
211. Vocaciones tardías con júbilo y jubileo

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El perfil de quienes optan por el ministerio ordenado y la vida religiosa muestra un notable aumento de la edad de ingreso. Quedó atrás la época de los seminarios y postulantados a rebosar de adolescentes. Este retraso es generalizado en la toma de grandes decisiones vitales y brinda una madurez enriquecedora para el discernimiento, pero también conlleva experiencias y heridas que conviene abordar con honestidad. Lo que antes se consideraba una excepción hoy se ha transformado en la normalidad de numerosos centros formativos occidentales. Eso trae consigo la exigencia de repensar tanto la pastoral vocacional como los itinerarios de preparación. Tal como dice el papa León XIV, resulta esencial cultivar la vida interior y la dimensión afectiva, aprendiendo a reconocer y gestionar las propias emociones en lugar de dejarse arrastrar por impulsos fugaces. Se ha subrayado la urgencia de evitar la infiltración de ideologías ajenas al Evangelio, así como de desenmascarar falsedades que nublen la autenticidad personal. El acompañamiento que sugiera en vez de imponer, que invite a la transparencia sin reticencias ni máscaras, asegurará que las fragilidades no queden ocultas y eviten convertirse en obstáculos para el crecimiento espiritual. Una formación integral y sincera, centrada en el mensaje evangélico como única brújula, promueve un corazón humilde y manso, capaz de asumir los sentimientos de Cristo y de avanzar en la madurez humana. Así quienes emprenden el camino del ministerio ordenado o de la vida religiosa contarán con los recursos internos necesarios para ejercer su vocación con libertad, fortaleza y fidelidad.
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Hola, ¿qué tal estás? El pasado 24 de junio se celebró el jubileo de los seminaristas. El Papa León XIV tuvo un breve encuentro con ellos y les instó a ser testigos de esperanza.
Hoy no son solo peregrinos, sino también testigos de esperanza. La testimonian a mí y a todos, porque se han dejado involucrar por la fascinante aventura de la vocación sacerdotal en un tiempo no fácil. Han acogido la llamada a convertirse en anunciadores mansos y fuertes de la palabra que salva, servidores de una iglesia abierta y de una iglesia en salida misionera.
Gracias por haber aceptado con valentía la invitación del Señor a seguir, a ser discípulo, a entrar en el seminario. Hay que ser valientes y no tengan miedo.
A Cristo que llama, ustedes le están diciendo sí. Y éste, aquí estoy, que le dirigen a él, germina en la vida de la iglesia y se deja acompañar por el necesario camino de discernimiento y formación.
Vida Nueva recoge el testigo del Papa León y nos acerca esta semana a la realidad vocacional.
De unas décadas hacia esta parte, ha ido aumentando la edad de quienes sienten una llamada de Dios para poner su vida al servicio de la comunidad. La entrada al seminario, al convento o al monasterio se ha ido posponiendo lo mismo que otros proyectos vitales como el matrimonio o la maternidad y paternidad. Quizás son los signos de los tiempos actuales y no un escenario apocalíptico como a veces podemos escuchar. Eso mismo es lo que vamos a explorar durante la próxima media hora.
Quédate conmigo para ver qué podemos descubrir en compañía mutua. Soy José Antonio y te doy la bienvenida al docentesimo decimoprimer episodio de Vida Nueva. Me parece un buen punto de partida comenzar con algo que escribe en Vida Nueva Miguel Ángel Íñiguez Martínez, que es el director espiritual del seminario de Getafe. Se habla mucho de vocaciones tardías en la Iglesia, pero en realidad no existen tales vocaciones bajo mi punto de vista, pues para Dios no hay ningún límite de edad, ningún previo que condicione su actuar libre y soberano.
Durante muchos siglos, la Iglesia Católica en Europa no fue una cosa extraña, sino un elemento fundamental de la sociedad. Lo raro era no pertenecer a ella. De la cuna a la tumba, había un contexto cristiano que lo impregnaba todo con mayor o menor acierto. Se hizo costumbre el bautizo de bebés, la primera comunión durante la infancia y una opción vocacional muy anterior a la vida adulta.
Sin embargo, en el tiempo que ha venido después, cuando lo cristiano ya no es el punto de referencia, se ha vuelto extraño a nuestros ojos lo que en realidad era lo común en las primeras comunidades cristianas. Hasta donde yo sé, Jesús no dejó instituido ningún seminario menor, y Pablo de Tarso no era un muchacho cuando recibió su vocación. Lo de alentar las vocaciones desde la infancia y la juventud temprana vino más tarde. Esta situación, por tanto, puede ser asumida desde por lo menos dos puntos de vista.
1. La cristiandad está en declive y pronto será apenas un recuerdo mitológico tal como le ocurrió a la poderosa civilización egipcia o al panteón de dioses griegos.
Menos vocaciones equivale a un deterioro de la fe. Se acerca el fin de los tiempos.
2. Un poco menos dramático. Al parecerse esta situación vocacional a la vivida por las primeras comunidades cristianas.
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