya sido un poco el motivo con el que el Papa Francisco ha nombrado tantos religiosos, que tampoco no es tanta novedad porque en su momento San Juan Pablo II también había nombrado varios religiosos, también obispos, ¿no? Y también un aspecto ese de la universidad, de la diversidad de carismas de la iglesia que creo que también es importante.
Ante la falta de representatividad religiosa en los obispos del pasado, podríamos preguntarnos por los motivos de tal ausencia. Y en cierta medida quizás parte de la respuesta se encuentre en el peso ejercido por algunos de los concordatos firmados entre la Santa Sede y los diferentes países. Por ejemplo, el acuerdo de 1851 entre España y la Sede Vaticana seguía manteniendo la capacidad del gobierno del país para proponer ternas de nombramientos episcopales, lo que hacía que las recomendaciones se plagasen de amistades de los políticos de turno.
Y puede que por sus carismas específicos, las órdenes religiosas no se contasen entre los mejores amigos de cada uno de los regímenes que gobernó el país. En la España de aquella época, los nuncios tuvieron muchas dificultades para ejercer sus funciones, hasta tal punto que entre los años 1855 y 1857 no hubo ni un solo nombramiento.
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